martes, 18 de diciembre de 2012

FRANCIS CRICK EN LA HISTORIA DE LA BIOLOGÍA

Algunas reflexiones acerca de la Ciencia


A veces nos llegan noticias completamente intrascendentes. En otras ocasiones, las novedades vienen llenas de un cierto contenido. Pero hay veces en que son tan rotundas, que nos obligan a analizar muchas cosas a la luz de la nueva situación generada por el acontecimiento que acabamos de conocer.
Cuando este verano pasado conocí la muerte de Francis Crick, se me acumularon en la mente una gran cantidad de datos, de detalles y de perspectivas históricas que me obligaron a reflexionar sobre su actuación dentro de la biología. Un papel que va más allá de lo realizado por él y que nos obliga a contemplarlo desde la óptica de lo que representa a partir de sus descubrimientos, reflexiones y planteamientos.
Más tarde, y ya comenzado el curso, el Sr. Decano de la Facultad me encomendó impartir la conferencia correspondiente al Acto Académico con que conmemoramos la festividad de S. Alberto Magno. Los dos pensamos en la posibilidad de presentar una semblanza personal sobre esta figura de la biología del siglo XX. Desde aquí quiero agradecerle la posibilidad que me brindó de presentar ante ustedes estas reflexiones mías.
El pasado día 28 de julio nos enterábamos de la muerte de Francis Crick. Tenía 88 años. La noticia no dejó indiferentes a las múltiples personas que, de un modo u otro, conocen su actividad científica ejercida a lo largo de una vida fecunda en trabajos y logros. También yo reflexioné sobre su figura y su legado. Me gustó pensar en cómo, pasado el tiempo, se enjuiciará su trayectoria desde una óptica histórica, enlazando la figura de Crick con la de los grandes de la biología, como pudieron ser Pasteur, Mendel, Darwin o Cajal, por citar unos pocos. Todos ellos contribuyeron y consolidaron nuestros conocimientos acerca de nosotros mismos. Crick también lo hizo y por eso su nombre irá ligado a esa estela de sabios que, desde antiguo, vienen planteándose preguntas sobre nuestra reflexionar ahora en voz alta acerca de este hombre que contribuyó de modo determinante a nuestro conocimiento, respondió a dudas que venían planteadas desde el tiempo de los filósofos jónicos y planteó nuevas preguntas que están en los límites de nuestros conocimientos actuales acerca de la naturaleza de la vida.

