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viernes, 20 de octubre de 2017

Caza y selección natural

Me dice un familiar que tal como actúan la caza y los cazadores, es algo equiparable a como lo hace la selección natural. Según él, ambas actividades contribuyen a mantener las poblaciones cinegéticas en su justo, y ecológico, nivel.



La verdad es que, de pronto, me quedo sin saber muy bien qué decirle, porque le considero un buen profesional, aunque cazador. Me gustaría que me dijese qué entiende por nivel ecológico de una población cinegética. Y le pregunto que cómo mantienen ese nivel las especies no perseguidas por los cazadores. No me sabe contestar, claro. Nunca oí hablar de tal concepto, ni siquiera invocarlo.


Vamos por partes. Para comenzar recuerdo lo que he dicho en múltiples ocasiones, y es que somos los únicos seres de la Tierra que matamos por placer o como castigo. El resto de animales lo hacen para comer, también nosotros. Pero ese ejercicio de matar y divertirse matando es exclusivo nuestro, humano. 

Los cazadores, los que tienen esa afición, se reúnen en sociedades, llamadas venatorias, que tienen sus normas de comportamiento. Aceptan nuevos socios, supongo que otorgan permisos, editan revistas y determinan temporadas de veda para favorecer las épocas de cría de sus especies favoritas. Luego, se dedican a matar, convocan premios, pues es divertido para ellos.

Parque de Hornachuelos

Supongo que la caza mueve mucho dinero. El comercio de armas “legales”, los safaris por países permisivos, la venta de ropas adecuadas, la creación y mantenimiento de clubs de élite o las jornadas en cotos particulares, son actividades suyas y creo que todo eso debe mover mucho dinero entre personas de buenas situaciones económicas. En ocasiones en las que se habló de prohibir la caza, no faltaron personajes importantes de la sociedad que desbarataron tales empeños. No hablemos de cacerías en las que personas influyentes se encuentran para charlar y manejar negocios, escondidos alrededor de estos festejos. 

Decir que esta actividad, en su vertiente matadora, es similar a la selección natural, es de una arrogancia ignorante sólo asignable al patán acostumbrado a que nadie le contradiga cuanto dice y a dejar a todos callados con cualquier patochada que se le ocurra decir.

Venado joven, pieza apetecible

La selección natural no mata a nadie. Aquí mismo, he escrito mucho sobre su actuación, pero nunca dije que matase a ningún ser. En todo caso, eso sí, he dicho que deja desprotegidos a los menos adaptados, que debido a eso, mueren y sirven de alimento a sus predadores. Es la supervivencia del mejor adaptado, nunca la supervivencia del más fuerte, frase errónea y exaltadora del matón, que algunos quieren poner en boca de Darwin.

Los predadores, al perseguir a sus posibles presas, son factores de la selección natural, cazando a los menos corredores, a los poseedores de coloraciones menos favorecedoras para camuflarse y, en general, a los que manifiestan poseer cualidades en grados no compatibles con la vida en la naturaleza, donde es preciso defenderse constantemente de los peligros presentados por los predadores.

Trofeo de caza

En estas circunstancias, cuando durante las fases juveniles ocurre esta lucha frente al ambiente adverso, sólo alcanzan el estado adulto, que es el reproductor, aquellos individuos que sortearon con éxito todos esos inconvenientes de la vida salvaje. Supongamos que ha sido gracias a poseer características hereditarias que los han hecho de ese modo. Alcanzado este estado reproductor, los individuos se reproducen y transmiten sus genes a la descendencia, esos mismos que han contribuido a dotarlos de ese buen nivel de adaptación. Tampoco es preciso ser muy sagaz, para comprender que los animales más hermosos, los mejores corredores, los de mejor planta y coloración, serán los favorecidos.

Otro trofeo 

En la caza, esa actividad exclusivamente humana cuando se mata por placer, el cazador busca y mata precisamente al ejemplar más hermoso, al que, en circunstancias normales, sería el favorecido como progenitor de la generación siguiente. De nada valen consideraciones biológicas de ningún tipo.

En una ocasión, me encontraba con familiares en la sede social del parque de Hornachuelos, que abarca parte de las provincias de Córdoba y Sevilla. El paraje era hermoso, con una flora que me recordaba mucho a la estudiada por mí en Barcelona, con lentiscos, adelfas y demás especies de bosque mediterráneo que me llevaban a épocas de estudiante, ya pasadas.

En el comedor de esta sede, un gran ventanal dejaba pasar un chorro de luz que llenaba todo, pero las paredes de obra estaban repletas de trofeos de caza, consistentes en su mayor parte en cuernos de venado joven.

Pregunté a un primo mío, cazador, si aquella matanza de formas juveniles no afectaba a las poblaciones de venados. Me dijo que no, pues el parque carece de grandes carnívoros, como lobos, y en esta circunstancia es el hombre el que actúa supliéndolo.

Como mi primo es buena gente, no quería que permaneciese en el error. Hemos hablado mucho sobre el tema. No creo haberlo convencido, pero al menos sabe que existe otra explicación, mas científica, creíble y verdadera.

Esto de la caza es algo que muchos parecen llevar en su instinto, y lo veo difícil de erradicar. Proteger algunas especies sólo hace que sea más codiciada su captura. Y así nos va, que en época de veda se dispone de lo que apetezca.