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viernes, 18 de agosto de 2017

Paseando por el monte

Mis grandes reflexiones sobre biología suelen surgir del mundo vegetal. Tengo muy claro que es así, y la verdad es que me alegra que ese mundo tan asequible, para quien quiera verlo, sea el que me inspire la mayor parte de lo que digo en este blog. Normalmente, cuando paseo, silencioso, miro y reflexiono. O charlo con quien venga conmigo y la mayor parte de las veces terminamos hablando, cómo no, de lo que nos rodea. De biología vegetal.



Estamos en un momento del año en el que las plantas con flor están en su esplendor, así como los insectos. Cito juntos ambos grupos porque, biológicamente, se necesitan unos a otros. Las plantas necesitan a los insectos para polinizarse entre ellas (hay muchos casos de flores autoestériles aunque sean hermafroditas), y los insectos necesitan a las plantas para alimentarse. Así de sencillo.


Como ofrecidas al viento


En el ciclo anual, las primeras flores que aparecen, siempre cuando aún están aquí los fríos de febrero, son las de frutales. Y se abren aunque haga frío, lo cual siempre asombra a los mismos (“con el frío que hace, ya hay flores…”), pues no saben que para florecer, las plantas no obedecen a las temperaturas y sí a los fotoperíodos. Es a mediados de invierno cuando ya vemos las primeras flores, entre ellas las camelias.

La verdad es que en esos tiempos, con esas temperaturas, pocos insectos hay, aunque pronto los habrá. Si las flores que se abren entonces dependiesen de ellos, es posible que se marchitasen sin haber sido polinizadas. Pero hay polinización, aunque no haya insectos. En esos días fríos, el viento es el gran polinizador. Un polinizador nada específico, pero eficaz.

El viento arrastrará ese polen

Las corolas de las flores abiertas son grandes, amplias, con los estambres largos y al descubierto. Generan mucho polen, pues solo el azar determinará que caigan en los lugares apropiados. Esta gran cantidad de polen es capaz de originar alergias primaverales. Muchos frutales tienen este tipo de floración y polinización: almendros, ciruelos, cerezos, naranjos y un largo etcétera, a veces tienen épocas efímeras de floración, pero alegran nuestra vista con su belleza y la noticia, implícita, de que el invierno termina y el buen tiempo está en puertas.

Muchas frutas vivirán un lento y largo progreso antes de estar maduras y listas para ser comidas. Necesitan del calor del verano (ahora sí necesitan calor) para que en su interior se realicen las reacciones precisas que terminan produciendo esos sabores tan peculiares. Un proceso largo, lento y sensible que conocemos como maduración.

Más polen para el viento

Tal vez, no recuerdo bien, las plantas polinizadas por el viento son las más primitivas evolutivamente hablando. Es un tipo de polinización que lleva mucho gasto energético, pues cada grano de polen es portador de un genoma completo y sintetizarlo requiere mucha energía, claro que peor es la extinción.

Cuando, en épocas geológicas posteriores, aparecieron insectos capaces de polinizar, las plantas pudieron ahorrar la formación de tanto polen. Ahora, tienen que producir néctar y un olor especial para atraer a sus polinizadores. Hay muchos casos de formaciones complejas que nos indican relaciones intensas entre flores y polinizadores. Son bonitos casos de coevolución, un proceso en el que un factor actúa como seleccionador del otro, dando como resultado que evolucionan conjuntamente y se van adaptando cada vez de modo más intenso uno al otro.

Un dúo frecuente

Si somos asiduos paseantes del monte, estamos acostumbrados a ver abejas rodeando Dedaleras u otras flores, pero hay relaciones muy interesantes entre algún tipo de flor y su polinizador. A veces estas relaciones son muy específicas, en el sentido de que una flor concreta es polinizada por un solo insecto. Una relación buena sin competencia, pero con una dependencia peligrosa, pues si falta uno de los dos, el otro también peligra. 

Hay todo un mundo que nos puede resultar extraño, desconocido. Es el que rodea los procesos de floración y su posible sincronía con el nacimiento de los polinizadores. La polinización y sus medios, pues puede ser el viento el que poliniza, o los insectos o tal vez son otros agentes. Un mundo que nos resulta extraño, ajeno, es el definido por procesos de maduración y la necesaria dispersión de semillas. Se juega mucho el reino vegetal en todos estos procesos, y puesto que son importantes para los vegetales, son importantes para todos. Repito una idea que ya he expuesto aquí en otras ocasiones. Los vegetales podrían vivir sin nosotros, pero nosotros necesitamos totalmente de ellos. Recordemos el ciclo de la energía.

Las camelias silvestres tienen
los estambres al aire

Existe una recóndita armonía en el mundo natural. Estudiarlo abre los ojos a un sinfín de sorpresas y maravillas. Conocer ese mundo nos coloca en nuestro sitio, lejos de la época en que nos creímos Reyes de la Creación. Somos una especie más y, por si fuera poco, la única destructiva. Eso es lo que más me duele, nuestro total desconocimiento de unos pocos principios que rigen nuestro entorno. Los planes actuales de estudio parecen no estar encaminados a que los estudiantes de hoy, gestores del mañana, conozcan el medio en el que vivimos y desarrollamos nuestras actividades. Hoy, muchos niños conocen el nombre científico de Dinosaurios, y los repiten ante las sonrisas bobaliconas de padres y abuelos. Yo me pregunto paras qué les sirve saberlo. Pero esos mismos niños desconocen el nombre de cinco animales o cinco árboles propios de la fauna o de la flora de su localidad. Y no sólo ignoran sus nombres, tampoco los reconocen si se les pone ante ellos. Para decir esto, me baso en un estudio realizado en diferentes países europeos y americanos.
Es lo que hay.

Sus semillas no pueden atascar el tubo
digestivo del ave portadora

Al fin y al cabo, un plan de estudios es una herramienta con la que se pretende que los estudiantes tengan una formación concreta. Me gustaría conocer esa finalidad en cada caso.

Mientras, en botánica siguen habiendo detalles, muchos detalles que descubrir. Decimos que muchas aves dispersan las semillas, pues comen los frutos, generalmente bayas, y en sus excrementos las expulsan sin haberlas digerido. Todo eso es cierto, pero hay una condición estructural: las semillas deben caber por el tubo digestivo del ave. De no ser así, se podrían producir trastornos intestinales e incluso la muerte del ave. Por suerte, cada ave sabe bien qué tipo de fruto puede comer. Los aprendizajes en la naturaleza son rotundos.

Los únicos que no aprendemos somos nosotros.