Permítanme reflexionar ahora en voz alta acerca de este hombre que contribuyó de modo determinante a nuestro conocimiento, respondió a dudas que venían planteadas desde el tiempo de los filósofos jónicos y planteó nuevas preguntas que están en los límites de nuestros conocimientos actuales acerca de la naturaleza de la vida.
Desde la época más antigua, el ser humano ha formulado preguntas sobre el origen del mundo, sobre la propia naturaleza y, a veces, sobre su propia finalidad. En tiempos pretéritos las respuestas llegaron bajo la forma de mito. Más allá de este estado, los sistemas explicativos se organizaron según dos tendencias divergentes.
Una de estas tendencias dio origen a las religiones, todas ellas consistentes en un conjunto de dogmas basados en algún modo de revelación. Así, el mundo occidental hasta el fin de la Edad Media estuvo dominado por una confianza implícita en los escritos de la Bibliay, por tanto, por una creencia general en lo sobrenatural.
El otro modo de tratar los misterios del mundo fue, y sigue siendo, por medio de la filosofía y más tarde de la ciencia, si bien en el principio de su historia la ciencia no estuvo totalmente separada de la religión. La ciencia se dirige a los misterios con sus preguntas, dudas, curiosidad, etc., esforzándose en encontrar explicaciones, actitud muy diferente de aquella otra en la que se basan las religiones. Los filósofos presocráticos (jónicos) fueron los primeros en transitar estas vías en su búsqueda de explicaciones “naturales”, es decir, explicaciones basadas en las formas observables de la naturaleza tales como el fuego, el agua o el aire. Esta tentativa de los jónicos para comprender las causas de los fenómenos naturales representa el principio de la ciencia.
Una diferencia fundamental entre ciencia y religión es que, en general, la religión consiste en un conjunto de dogmas revelados a los que no hay alternativa ninguna ni posible desviación conceptual por pequeña que sea. En ciencia, por el contrario, se insiste en la formulación de respuestas alternativas y en la paulatina substitución de unas teorías por otras. En general, la bondad de una idea científica sólo se puede evaluar por completo en función de su eficacia explicativa e, incluso, predictiva. Han sido pocos los científicos que han dicho esto, que a veces es considerado como la esencia de la ciencia. En tiempos del empirismo y del induccionismo, se dijo que la función de la ciencia era acumular conocimiento. Muchas veces se perdió de vista lo que es el verdadero objeto de la ciencia: una comprensión cada vez mayor de nuestra propia naturaleza y del mundo en que vivimos.
La ciencia tiene numerosos objetivos. En 1968, Ayala los describe así:
- busca organizar los conocimientos de modo sistemático, esforzándose por descubrir las relaciones entre fenómenos y procesos.
- se esfuerza por ofrecer explicaciones a las condiciones en que ocurren ciertos sucesos.
- propone hipótesis explicativas que pueden ser probadas y, por tanto, rechazadas.
Más en general, la ciencia intenta encontrar un pequeño número de principios explicativos con los que interpretar la inmensa diversidad de los fenómenos y procesos que ocurren en la naturaleza.
En las ciencias biológicas, la mayoría de los grandes progresos se hicieron a partir de la aparición de conceptos nuevos o de la mejora y redefinición de los preexistentes. No están muy equivocados quienes afirman que el progreso de la ciencia consiste principalmente en el progreso de los conocimientos científicos. En este plan, una de las grandes preguntas que siempre se planteó el hombre es aquella que se refiere a la herencia biológica y a la diversidad.
En la época jónica Platón había hablado de las esencias, inmutables en el tiempo, y esto, que aplicado al campo conceptual de otras ciencias como pueden ser la física o la química, puede ser muy explicativo y operativo, fue un auténtico desastre cuando se aplicó a la biología. Platón tuvo una influencia muy negativa en diversos campos biológicos. Fueron necesarios mas de dos mil años para que la biología, gracias a Darwin en gran medida, escapase del efecto paralizante del esencialismo auspiciado por Platón El pensamiento platónico sobre los seres, abrigados en las esencias, no fue operativo a la hora de enjuiciar la variabilidad de los seres naturales y muchas veces constituyó más bien un freno ideológico cuando se hizo necesario enjuiciar la naturaleza de esa misma variabilidad. Pero toda la importancia que le concedió al gran arquitecto cósmico, permitió vincular su filosofía con el dogma cristiano, que dominó el pensamiento occidental hasta el siglo XVII. La emergencia de las modernas teorías biológicas sólo fue posible, en gran parte, después de que la ciencia se emancipase de las ideas platónicas.
Aristóteles es un pensador muy diferente. Antes que Darwin, nadie como Aristóteles contribuyó tanto a nuestra comprensión del mundo. Sus conocimientos biológicos eran inmensos y procedían de anteriores fuentes diversas. Podemos decir que cada capítulo de la biología clásica tiene sus comienzos en la obra de Aristóteles. Fue el primero en distinguir diferentes ramas en la biología y en dedicarles tratamiento monográfico separado. Fue el primero en descubrir el gran valor explicativo de la comparación y es reconocido, justamente, como el fundador del método comparativo. Fue el primero en establecer detalladamente la historia natural de un gran número de especies animales. Consagró una obra entera a la biología de la reproducción. Se interesó por la diversidad orgánica así como por el significado de las diferencias entre los reinos animal y vegetal. Incluso sin proponer una sistemática formal, realizó una clasificación de los animales según ciertos criterios, y su clasificación de los invertebrados fue superior a la que, dos mil años mas tarde, haría Linneo. En fisiología no tuvo tanta notabilidad debido a que se inspiró en doctrinas anteriores. Fue un empirista y sus especulaciones siempre estuvieron precedidas por observaciones pertinentes. En una obra suya dice taxativamente que la información que nos llega por los sentidos debe ser más valorada que la que nos indica la razón. En ese aspecto andaba a años luz por delante de los que, entre los escolásticos, más tarde serían llamados aristotélicos, y que no analizaban los problemas más que por las vías de la razón.
Lo más notable en él es que siempre anduvo a la búsqueda de las causas y sus preguntas más importantes no fueron tanto buscar el “¿cómo?”: ¿Cómo es tal estructura? ¿Cómo funciona tal mecanismo, sino el “¿por qué?” ¿Por qué un organismo crece desde la forma de huevo fecundado hasta la de adulto? ¿Por qué la naturaleza está llena de procesos finales? Vio claramente que la materia inorgánica está desprovista de capacidad para desarrollar las formas complejas de los organismos, en este plan, hoy diríamos que no creía en la generación espontánea. Según él, en la materia viva debía haber algo más, y para nominarla empleó la palabra eidos, que venía a ser un principio intrínseco de los seres y que tendría unas funciones exactamente similares a las que, en biología moderna, se atribuye al genotipo cuando se considera como un programa genético de desarrollo. Decía que todas las substancias naturales intervienen de acuerdo con sus propiedades intrínsecas y que todos los fenómenos de la naturaleza son procesos o intervienen en procesos y, puesto que todos ellos tienen un fin último, consideraba que el estudio de esos fines también contribuye de modo esencial al estudio de la naturaleza. Para Aristóteles todas las estructuras y las actividades biológicas tenían su significación en términos biológicos o, como diríamos con términos actuales, un significado adaptativo. Posiblemente éste fue el mayor éxito de Aristóteles, haber comprendido esto. Las preguntas tipo “¿por qué?” que formuló Aristóteles jugaron un papel muy importante en la biología de los siglos posteriores y en la misma historia de esta ciencia.
Sólo en estos últimos años, los trabajos de Aristóteles han sido valorados en su justa medida. En épocas pasadas no disfrutó de ese merecido reconocimiento debido a muchas razones. Una de ellas fue que los tomistas hicieron de él la suprema autoridad filosófica y al caer la escolástica arrastró con ella a Aristóteles. Por otra parte, el renacimiento científico se realizó fundamentalmente en el campo de las ciencias físicas y químicas, áreas que encajaban bien dentro de la filosofía platónica y para las cuales la filosofía aristotélica no ofrecía marcos adecuados. Esto fue advertido por Bacon, Descartes y otros, que no dejaron de menospreciar las doctrinas aristotélicas.
Conforme la biología se fue apartando de la física, se le fue concediendo mayor importancia a Aristóteles. Cuando en nuestra época se comprendió que los seres vivos tienen una doble naturaleza, la actual y otra que es la consecuente de una historia evolutiva, se comprendió también que el “plan” que dirige su desarrollo y sus actividades -es decir, su programa genético- representa el eidos, el ”principio formativo” que ya había formulado Aristóteles. Ya no hacía falta mucho para que todos los biólogos comprendiesen que convenía algo más que un soplo vital para que un huevo de rana produjese una rana y una bellota diese lugar a una encina. Solamente era preciso reconocer que los sistemas biológicos complejos son el producto de programas genéticos con una historia evolutiva de mas de tres mil millones de años.
