jueves, 25 de junio de 2015

Una estela en el Museo

Según el diccionario, una estela es un monumento conmemorativo que se erige sobre el suelo en forma de lápida, pedestal o cipo. Allí queda hincada, hasta que por algún motivo cae, pudiendo perderse su recuerdo. Más tarde, es posible que se descubra y, con suerte, recibirá honores por parte de sabios que la estudiarán, interpretarán y llevarán a algún museo para ser admirada. En pocas palabras, tan pocas que podrían ser consideradas ofensivas, ésta viene a ser la historia de una estela que voy a comentar y que se puede ver y disfrutar en el Museo Provincial de Lugo.

LA ESTELA
Voy a comentar lo que me inspira, lo que me hace pensar, la estela de Crecente, de la zona periurbana de Lugo. Puesto que está muy bien estudiada, descrita y comentada por un reconocido especialista, (veáse cita abajo), me limito a decir aquí lo que yo siento al verla.

Se trata de una estela gigantesca, de 2,81 x 0,71 x 0,20 (magnitudes expresadas en metros). Una de las más grandes del norte peninsular. La primera cuestión que me impresiona es el material con que está realizada, nuestro granito. Se me puede decir que es la piedra de que se disponía, pero no. En otros casos se utilizó el mármol o la calcita para esculpir, piedras más fáciles de trabajar aunque, eso sí, también menos duraderas. Aquí, tenemos a nuestros canteros afanados en presentarnos la finura y la fidelidad de su trabajo en la piedra más dura, pero no la más ingrata. Los pliegues de las togas caen como caerían los naturales, los cabellos nos permiten ver cómo eran los peinados y son hermosas las joyas de los personajes representados. Todos los detalles que se quisieron exponer, se expusieron sin más límite que el deseo de quien encargó la obra.

Esta estela de Crecente, de aquí al lado, es muy completa.Tiene esculpido un epitafio, que viene a decirnos que “Apana, hija de Ambolo, que vivía en tierras de los Célticos, al norte del Tambre, murió a los 25 años y está enterrada aquí. Su hermano, Apano, fue el promotor de esto”. La traducción es muy superficial, mía, y lo primero que me impresiona es la temprana edad a la que murió Apana. Hoy, junio de 2015, casi sería considerada una adolescente, pero las expectativas de vida se han ido alargando considerablemente a lo largo de nuestra historia. Tal vez en aquel momento, Apana ya tuviese descendencia. Otra cosa que me llama la atención es el nombre de su hermano, Apano. Eso se puede explicar si cuando nació el chico, su hermana ya había fallecido.

Encuentro un contraste manifiesto en esta estela, y es el grupo familiar formado por el
LA INSCRIPCION
padre, de pie, tras dos mujeres sentadas, tal vez una de ellas Apana, y el niño que, por pequeño, aparece sentado sobre las rodillas de una de las mujeres. Es una composición clásica, muy del gusto romano, con el paterfamilias cobijando o amparando a los demás.

Sí, todo muy romano, la composición, las ropas, los peinados, pero no los nombres, ese es el contraste que encuentro. ¿Qué ocurre aquí? Los nombres son célticos, anteriores a la romanización. Es muy posible que la estela se realizase en una época en la que dicho proceso estaba en marcha, pero no consolidado. Entre los bien situados, y los personajes representados en la estela debieron pertenecer a ese grupo, ya se habían adoptado los modos de los invasores, tal vez formaban parte de una nobleza local emergente. Faltaban siglos para que alguien dijese que, en una época concreta, las ideas dominantes son las de la clase dominante. Ahí tenemos a esta familia con sus apariencias romanas, incluso con la de erigir una estela, socialmente venidos a más. No obstante, en su profundo sentimiento se mantienen apegados a sus orígenes celtas, de sus tierras más allá del Tambre, y así los nombres siguen testimoniando esa pertenencia, siquiera superada, pero no desdeñada. Siglos más tarde, tenemos que los nombres siguen siendo detalles muy identificativos de nosotros mismos.
EL GRUPO FAMILIAR

Por otra parte, y prescindiendo del material sobre el que se plasmó el grupo familiar, debo decir que la composición del grupo, digamos el cuadro, la encuentro muy permanente en los modos de representar familias hasta los mediados del siglo XX, hasta cuando el retratarse no se había popularizado y las fotos eran “de estudio” con motivo de algún evento familiar. Es curioso, pero esta representación familiar de la estela de Crecente, me resulta muy actual en ese aspecto.

