viernes, 23 de octubre de 2020

Transgénicos, transgénicos...

Ya he escrito antes sobre esta desconfianza que generan los organismos transgénicos. No tengo nada nuevo que añadir, pero veo que esa actitud se ha vuelto moneda de cambio en cualquier conversación. 

Desde siempre, nuestra cultura receló de los seres monstruosos, aquellos cuyos cuerpos eran mezclas definidas de los de otros. Las esfinges, las quimeras, las gorgonas o las sirenas eran seres que, en la mitología griega, jugaron continuamente papeles malvados: mentirosos, criminales, vengativos o traicioneros, siempre estuvieron del lado de la falsedad y la traición, siendo ellos mismos falsos y traidores.


Organismo genéticamente modificado


Estos monstruos han permanecido vivos en nuestro subconsciente, como nos lo muestran diversas manifestaciones artísticas y, con estos planteamientos, no es raro que hoy exista un manifiesto rechazo a unos seres surgidos como consecuencia de mezcla de caracteres de otros, previos, que pudieron no ser malos ni perniciosos cuando están solos: la maldad intrínseca reside en la misma mezcla.

A veces los temas culturales son recurrentes. Van apareciendo a lo largo del tiempo, siempre actualizados con las nuevas técnicas vigentes. Desde hace un tiempo estamos en un momento en que los mercados se van llenando de productos procedentes de nuevos seres, consistentes en individuos de especies bien definidas a los que se han introducido genes de especies afines para mejorarlos de acuerdo con criterios preestablecidos y hacerlos, de este modo, más rentables en términos de economía o de utilidad para el hombre. Estos seres, por ser producidos luego de un paso de genes desde un ser donante a otro receptor, se denominan genéricamente "transgénicos" y es sobradamente conocida la polémica que han originado en su entorno.


Organismo genéticamente modificado


Surge el recelo de nuevo. Los transgénicos son los nuevos monstruos de nuestra cultura, ahora a nivel molecular: tienen el genoma de una especie, pero algunos genes proceden de otra. De nuevo seres que representan mosaicos de otros que no son malos pero cuya combinación es mala de por sí. La desconfianza, el recelo, el alboroto y el beneficio económico de unos pocos, están servidos. 

Dicen los enemigos de los transgénicos que, al comerlos, comemos genes de otras especies. Pero siempre ha sido así: ingerimos partes de seres que nos sirven de alimento, sean animales o vegetales. Cuando ingerimos esos alimentos, tomamos también sus genes. Luego, en la digestión, estos genes ajenos se descomponen en sus unidades bioquímicas elementales (nucleótidos) y, como tales, son absorbidos a nuestro medio interno donde comienzan un proceso de integración en nuestra propia bioquímica. A ese proceso le llamamos digestión, y mediante él, los componentes moleculares presentes en los alimentos pasarán a ser componentes moleculares de quien los ha ingerido. No tiene ningún sentido científico hablar de “comer genes”.

Organismo genéticamente modificado

De todas formas, dentro del recelo a los transgénicos, encuentro que existen lagunas, serias lagunas, de información, en espera de una respuesta fiable. En primer lugar, un individuo transgénico cualquiera, con un metabolismo perfectamente ajustado, se encuentra con genes nuevos que determinan procesos bioquímicos nuevos en él. Debemos pensar que su metabolismo se enriquece con la presencia activa de estos genes, (para eso se ha manipulado genéticamente). Pero, ¿qué ocurre con los productos de desecho generados a partir de esa novedad metabólica? Porque ésta es una cuestión importante para nosotros y cuya respuesta aún no está claramente definida, que yo sepa.

Creo que no hay ni un solo dato que nos indique que los transgénicos son perniciosos, pero la desconfianza está extendida entre los consumidores a la hora de abastecerse de alimentos, aunque los envases de los productos obtenidos con estos medios tengan la obligación de exhibir las letras que indican su procedencia: OGM “organismo genéticamente manipulado”. 

FABRICADOS CON OGM

Otra cosa, importante, es la comercialización de estos productos. Ocurre que unas pocas empresas se han hecho propietarias de las patentes correspondientes y la capacidad de comerciar transgénicos a nivel mundial, con todo lo que esto significa. Lo que habría sido un beneficio para la alimentación humana, se ha quedado en beneficio de unos pocos. Porque, en EEUU es posible patentar un ser vivo si se ha modificado de algún modo. Ya se le considera un producto industrial.

Hoy los transgénicos están muy presentes en nuestras vidas, no sólo entre los alimentos. Nuestros billetes de euros, en todos sus valores, están hechos con algodón genéticamente manipulado. Por citar un caso.




3 comentarios:

  1. No había pensado en la presencia habitual de los transgénicos en nuestras vidas. Sorprendente!
    Abrazos
    Chiruca

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  2. Mas presentes de lo que creemos. Y no se oculta, lo que ocurre es que muchos no leen la letra pequeña de los periódicos. Cuídate, besos.

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