Pero para que eso ocurriese, sería preciso llegar a las épocas actuales, pues cuando el Cristianismo conquistó Occidente, la teología cristiana llenó el conocimiento con su interpretación del mundo. La teología cristiana estaba dominada por la idea de la creación. Según la Biblia, el mundo había sido creado hacía poco, no cambiaba y toda su comprensión estaba contenida en la “palabra revelada”. El dogma impidió considerar cualquier cuestión relativa al porqué de las cosas o esbozar la más pequeña idea evolutiva. Y puesto que el mundo había sido creado por Dios, era, tal como siglos mas tarde diría Leibniz, “el mejor de todos los mundos posibles”. Cualquier cambio evolutivo, por tanto, sería para peor.
El suceso que, acontecido en el seno de la cristiandad, afectó mas a la historia de la biología fue el desarrollo de una visión del mundo conocida como “teología natural”. En los escritos de los Padres de la Iglesia, la naturaleza aparecía como si fuese un libro, el análogo natural del libro revelado, la Biblia. Hacerequivalentes los dos libros sugería que el estudio del libro de la naturaleza, la creación realizada por Dios, autorizaba el desarrollo de una teología natural, pareja a la teología revelada surgida del estudio de la Biblia.
Este concepto de la teología natural no era un concepto nuevo. La armonía del mundo y la aparente perfección de las adaptaciones manifestadas por los animales y las plantas, ya había sido señalada por muchos autores bastante antes de la aparición del cristianismo. Ya en el antiguo reino de Egipto, en Menfis, dos mil años antes de la civilización griega, había sido postulado que una inteligencia superior creadora había organizado los fenómenos de la naturaleza. Posturas tan claramente teológicas pueden ser encontradas también en Jenofonte o en Herodoto. Platón pensaba que el mundo había sido creado por un artesano bueno, inteligente y racional. Galeno defendió la idea de un mundo querido, la obra de un creador bueno y todopoderoso. Pero el autor más influyente para el desarrollo de la teología natural fue santo Tomás de Aquino. Su obra dominó el pensamiento científico europeo y en su Summa Theologica, el quinto argumento para probar la existencia de Dios está basado en el orden y la armonía del mundo, que requieren que un ser inteligente y trascendente dirija todo hacia una finalidad.
Pero seguían pendientes, aún sin resolver, las preguntas planteadas por Aristóteles acerca del eidos, el principio formativo de todos y cada uno de los seres vivos. Su diversidad según las diferentes áreas geográficas, puesta de manifiesto por los viajes de exploradores y estudiosos, era una cuestión intrigante que contrastaba con los valores de las constantes físico-químicas en todo el globo terrestre. La especie como entidad biológica seguía siendo algo inexplicable. La vida era considerada como una actividad que se podía crear bajo ciertas condiciones y, por tanto, se creía en la generación espontánea.
Fue preciso llegar a un mundo de madurez de ideas para que esas cuestiones volviesen a ser planteadas con cierta precisión. Después del siglo XVIII, y los trabajos de los grandes estudiosos de la naturaleza, como es el caso de Bufón y su Historia Natural, donde ya apunta la posibilidad del origen de las especies a través de procesos evolutivos, el siglo XIX se va a caracterizar por el rigor en los planteamientos y la emergencia de una serie de conocimientos que son aplicables a todos los seres vivos. Comienza la existencia de la biología como hoy la conocemos. Las preguntas de siempre, las que han acompañado al hombre desde Aristóteles y han servido de estímulo a la mayoría de los estudios de fondo, comienzan a ser respondidas, se asientan los fundamentos de lo que empieza a ser una biología moderna, cada vez más y más alejada de los antiguos mitos explicativos.
Del Siglo XIX es la teoría celular, la comprensión de los procesos hereditarios y los de división celular, el conocimiento de los principios inmediatos, la síntesis de la urea y, por tanto, el comienzo de la desaparición del vitalismo como supuesta doctrina, el destierro de las ideas acerca de la generación espontánea, el aforismo onmis vivo ex vivo (la vida no se crea, simplemente se transmite), la idea de la evolución causada por selección natural y, en suma, la misma palabra biología. También es en este siglo cuando los científicos dejan de hablar de Dios en sus escritos, de modo que ya no es posible deducir, a través de ellos, el credo de sus autores.
El nacimiento de la biología molecular coincidió con el momento en que los científicos relacionaron enzimas con genes y se comenzaron e estudiar los procesos biológicos bajo este punto de vista. Esto ya no era química orgánica, ni bioquímica. Era la implicación de las moléculas en los procesos biológicos y apareció el concepto de biología molecular, muchos de cuyos logros ha sido elucidar la estructura tridimensional de las moléculas y, a partir de ellas, comprender sus funciones.
Es en esta época cuando renace el interés acerca del material hereditario y al imaginar que el mensaje genético debe estar encerrado en diferentes secuencias moleculares, se piensa que sean las proteínas las encargadas de esta función, puesto que al ser polímeros de 20 diferentes monómeros, las posibles combinaciones diferentes llegan a ser casi incalculables. No obstante, los trabajos de Avery y colaboradores con Pneumococcus, abren la puerta a la investigación en la dirección correcta, y son los experimentos de Hershey y Chase los que determinan de modo concluyente que son los ácidos nucleicos los encargados de transportar la información genética a lo largo de las generaciones.
A este momento le siguió uno, intenso, de estudios acerca del ADN y de su presencia en la célula. En consecuencia se ganó en conocimiento acerca de su naturaleza y de su comportamiento. Algunas de las deducciones a las que se llegó no dejaron de ser proféticas: La inercia metabólica del ADN parecía confirmar una especulación común entre los teóricos del gen, según la cual el gen funcionaría como “matriz”: “La implicación lógica es que el gen no necesita hacer nada (en el metabolismo de la célula) sino que simplemente aporta un plan de realización de las síntesis” (Mazia, 1952). La cantidad absolutamente constante de ADN por núcleo diploide de cada especie, estaba perfectamente de acuerdo con este postulado.
El ambiente intelectual era el apropiado, las ideas estaban perfectamente perfiladas, las técnicas a punto y la pregunta adecuada, siempre estímulo de la investigación, formulada: ¿cómo es la estructura de los ácidos nucleicos? Porque únicamente conociendo la estructura del ADN se podría comprender cómo era capaz de llevar a cabo su función.
A principios de los años 50 del pasado siglo, varios laboratorios se pusieron a trabajar para resolver la duda y dos de ellos fueron los de Linus Pauling, en Pasadena, que estudiaba estructuras moleculares y el de Maurice Wilkins, de Londres, que era especialista en rayos X. Perteneciente a este equipo, Rosalind Franklin tuvo el éxito de conseguir excelentes fotografías de la difracción de estos rayos causada por el ADN. En función de estas fotografías se plantearon muchas preguntas acerca de la estructura del ADN, cuando un tercer grupo comenzó a trabajar, en Cambridge, con el mismo tema: era el formado por Francis Crick y James Watson.
No es cuestión de comentar la historia del descubrimiento, pero sí es importante señalar que fueron estos dos últimos quienes se dieron cuenta de la importancia biológica del ADN y eso fue lo que les permitió aclarar este problema a pesar de sus no muy amplios conocimientos de biología. Wilkins, por ejemplo, en esos mismos años se preguntaba “qué podían hacer los ácidos nucleicos en las células”.
Mientras, tanto Crick como Watson hablaron con biólogos, visitaron centros de investigación, se ayudaron de modelos de los diferentes componentes de los ácidos nucleicos y, entre febrero y marzo de 1953, llegaron a una solución satisfactoria a aquella pregunta que se venía formulando la ciencia desde Aristóteles. ¿Cómo es el material hereditario?
De pronto se comprendió mucho de aquello que hasta entonces había constituido un misterio. Allí estaba, encerrada en una sencilla estructura molecular, la clave de la historia evolutiva de los seres vivos.
Se dijo, y se sigue diciendo, de la molécula de ADN que era elegante ¿qué entendemos por elegante en este caso? A veces es preciso detenerse en el significado que pueda tener un adjetivo porque nos puede aclarar más de un concepto. Al ver la estructura molecular de otros compuestos y evocar sus propiedades bioquímicas, muchas veces no nos resulta posible deducir éstas a partir de aquella. Todo queda como encerrado en un misterio funcional cuyo desciframiento será base de futuros estudios. No conozco una estructura molecular tan transparente como la del ácido nucleico. Al verla es sencillo intuir su funcionamiento, pues todo en ella tiene una finalidad que nos es posible comprender. No encontramos nada que nos parezca superfluo y todo cuanto sabemos acerca del ácido nucleico lo podemos comprender viendo su estructura. Todo está allí para quien quiera interpretarlo. Para mí, ahí es donde radica el calificativo de elegante cuando se aplica a esta estructura molecular, su transparencia.
El descubrimiento de la doble hélice del ADN y de su código representó un paso científico de primera magnitud. Simultáneamente clarificó algunas de las zonas más oscuras de la biología y permitió formular preguntas bien definidas: algunas de ellas representan hoy en día las mismas fronteras de la biología. Demostró hasta qué punto los organismos son fundamentalmente diferentes a cualquier otro tipo de material inerte. No hay nada en el mundo inanimado que esté dotado de un programa genético que sea capaz de almacenar la información a lo largo de una historia que, globalmente y para el mundo vivo, se remonta a tres mil millones de años. Al mismo tiempo esta explicación puramente mecanicista explica fenómenos que los vitalistas decían no poder clarificar física o químicamente.