Me gusta imaginar cómo debió ser Lucus Augusti en aquel tiempo, y ante esta obra y otras presentes en el Museo Provincial de Lugo, debo desterrar de mi idea muchas imágenes preconcebidas. En la época de la estela, aún no existía la muralla y, por los datos y hallazgos que se van realizando, nos encontramos con una zona periurbana rica en rastros culturales. ¿Qué había aquí? ¿Porqué la familia de Ambolo, el padre de Apana se vino desde el norte del Tambre hasta esta urbe? ¿Qué buscaba aquí como para realizar tan larga emigración?

Ojalá la arqueología nos siga aportando datos que nos permitan conocernos mejor. Mientras, la contemplación de la estela de Crecente es, para mí, una fuente inagotable de reflexiones, que siempre me ha dado nuevos motivos para volver frente a ella.


Antonio Rodríguez Colmenero

jueves, 18 de junio de 2015

La luz, la luz

He ido a visitar la iglesia de Meira, antigua abadía cisterciense venida a menos, después de Mendizábal. Su porte es completamente rural y desde fuera, no hace suponer la altura que nos encontraremos nada más penetrar en su interior. Sus puertas lucen unos herrajes que ya he comentado aquí mismo.

IGLESIA DE MEIRA. FACHADA
El interior apenas luce ornamentación. Sus paredes, unos cuantos retablos carcomidos y la recia arquitectura cisterciense, nos reciben casi como a unos intrusos que nos adentramos en aquellos muros, que definen un interior desacostumbrado. Ni una sola luz eléctrica, solo está iluminada por la luz exterior, natural, que penetra por ventanales laterales y el gran rosetón de la fachada. Hay mucha luz en el interior, aunque los tópicos tachen de obscuras a las construcciones románicas.
Cuando se construye la iglesia, principio del s.XIII, el gótico ya está al venir. Los arcos apuntados nos lo atestiguan, si bien aún no hay bóvedas de aristas. Sí, sabiendo verlo, comprobamos que el gótico llama en las puertas de los estudios de los arquitectos y pronto la luz penetrará a raudales en los interiores a través de vidrieras, pero aún no es el momento.
Esta última vez, visité Meira en un día soleado. De entonces son las fotos que publico
NAVE CENTRAL
ahora. Me pregunto qué impresión tendrían los visitantes de siglos pasados, al penetrar en este templo. Cuando, por no haber, ni existía luz eléctrica. Hoy la echamos en falta, incidiendo con sus haces en aquellos lugares que los técnicos han querido que observemos. Nos hemos hecho muy esclavos de estas técnicas de hoy.
Esto me hace pensar en cómo vemos los edificios actuales. La iglesia de Meira, por volver a ella, ¿sería reconocida por sus arquitectos? Quiero creer que sí. Está tan empobrecida, que pocas mejoras se le han podido añadir, para adecuarla a estos tiempos que vivimos. A veces, pienso que muchas de esas obras encaminadas a actualizar, alejan a los monumentos de la idea fundacional que tuvieron quienes los erigieron
Cuando los constructores alzaron la iglesia abacial de Meira,  hacia 1213, la dotaron de todo cuando estaba a su alcance técnico para hacer de ella algo especial. Orientada en el eje, este-oeste, garantizaba luz al amanecer, que entraría por el ábside, y al atardecer, que entraría por el rosetón de la fachada y llenaría las naves de luz. Esa fue la intención inicial.
DE NUEVO LA NAVE CENTRAL
¿Han mejorado los monumentos con la iluminación que se emplea hoy? Creo que la luz eléctrica ha venido, es un decir, a violar la intimidad para la que fueron construidos los edificios religiosos. Sí, cierto, podemos ver y admirar al detalle toda la perfección de la obra, toda la maravilla arquitectónica encerrada allí, pero esos edificios se hicieron para otra cosa y no para que hordas de visitantes (yo entre ellos), vayamos fotografiando este o aquel capitel, desdeñando, menospreciando y tal vez mancillando, el espíritu con que se construyeron.
Muchos me dirán que el interior de Meira es lóbrego, y claro que lo es para alguien que lo visita con ojos de 2015, pero quiero creer que no lo fue para entonces. A veces me gustaría visitar algunos lugares sin disponer de más recursos para visitarlos que aquellos de los que se disponía entonces. Bajaría a la cripta del Monasterio del Escorial, o a la de la Colegiata de Osuna, sin más iluminación que la que me aportase una antorcha o una vela. Muchos me dirían que es muy tétrico, pero es lo que había y quiero revivir aquel ambiente. Tampoco hay que desdeñar la dimensión tétrica al visitar tumbas.
NAVE LATERAL. ARCOS APUNTADOS
PRESAGIAN AL GÓTICO
Al lado de toda esta escasez de luz (no digo lobreguez), debió de ser simbólico su derroche en algunos lugares, por ejemplo, en la capilla de la Virgen de los Ojos Grandes, en una catedral  tan obscura como la de Lugo. Esos contrates de luces y sombras son unos de los componentes del barroco, como sabemos. Y sabrían encontrarle su significado.
AL FONDO, PUERTA DE
ACCESO CON EL ROSETÓN QUE CONTRIBUYE
A ILUMINAR EL INTERIOR DEL TEMPLO
No estoy en contra, faltaría más, de la iluminación de interiores. Evoco los de las catedrales de León o la de Chartres, por ejemplo, pero siento que a cuenta de esas “mejoras” nos hemos separado de su sentir inicial, cuando se pensó construir un espacio para, entre otros fines, acercar a Dios y encontrar su presencia en su interior. Hoy ese espíritu, que pudo haberse conseguido en otros tiempos, tal vez se ha perdido en muchos casos.
En múltiples ocasiones me he preguntado si estos adelantos y supuestas mejoras
aplicadas a los edificios religiosos,  no han alterado el ambiente de recogimiento que se quiso conseguir cuando se alzaron. Por eso, me gustaría que en algunos de ellos nos ofreciesen la posibilidad de visitarlos, en horas concretas, sin más luz que la natural, para verlos tal como fueron concebidos por sus autores y fueron vistos por nuestros antepasados. No sé cuántos visitantes harían uso de esta opción, pero hacerlo nos podría aportar dimensiones nuevas sobre los monumentos que visitásemos.


