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miércoles, 31 de agosto de 2016

El Baile de Norte nos habla de Incendios Forestales.

Cuando publiqué mi entrada sobre incendios forestales, El Baile de Norte escribió en la entrada un comentario apropiado, que me hacía ver muchas variables que yo no había tenido en cuenta. Le invité a escribir algo sobre el tema para publicarlo aquí y, aunque cae fuera de los motivos a los que nos tiene acostumbrados, ha escrito esto que considero de interés para los lectores de mi blog. Lo publico no sin antes agradecer a Norte su tiempo y su dedicación.
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Desgraciadamente los incendios forman parte de las noticias durante los meses de verano, que en muchos casos alcanzan la consideración de dramáticas, no solo por el impacto ambiental o económico que suponen, sino también porque en ocasiones incluso hay coste de vidas humanas. Sin embargo, el fuego es un fenómeno frecuente en nuestra tierra desde tiempos remotos; es un elemento más en la configuración de los ecosistemas de los países del sur de Europa que condiciona la vegetación, sus formas y sus asociaciones.

Por  este motivo, todo ecosistema vegetal que llegó hasta nuestros días tuvo, en su evolución, una relación con el fuego que en mayor o menor medida lo capacitó para responder a ese elemento.
El problema surge del uso del fuego por el hombre, ya que rompió el equilibrio entre el fuego, como fenómeno natural, y los ecosistemas. El número de incendios y la frecuencia es ahora mucho mayor. Consecuentemente la sucesión ecológica es interrumpida y se produce un retroceso, que si continúa de un modo reiterado, llevará a etapas de mayor degradación.

Sin entrar a analizar las causas, los incendios intencionados representan más del 65% , por negligencias superan el 25% y solo menos del 5% corresponden a causas naturales. El hombre es el principal desencadenante de los incendios forestales (superior al 95%) debido fundamentalmente al desarrollo de actividades económicas (agrarias, ganaderas, industriales,…), recreativas (excursionismo,…), etc, actividades que tendrán que coincidir, para que se produzca el incendio, con ciertas condiciones  ambientales que se verán acrecentadas por la sequía durante algunos años.



Incendio en Ourense Vecinos de San Miguel miran la virulencia de las llamas de un incendio cercano a una vivienda (Rosa Veiga / EFE)

Ciertamente el fuego es una herramienta de mínimo esfuerzo empleada por el hombre desde tiempos prehistóricos para controlar la vegetación que lo domina. El resultado del mal uso de esta herramienta es múltiple y afecta al aire, por la emisión a la atmósfera de gases y partículas nocivas; al agua, afectando al ciclo hidrológico y la calidad de las aguas; al suelo, fundamentalmente por problemas de erosión; a la vegetación, induciendo cambios en la sucesión de los ecosistemas; a la fauna y al clima.

Desde mediados del siglo XX, con el proceso de abandono de la actividad agraria intensiva de autoconsumo en Galicia, disminuyó de manera drástica el uso de material vegetal (cama de animales y combustible fundamentalmente), de este modo se incrementó la superficie de matorral, pasando de ser un material por el que se paga a ser un producto que tenemos que pagar para controlarlo. En esta situación la quema de matorral se justifica espuriamente por la invasión que hace del territorio y el por enorme esfuerzo que supone su control manual o mecánico.

La estructura territorial y el incremento de las masas forestales, tanto de resinosas como de frondosas, junto con la mayor cantidad de matorral hicieron que la capacidad de expansión del fuego sea aún mayor hoy en día y que dé lugar a desastres ecológicos y económicos de una importancia difícilmente evaluable.

A lo largo de la década de los 80 del siglo pasado el fuego asoló enormes extensiones de matorral y monte arbolado; llegaron a contabilizarse más de 230.000 ha de superficie arbolada en solo 10 años. Esta tremenda tragedia ecológica, que se pretende controlar hoy en día por medio de altas inversiones humanas y materiales, tiene sus raíces en un complejo conjunto de causas que interaccionan entre ellas, como son aspectos sociales, cambios del uso del suelo, abandono de la agricultura o, simplemente, el control de matorral.