Pero fijémonos en la figura de Francis Crick, pues me gustaría reflexionar sobre su papel en la historia del pensamiento biológico. Procedente del campo de la física, se dedicó a desentrañar lo que él llamó “el secreto de la vida”, la naturaleza del ADN. Perteneciente a una familia de artesanos y amantes de la naturaleza, (su abuelo se había carteado con Darwin y publicado un pequeño artículo con él), estudió en el University College London. Después de la segunda guerra mundial, se preocupó por temas biológicos y a ellos se dedicó desde entonces hasta su muerte, acaecida en julio del presente año.
Posiblemente ha sido el biólogo y el pensador de la biología más influyente del siglo XX. Tal vez, como antes decía refiriéndome a Aristóteles, que todos los campos de la biología comenzaban en él, algún día se llegue a decir que todos los campos de la biología molecular comienzan en Crick. Es asombroso cómo llegó a intuir el comportamiento del ADN y su biología, para, desde ese planteamiento, poder predecir correctamente su funcionamiento y su comportamiento. Jacques Monod escribió “Nadie descubrió o creó la biología molecular. Pero un hombre domina intelectualmente la totalidad de su campo, debido a que conoce y comprende lo más importante de su contenido, ese hombre es Francis Crik”. Para muchos, junto con Darwin y Mendel, forma un trío de sabios que han sido capaces de establecer el conocimiento de la perpetuación, y diversificación, de los seres vivos.
Describiendo la estructura del ADN, encontró la base molecular de la identidad estructural de todos los seres vivos, aquella identidad que había sido buscada desde el Renacimiento y prevista e insinuada por Darwin con un enfoque más científico y menos romántico.
Definió lo que ha sido llamado Dogma Central de la Biología Molecular, que nos indica que la información biológica sigue un camino que va desde el ADN hasta las proteínas, pasando por el ARN como intermediario. Si bien existe un posible, y restringido, retorno desde el ARN al ADN, no se conoce ningún mecanismo molecular que haga un viaje inverso que, teniendo como origen la proteína, sea capaz de incidir en el ADN. De este modo sencillo, sin mayores complicaciones, desbarata definitivamente la antigua creencia sobre la herencia de los caracteres adquiridos, pues molecularmente, dice, no hay ningún camino conocido, ningún proceso bioquímico, que nos pueda explicar su base estructural.
Francis Crick se embebió de la estructura del ADN e intelectualmente se metió en ella; aplicó sus conocimientos para estudiarla, conocerla e interpretarla y demostró, con atinadas predicciones acerca de su comportamiento, estar al tanto de muchos de los problemas fundamentales de la biología, muchos de los cuales sólo se podían explicar a partir de un profundo conocimiento de la estructura del ADN. Dedujo su replicación semiconservativa, ya insinuada en el último párrafo del trabajo en que se propone su modelo estructural.
Crick predijo la existencia de un código genético y mediante sencillos experimentos, demostró que la unidad de cifrado debía ser el triplete de nucleótidos. Predijo la existencia de moléculas de doble especificidad que sirvieran de adaptadores entre los tripletes del ácido nucleico y los aminoácidos. Y existían y hoy los conocemos como los ARN transferentes. Una vez descifrado el código, y descubierta su universalidad, fue Crick quien propuso la hipótesis del tambaleo para explicar de modo operativo la degeneración encontrada en él.
Basándose en esa degeneración, en la abundancia entre los seres vivos de los aminoácidos más degenerados y relacionando este dato con el hecho de que éstos son precisamente los aminoácidos que se pueden sintetizar de modo abiótico, propuso una teoría acerca de la evolución del código genético, la única teoría explicativa de que disponemos acerca de este proceso.
Como un modo de adentrarse en el funcionamiento del programa genético, estudió procesos de desarrollo y últimamente trabajaba en problemas acerca de la consciencia.
Su autoridad científica llega a ser tal, que cuando comenta la posibilidad de que la vida en nuestro planeta proceda de otro, la llamada teoría de la panspermia, nadie la ataca debido a venir amparada por el prestigio intelectual de quien la propone.
Crick fue más un teórico que un experimentador y defendió ardientemente que teorizar es una actividad necesaria en biología, no solo para sistematizar y explicar los fenómenos, sino también para estructurar bien las preguntas científicas que, actuando como motores del saber, deben ser planteadas y, posteriormente, respondidas. Una vez definidas correctamente esas preguntas, es cuando se puede comenzar a buscar las respuestas apropiadas. Amante de la abstracción, muchas veces encontró las respuestas concretas después de haberse abstraído con ellas durante un tiempo más o menos largo.