miércoles, 10 de junio de 2015

BARROCO EN EL MUSEO

En el Museo Provincial de Lugo, en su claustro, me encuentro con hermosos exponentes del barroco hecho granito. Plasmado en piedra recia y dura, fueron nuestros canteros los que supieron sacarle todo un esplendor figurativo como si fuese blanda y obediente. Aunque  lo de obediente, vemos que  sí lo tiene el granito cuando se encuentra con quien le mande como tiene que ser. Por Galicia entera encontramos sinfonía de barroco en granito, pero no me puedo salir del claustro del Museo, y no me quejo, que tengo mucho para reflexionar con él.

LA PUERTA QUE COMENTO
Yo diría que queda poco del barroco en el claustro, todo del siglo XVIII. En otras partes, el barroco es propio del siglo anterior, del XVII, pero ya sabemos que a nuestra tierra, estas corrientes llegan con cierto, o bastante, retraso. Y como Lugo era ciudad feudal, los restos que tenemos son recuerdos de dos obispos, Izquierdo y Armañá, y de algunos representantes de la nobleza local. Poco más, pero tampoco nada menos.

Hay una puerta, enmarcando un reloj de sol que he comentado, policromada, de la época del obispo Izquierdo. La puerta es pequeña, estrecha y de bajo dintel. Policromada, tiene un relieve que nos dice que se construyó en época del prior tal Es decir, una puerta monacal y, sobre ella, el escudo del mecenas, el Obispo. El escudo es el mismo que campea en el lienzo interior de la puerta de Santiago.