Existe un tema que creo oportuno recordar ahora, o al menos indicar como punto de reflexión entre nosotros. Recuerdo haber oído comentar, cuando se les concedió el Premio Nobel a Watson y a Crick, que se había premiado un trabajo de investigación básica y que, de seguir por ese camino, pronto se premiarían trabajos carentes de utilidad. Pasados mas de cincuenta años del descubrimiento de la doble hélice, a nadie se le escapa lo fuera de lugar del comentario. Mucho del desarrollo de la biología molecular y de la biotecnología, se debe al conocimiento que poseemos de esa estructura. Lo que en aquel momento pudo haber parecido un estudio sin mayor trascendencia que el incremento del conocimiento, con el paso de los años ha pasado a ser la base de múltiples y sólidas aplicaciones en los más diversos campos del conocimiento. No es mi deseo polemizar sobre este tema aquí, en este momento, pero sí deseo recordar el calificativo de “investigación básica”, con un cierto tono peyorativo, que algunos aplicaron al trabajo realizado por estos dos investigadores.

Ateo beligerante, y no deja de ser extraño que lo confesase en una época en que estas actitudes han pasado al campo de lo personal, deseaba sustituir las explicaciones religiosas acerca de la vida por explicaciones científicas. Hoy no es precisa la idea de un Dios todopoderoso para explicar el universo, ni para llegar a sus últimas causas o consecuencias. A veces parece que las vías de Santo Tomás servían para explicar lo inexplicable. Allá donde era incapaz de llegar la ciencia con sus explicaciones, la idea de un Dios llenaba el vacío conceptual que se generaba. Hoy no se necesita esa idea de Dios, pues casi todo dispone de explicación y sabemos que aquello que hoy carece de ella, un día u otro la tendrá. La idea de Dios no es precisa para explicar nada. Pero esto mismo no elimina su idea, pues si bien no es científicamente preciso creer en él, eso mismo hace que la fe en un ser supremo sea un acto de suprema libertad. Se cree porque se quiere creer, no porque se necesite.
Esa voluntariedad en la fe es también una contribución más de Francis Crick al mundo de las ideas, a nuestro mundo.

Se ha dicho, tal vez con cierta insistencia, que Francis Crick no ha dirigido muchas tesis doctorales, no ha hecho un equipo investigador ni deja escuela, sino que más bien siempre le ha gustado trabajar con un solo colaborador. Algunos lo dicen, incluso, como lamentando una supuesta esterilidad de un trabajo que, en otras circunstancias, habría sido tremendamente fecundo. Yo miro a mi alrededor, a los biólogos moleculares, a quienes trabajan con los ácidos nucleicos, veo lo que piensan, cómo programan los estudios, cómo hacen investigación, cómo se interpretan y plantean los experimentos y veo que todos ellos están inspirados de uno u otro modo en los trabajos y conceptos de Crick. Entonces comprendo que todos, todos los que más o menos directamente trabajamos con los ácidos nucleicos formamos parte de esa gran escuela fundada por Francis Crick.