Me gusta el granito policromado, tiene un tono que siempre me ha resultado entrañable. Está claro que es difícil este tipo de policromía, pero ahí está, venciendo el paso del tiempo y los avatares que debió sufrir la puerta antes de terminar aquí. Y luce, como luce también todo el relieve de la talla del símbolo episcopal, el capelo, con sus cuerdas y borlas labradas como si se tratase de una piedra blanda. Me gusta este barroco con la exhuberancia de adornos, cabezas de querubines, hojas de acanto y la indicación pretendida de que, aunque exagerado, el adorno es eclesial. Eso, que no se dude.

NOBLEZA LOCAL
Dejamos atrás esta puerta, mas bien su marco, y siguiendo mi sentido del paseo, desde lejos veo un gran escudo. Maravilla barroca. De familia noble local, hidalgos, no se escatimaron símbolos en él. Fuera de los múltiples cuarteles, que aún conservan policromía, encontramos banderas abatidas a ambos lados del yelmo. Cayendo a lo largo del escudo, racimos de frutos al estilo compostelano, como si se derramasen desde sendas cornucopias evocando la idea de Casas Novoa. Los frutos caen de arriba y se esparcen entre todos como lluvia de favores que nos vienen de lo alto. Hermoso escudo, también.

En mitad de la pared, de procedencia desconocida y hecho en el siglo XIX, nos
ANGEL TROMPETERO
encontramos un ángel con trompeta. La otra cara del barroco, Memento homo… la muerte. ¿Porqué en esa época se nos recuerda de modo tan insistente? Todos sabemos que hemos de morir, pero al barroco parece gustarle recordárnoslo constantemente. Incluso, con figuras e imágenes hermosas. Miro este ángel y pienso que esas trompetas no existen en Galicia, que son propias de países orientales, ¿quién le hablaría de ellas al anónimo escultor? También le debieron contar de los ángeles tocando las trompetas en el Apocalipsis. Todo eso lo vertió en su ángel que, por suerte, no desapareció y allí está, en aquella pared del claustro recordándonos nuestra cita inexcusable. Gracias al ángel trompetero y a quien lo supo cuidar hasta que llegase hasta aquí.


Lo que más me llama la atención es el último escudo que voy a comentar, el último, también, que encontramos en nuestro paseo por el claustro. Corresponde a uno del Obispo Armañá, con medallón granítico adjunto. Ese medallón es lo que me gusta, donde encuentro lo más genuino del barroco en este claustro del Museo. Ciertamente, el medallón nos habla del “episcopi ac domni lucensis” obispo y señor de los lucenses… y nos indica que se hizo en el año MDCCXXVI, La verdad es que todo eso poco me importa ahora. Hay algo en el conjunto que siempre me ha llamado la atención.

Toda esta leyenda está esculpida en un óvalo que quiere imitar una medalla. Y esa medalla quiere imitar, o parecer, o hacernos creer, que está colgada mediante un ligero y elegante lazo en un clavo. Para que el viento, o lo que sea, no consiga que tal medallón caiga, el clavo se ha remachado dejándolo bien sujeto. Como es lógico, todo es figuración, artificio. La piedra en que está esculpido estuvo bien asentada en el muro frontal del edificio y no hubo peligro de caida. En todo caso, de derrumbe, pero eso sería otra cosa. Aquí es el artificio de hacer lo ficticio como necesario y real. El ligero medallón bien sujeto por un clavo remachado.

Y ese clavo doblado es lo que más me hace pensar en el barroco, el detalle en el que encuentro la exaltación de un estilo que quiso expresarse con lo exagerado como norma de belleza, aunque para hacerlo de modo coherente, necesitase de nuestro consentimiento cómplice.

EL CLAVO SOSTENIENDO EL FRÁGIL MEDALLÓN 
Yo me siento partícipe del sentir del escultor e invito a todos los que lo vean que hagan lo mismo. Tal vez durante un instante, puede que fugaz, veamos el barroco de un modo diferente.



miércoles, 3 de junio de 2015

ESPINARIOS

EL ESPINARIO DE MI POSTAL
Recibo una postal desde Florencia con esta imagen. En el reverso, en cuatro idiomas (ni español ni portugués entre ellos), se lee que se trata de un “muchacho que se saca una espina del pie. Figura hecha a partir de un original griego en bronce del siglo I a.C.” Como se quita una espina, le viene el nombre por el que lo conocemos, El Espinario. Se trata de una escultura de la época Helenística, cuando el arte griego se hace, es un decir, costumbrista y retrata a personan en su vida cotidiana, olvidándose de dioses y atletas. En esta época se representan ancianos figuras dolientes, o en cualquier actitud en la que cualquier griego se podía sentir representado.