Hasta aquí, he presentado ante ustedes mis reflexiones personales sobre la figura de Francis Crick. Permítanme ahora que comente un dato y un sueño, también personales.
El dato es que estoy muy orgulloso de formar parte de una Facultad Universitaria que, en un momento concreto, decidió por unanimidad dar el nombre de Francis Crick a una de sus aulas. Este dato fue conocido por él y lo agradeció mediante una carta autógrafa que está en el Decanato.
El sueño se refiere a una época pasada, incluso diría que lejana. Cuando yo fui Secretario General de esta Universidad, el Prof. Enrique Vidal Abascal venía con cierta frecuencia a visitarme y charlábamos de mil cosas a la vez que paseábamos por la Plazadel Obradoiro. Recuerdo que un día, en mitad del paseo se detuvo, me cogió del brazo y mirándome a los ojos me dijo que la vida era corta, pero que si estaba bien aprovechada, podía ser muy fecunda.
Ahora mi sueño consiste en imaginar que, en caso de estar presente Francis Crick con nosotros, le habría dicho al Prof. Vidal:
- Enrique: me has quitado la frase de la boca...
Señoras y señores, compañeros todos, Muchas gracias


 El texto de esta publicación corresponde a la conferencia que pronuncié en la Facultadde Bioloxía de la Universidad de Santiago de Compostela, con motivo de la festividad de San Alberto Magno, patrono de las Facultades de Bioloxía, Física, Matemáticas, Química y Ciencias, el día 15 de noviembre de 2004.
                                               

BELÉN ELECTRÓNICO DE BEGONTE. PREGÓN DE INAUGURACIÓN

El presente Pregón de Navidad lo pronuncié en Begonte (Lugo), el día 14 de diciembre de 2002, con motivo de la inauguración de su Belén Electrónico.



n pregón es un discurso elogioso en que se anuncia al público la celebración de una festividad y se invita a participar en ella.
Me corresponde pronunciar el de Navidad con motivo de la inauguración del Belén de Begonte. Para mí constituye una gran responsabilidad, pues sé bien que hay muchas personas que lo harían mucho mejor que yo. También, porqué no decirlo, es una gran ilusión y un honor que no creo merecer.
Pronunciaré el pregón de una Navidad que para muchos paisanos nuestros, en especial los de la Galicia costera, viene sembrada de profunda tristeza y preocupación debido a desastres que todos tenemos presentes. Me dispongo a pronunciarlo comentando qué es para mí la Navidad, lejos del loco consumismo al que nos quieren llevar y de esos aspectos sensibleros a los que quieren reducirla. Para mí, la Navidad es otra cosa y es lo que deseo presentar ahora ante todos ustedes.
Pero, como siempre me gusta hacer, comentando la celebración desde su inicio, aunque éste se pierda en la noche de los tiempos…


urante el año se suceden diversas festividades que nos marcan el paso del tiempo. Los historiadores de las religiones nos dicen que tales celebraciones vienen de lejos, de muy lejos, de cuando fundamentalmente el hombre era agricultor y que le relacionaban con la divinidad. Más tarde, el cristianismo asumió dichos hitos y les dio nueva dimensión, pero en el subconsciente colectivo esas fiestas siguieron teniendo unos significados que iban más allá de los propios de la religión cristiana.
Hablo de fiestas que bien podemos relacionar con el ciclo del sol y su influencia en la agricultura. Así, en el comienzo de cada primavera, cuando los días ya son más largos que las noches, celebramos la Pascua, la plenitud de la promesa divina y la Resurrección de Aquel que se definió como la Luz.
Más tarde, y cuando las cosechas ya son algo más que promesa, celebramos el Corpus Christi, la fiesta del pan y del vino convertidos en Cuerpo y Sangre de Cristo, del alimento corporal transformado en espiritual. Luego, cuando llegamos a la plenitud de los días y entramos en el verano, celebramos el triunfo de la luz, del sol que está en su esplendor y de la vida que revienta por todas partes. En esos días el triunfo del sol se recuerda mediante las hogueras de San Juan. Las cosechas están granadas, la comida del invierno asegurada y la alegría de vivir desborda en todos.
Conforme avance el verano, los días comenzarán a acortarse a la vez que las noches se irán alargando. Parece como si las tinieblas venciesen a la luz. En noviembre llegarán los días de recordar la santa compaña, fantasmas, aparecidos, brujas, difuntos y demás hasta que, al comenzar el invierno, el sol, la luz, que hasta entonces pareció ir a menos, volverá a renacer haciendo que los días comiencen de nuevo a alargarse.
Antes de nuestra era, en este tiempo del renacer de la vida se celebraba el nacimiento de Mitra, el dios de la luz. Fue una celebración muy arraigada en el imperio romano. Cuando, en el siglo IV, la Iglesia Cristianaquiso celebrar el nacimiento de Jesús lo hizo coincidir en la misma época, tiendo en cuenta, además, que en el evangelio de San Juan muchas veces se le equipara con la Luzy Él mismo, en más de una ocasión, también lo hace. Celebramos, en el sentido más amplio, el nacimiento de la luz. Pero también el anuncio del triunfo de la luz sobre las tinieblas que, hasta entonces, estuvieron presentes de modo amenazante en el horizonte espiritual humano.
Es la vida que hierve lo que celebramos. Es la seguridad del bien y su promesa. La luz de nuevo venciendo a las tinieblas, al mal como símbolo de Dios venciendo al demonio. Ésta es la razón de que sea entonces cuando conmemoramos el nacimiento de Jesús como principio de la redención y del cumplimiento de la promesa divina.
Fiesta de la vida. Es eso lo que nos reúne aprovechando el nacimiento del Señor. Fiesta de la vida, de la luz, de la promesa, del futuro. La promesa se hizo realidad, el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros. Las promesas no eran vanas, la esperanza va a ser premiada. La luz iba a menos pero a partir de ahora renace. A Jesús se le pondrá de nombre Enmanuel, Dios con nosotros.

ndudablemente es ésta la alegría que impregna de modo subconsciente las celebraciones que tenemos en puertas. Cristo nace y comienza el final de un largo período durante el cual el hombre ha ido como peregrinando por un mundo obscuro (Jesús es la Luz que ha llegado), guiado por símbolos y mensajes traídos de modo más o menos encubierto por los profetas. Isaac representó a Jesús, a Abrahán se le dijo que su descendencia sería más numerosa que las estrellas, Daniel predijo el momento en que llegaría el Mesías, el maná cayó del cielo como alimento corporal representando el futuro alimento espiritual de peregrinos atravesando el desierto. Pero todo eso termina con este nacimiento y con él comienza la plenitud de los tiempos. Eso es motivo suficiente para llenar de alegría los ánimos de los hombres de buena voluntad, esos hombres a quienes, en esa noche, los ángeles felicitarán la primera Navidad de la historia. Gloria a Dios en el cielo y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad.
Pero junto a la celebración puramente religiosa, mezclándose con su misma naturaleza, siempre ha permanecido latente la otra, la que basada en una religiosidad inherente al ser humano, viene hasta nosotros desde los tiempos oscuros en que nuestra civilización balbuceaba sus primeras expresiones. Las celebraciones propias del nacimiento de la Luz se han mezclado de tal modo con las cristianas, que hoy sería difícil discernir cuáles son de un tipo y cuáles de otro. Sabemos que en civilizaciones remotas estas celebraciones consistieron fundamentalmente en reuniones familiares, en concreto alrededor de la mesa, donde comidas ricas en energía ayudaban a luchar contra los fríos imperantes. La gente se intercambiaba regalos y la vida misma era celebraba. En este sentido, niños y ancianos eran los seres mimados de los festejos familiares: unos por tener la vida por delante y otros por casi haber completado ese mismo ciclo. En algunos lugares del norte de Europa se veneraba a los abetos y se les adornaba, como los seres vivos más longevos conocidos. Más tarde, en algún momento de la historia, se hizo coincidir con este tiempo el inicio del año.

a tenemos definidas las pautas de nuestra fiesta y de sus momentos claves. Nace el Hijo de María, y en él celebramos a todos los niños. Comienza la época en que las promesas se harán realidad, y con motivo de esa visión de futuro, celebramos la continuidad de la vida. Navidad, fiesta del nacimiento de Cristo y fiesta de la vida celebrada en el entorno más íntimo, en el familiar. Fiesta de la familia. Por eso, a lo largo de la Navidad, también se celebrará a la Sagrada Familiacomo símbolo de las demás. Asistimos a la celebración de un conjunto de sucesos que, refiriéndose a la infancia de Jesús, nos sirven de pauta para nuestra misma vida. Pero cada uno lo hará a su manera.

Nos vamos acercando de modo inexorable a la Navidad, pues aunque no queramos, o queriéndolo, las Navidades vienen y se van. Recordemos aquel villancico "La Nochebuena se viene, la nochebuena se va. Y nosotros nos iremos y no volveremos más". Este es uno de los sentidos de la Navidad. Su perennidad cíclica frente a nuestra transitoriedad. Hay cosas de siempre, la Navidades una de ellas, mantenidas por seres perecederos: nosotros. Y somos quienes ahora estamos aquí los que celebraremos la Navidad un año y otro y otro, hasta que venga una Navidad en la que ya, definitivamente, no estaremos. Pero la Navidad seguirá viniendo y comenzaremos a estar en los recuerdos, ojalá que de muchos y durante mucho tiempo. No obstante aquí estamos, dispuestos a celebrarla de nuevo, como una vez más de las muchas que se celebrarán hasta el final de los tiempos. En esta ocasión nos corresponde ser los depositarios de una tradición que viene desde quién sabe cuándo y que se proyecta hacia un futuro también muy remoto.