OTRO ESPINARIO
Lo del niño este ya es otra cuestión. ¿Qué le ocurre? Hay quienes dicen, es la opinión mayoritaria, que representa a un adolescente, Martius de nombre, a quien se le encomendó llevar un recado al Senado. El niño corrió hasta terminar su cometido. Fue entonces cuando se quitó una espina que se le había clavado en la planta del pie durante su carrera. La actitud de Martius fue tomada como modelo a seguir y como ejemplo a presentar ante la infancia, por eso se hicieron numerosas copias de la escultura, muchas de las cuales han llegado hasta nosotros. La verdad, no es que me guste mucho esta idea, pues a nadie se le ocurre mandar a un recado a un muchacho desnudo. Antes se le mandaría cubrirse con algo.

PUERTA EXTERIOR, HOY INTERIOR
DE LA CATEDRAL DE LUGO
Por eso me gusta más, por verosímil, otra interpretación, aunque menos extendida. Según ella, Martius sería un atleta (corrían desnudos) que se clava una espina durante una carrera. La escultura lo coge en el momento en que se quita la espina.

En ambos casos, la espina viene a truncar un trabajo, que el adolescente termina más o menos bien. Si la espina ha sido puesta por los dioses en el camino de Martius, el muchacho lo tomará como una acción divina contra él, pero no sabemos qué actitud toma ante ella, puesto que le vemos concentrado en lo inmediato, en quitarse la espina y que termine el daño.

ESPINARIO DE LA CATEDRAL DE LUGO
FIJARSE EN SU ACTITUD BURLONA
Conozco dos representaciones diferentes del espinario, las dos esculpidas en nuestra tierra, pero muchos siglos más tarde, en plena época del románico. En ambos casos se trata de dos canecillos, uno de ellos en la iglesia de Ansemil (Silleda) y el otro, en la catedral de Lugo.

El espinario de la catedral de Lugo se encuentra en la puerta que da paso desde la capilla del Pilar a las naves. Antiguamente, esta puerta constituyó una fachada lateral de la catedral. Como tal, tenía su ornamentación. El de Ansemil, exterior, es el primero de la derecha del templo, según se mira de frente.




ANSEMIL. IGLESIA CON SU  ESPINARIO


En ambos casos, el tema es perfectamente reconocible debido a la postura inequívoca del hombre, con su pie izquierdo, el dañado, sobre la rodilla derecharda y con ambas manos en él. Pero a diferencia del muchacho de inspiración helenística, concentrado en su lesión e intentando eliminar la causa, estos dos espinarios se desentienden del pie y miran enojados al cielo, residencia de la divinidad. El de Ansemil tiene un gesto retador, enfadado. El de Lugo, mira hacia el cielo haciéndole la burla y echándole la lengua.

ESPINARIO DE ANSEMIL
Para mí, siempre ha sido motivo de reflexión esta diferente actitud de unos y otros frente a un mismo hecho y debido a una misma causa. Tal vez por aquí, y no sé con base a qué, nos creamos con derechos a pedir unos supuestos tratamientos de favor por parte divina. Tal vez es lo mismo que le ocurrió a un muchacho sevillano, malcriado y acostumbrado a hacer ley de su capricho, cuando, siglos más tarde, y ante hechos que no le venían muy a favor, no tuvo más idea que gritar de modo insolente:

Llamé el cielo y no me oyó
Y pues sus puertas me cierra,
De mis pasos en la tierra,
Responda el cielo, no yo.


Puede que no le hubiese venido mal a este niño sevillano de la familia Tenorio, y a nuestros espinarios, que alguien les hubiese dicho, cuanto antes mejor, que los responsables de sus actos eran ellos mismos y nadie más. Hay cosas que conviene saber pronto.