a vida sigue, sigue y sigue y celebramos que siga contando con nosotros. Porque la vida es un regalo que se nos ha dado sin mérito alguno por nuestra parte. Porque todos los beneficios verdaderos que disfrutamos nos han venido así, por regalo: la vida es el mayor de ellos. Y eso celebramos, junto a los que vienen, los niños y junto a quienes nos la transmitieron, los mayores. Entre esos extremos estamos nosotros, que hemos recibido unos modos, que los ejercemos y que los transmitimos. Tradición pura, así funciona y así es como conviene entender muchas de las cosas que vamos a vivir dentro de unos días, o que comenzamos a vivir hoy, aquí, en Begonte, cuando estamos inaugurando el Belén correspondiente a este año.
Porque la Navidad, como celebración antigua que es, está cargada de tradiciones, muchas de las cuales vienen ni se sabe desde cuándo. Tradicional el turrón, las doce uvas, el árbol, el belén. Hoy es un conjunto de costumbres adoptadas a nivel mundial que configuran un modo universal de celebrar la Navidad. Pero cada una de estas cosas tuvo su origen y fuimos nosotros quienes las aceptamos y elevamos al rango de símbolos por tener un significado especial, como Noche de Paz, o como el Belén de Begonte que se inició tímidamente hace treinta y un años y hoy forma parte substancial de la Navidad de todos nosotros.
Cada cosa que hagamos en Navidad vendrá cargado de una doble vertiente: lo hacemos para nosotros mismos y, también, para que a nuestro lado vayan aprendiendo los niños, sin que nadie les tenga que decir nada. A veces pensaremos en las muchas Navidades que hemos vivido y posiblemente las recordaremos habiendo sido nosotros protagonistas diferentes de ellas, según nuestras edades. Las más remotas en nuestros recuerdos las vemos a través de los ojos del niño que fuimos, con unos hermanos también niños, temerosos ante la visita de los reyes o ilusionados ante el nacimiento que para nosotros habían hecho nuestros padres o nuestros hermanos mayores. Luego, con el tiempo, fuimos nosotros los que hicimos los belenes y quienes adornamos las casas. Más tarde hubo niños a nuestro lado que aprendieron de nosotros y, ahora, ya casi son ellos los que hacen las cosas y a nosotros nos corresponde ayudar, opinar y orientar. ¿Es la vida la que está pasando? ¿Acaso somos nosotros los que pasamos a lo largo de estas celebraciones anuales? "La nochebuena se viene… y nosotros nos iremos…" Es la vida que fluye y, mientras, nosotros que la disfrutamos casi sin darnos cuenta del enorme beneficio que representa.
Tradiciones y tradiciones navideñas: villancicos cantados con ritmos populares pero rebosando dogmas como aquel que dice que "San Gabriel bajó del cielo para anunciar a María el misterio y la grandeza de ser madre del Mesías", o con alusiones a la Eucaristía"y si quieres tomar pan más blanco que la azucena, en el portal de Belén la Virgen es panadera". Ángeles que tocan campanas "Belén, campanas de Belén que los ángeles tocan…" Villancicos que nos definen muy bien, como aquel que habla de la muerte a un Niño recién nacido "pastor, ¿dónde quieres ir? Voy a Belén por si el Niño con Él me deja morir…" Villancicos que non llevan a ambientes de las mil y una noches: "La Virgen se está peinando entre cortina y cortina, los cabellos son de oro, los peines de plata de plata fina". Villancicos que derrochan ternura con el Niño: "El Niño se duerme con dulce acunar. Cantar pastores que se duerma el Angelito, cantar pastores a este Niño tan bonito. Cantar pastores, pero fuera del portal, que está dormido y se puede despertar…"
Ternura, también es cierto, con un Niño que, por muy Dios que sea, ahora está encarnado en el ser más indefenso que pueda haber. Ese Niño ha nacido indefenso y morirá quejándose a Dios del abandono en que se encuentra. Entre uno y otro hito, pasará haciendo el bien, como dirá San Pedro en su alocución a los gentiles el día de Pentecostés, y hablará de soledad y solidaridad: "bienaventurados los pobres, los tristes, los que lloran" "venid, benditos de mi Padre, porque tuve hambre, porque tuve sed, porque estuve triste…" "cada vez que lo hicisteis con uno de éstos, conmigo lo hicisteis".
Solidaridad o caridad, es bueno actualizarla en estos días, cuando encontramos tantos necesitados a nuestro lado. Necesitados de nuestro cariño, de nuestra ayuda, de nuestro dinero. Cuántos y cuántos que están llamando a las puertas de esta prosperidad nuestra y muchos olvidando que no hace mucho tiempo éramos nosotros quienes íbamos a los cuatro puntos del mundo para conseguir lo que ahora ellos buscan en nuestro entorno.
Solidaridad con los nuestros, con los marineros gallegos que han visto cómo en un instante se les vino abajo toda una historia hecha con trabajo, ilusión y empeño. Una negra sombra, siempre cruel, les ha dejado sumidos en la desesperanza y con una tremenda sensación de orfandad. También ellos vivirán una Navidad diferente, ojalá que pronto dispongan de los medios necesarios para que desastres como el que se ha vivido no pasen de ser meros contratiempos.

 después, cuando estemos tranquilos con nosotros mismos, con quienes nos quieren y con aquellos a quienes queremos, vivamos con avidez estos días que son un regalo más que nos hace la vida sin nosotros merecerlo. Vivamos la alegría de volver a ver ese Niño indefenso colocado sobre pajas "le llevaré el corazón que le sirva de pañales" hemos cantado más de una vez en un villancico. Estemos más atentos que nunca con los nuestros y dejemos que la alegría llene nuestros corazones mientras contemplamos a los que hoy estamos y recordamos de modo entrañable a quienes estuvieron en otro tiempo y que no volverán a estar.
Pues éstas son unas fiestas que, aunque siempre fueron las mismas, constantemente nos obligan a replantear el modo de vivirlas. Porque hubo años en que se iniciaron ausencias, y qué ausencias, y hubo también años en que se estrenaron presencias. Faltó alguien, apareció alguien. Y siempre se trató de personas importantes en la historia familiar, la nuestra. Con todos ellos acerquémonos a lo más nuestro, lo más íntimo. Dejemos que aflore ese montón de agradecimiento que debemos de sentir hacia quienes nos pusieron en esta vida y con quienes hacen que nuestro transcurrir por este mundo sea más sencillo. Con ellos celebramos estas fiestas del modo más íntimo posible, de manera sencilla pero colmada de momentos que llenarán nuestros días de un significado diferente. Charlaremos con los parientes que están lejos, visitaremos a los amigos de siempre para pasar un rato sosegado con ellos y compartir las alegrías y las penas, que de todo hay y, en algún momento, desearemos estar solos para encontrarnos con nosotros mismos. Porque la Navidad también es un buen momento para hacer balance personal. Termina el año y no viene mal mirar cómo van nuestras cosas, las personales. Qué conviene mejorar, que hay que modificar, qué cuestión es mejor dejarla zanjada.
Durante esos días, dejemos que vuelva a salir a la luz el niño aquel que fuimos y que llevamos dentro como adormecido. Dejemos que se asombre ante el belén, que se maraville ante el árbol o que se ilusione ante el paquete que encierra un regalo. Vengamos a Begonte para encandilarnos con el Belén más bonito que hayamos podido ver, ese Belén que ya forma parte de nuestra Navidad, pues hemos venido tantas veces a verlo que ya no sabríamos qué hacer si no fuese una referencia más en nuestra navidad.
Navidad del año 2002, ésta que está en puertas y a la que nos vamos acercando casi sin notarlo. El espíritu de la Navidad ya casi ha florecido en las calles, en las casas y en los corazones. Cada día encontramos más detalles que nos van metiendo en ella y cuando menos lo pensemos estaremos celebrando la Nochebuena. LaNochebuena se viene, la Nochebuena se va… Pero es posible que ésta de 2002 siga siendo nuestra. Una Navidad más, ojalá que nos llene de vivencias para recordar más tarde, ojalá que sea la Navidad más importante de nuestra vida. Y ahora, a punto de terminar este pregón, quiero expresar mi profundo agradecimiento a quienes me dieron la oportunidad de ser de los primeros que les felicite la de este año:
Señoras y Señores, Feliz Navidad.
Felices Pascuas, amigos.