Incendio en Galicia Un helicóptero sobrevuela una zona incendiada cercana al pueblo de A Veiga de Cascallá, desalojado a causa del incendio iniciado en O Barco de Valdeorras (Ourense). (EFE)


Durante estos años las medidas puestas en marcha por la Administración, basadas fundamentalmente por el incremento de medios humanos y materiales en la lucha contra los incendios, alcanzaron el objetivo parcial de reducción en el número de hectáreas quemadas. El incremento de las dotaciones, la reducción del tiempo de llegada de los medios al incendio, los sistemas de comunicación,… son entre otros los factores que determinaron esta disminución.
 Sin embargo, el continuo incremento del número de incendios que se producen cada año, nos indica que el problema está lejos de resolverse y que son necesarias, además de las medidas de extinción o prevención que se están adoptando,  abordar la temática con una nueva visión integradora que tenga en cuenta aspectos medioambientales, sociales y económicos.



Blog de El Baile de Norte

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jueves, 11 de agosto de 2016

Estos incendios de hoy día

Los veranos tienen un aire recurrente en el que nos sentimos cómodos. Las hogueras de San Juan, los fuegos del Apóstol, las romerías de san Roque, las procesiones marinas del Carmen, el paso de peregrinos, las Perseidas con San Lorenzo. Siempre, los incendios forestales como telón de fondo. Con ellos no nos sentimos nada cómodos. Nunca nos acostumbraremos a ese fuego traidor que, siempre, nos genera la misma zozobra. ¿Hasta cuándo será así?
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Porque sabemos que aunque vendrán cada año, siempre querremos que éste en el que vivimos sea el último. Es un mal que se ha hecho endémico de nuestro paisaje y no es raro el día en el que no vemos una columna, o más, de humo que nos indica que sí, que allí, hay fuego. Luego nos dirán que si  fue provocado, que si las condiciones climatológicas, que si las culturales, que si tal y que si cual. Razones nunca faltan, pero no comprendemos ni compartimos.



Tampoco voy a decir que los que mandan quieran que haya fuegos, no es eso. Pero tampoco veo que hagan mucho para evitarlos. Porque los incendios se pueden evitar luchando contra sus causas antes de que ocurran, o bien intentando sofocarlos cuando ya han ocurrido. La verdad es que, en Galicia, veo pocas medidas preventivas de incendios. Tan pocas como ninguna. Tan sólo cuando aparecen los primeros fuegos, se espera a los segundos y entonces salen a las carreteras y caminos unos coches más propios de museos y talleres de desguaces intentando resolver y solucionar lo que ya no tiene solución.

Se clama por una ley de montes y por brigadas de mantenimiento del monte que actúen todo el año, pero eso parece que es mucho pedir en este país en que las austeridades están consagradas cuando se trata de inversiones con estos fines. Los técnicos hablan de medidas preventivas implantadas en otros países y que han sido eficaces, pero aquí nunca se hace nada de ese tipo.

Los montes están sucios, llenos de maleza seca y cualquiera que cruce Galicia por carretera lo puede comprobar. Por otra parte, el bosque autóctono pierde terreno frente al  pino y al eucalipto, especie ésta predilecta de cierto tipo de empresas. El eucalipto reseca el terreno, ya lo sabemos, pero actuamos como si no lo supiésemos.


Con la dispersión de población que tenemos en Galicia, a poco que ardan unas hectáreas, tendremos al fuego en las puertas de las casas. Es entonces cuando gente anónima, pero generosa y altruista, la misma que se echó a las vías del tren accidentado en la tarde del 24 de julio de 2013 para ayudar en lo que se pudiera cuando lo del Alvia en Angrois, esa misma gente, repito, no tiene reparo ni miedo alguno para acudir con cubos, mangueras domésticas, con lo que sea, para ayudar a los bomberos e intentar salvar también eso, lo que sea. 


Mientras, las autoridades a miles o centenares de kilómetros de distancia, hablaran de manos diabólicas y otras metáforas, pero se olvidarán de pasividades cómplices que no quisieron, o no supieron, cortar por lo sano cuando aún no habían llegado los tiempos de lamentarse. 

Estos tiempos que, justo, vivimos ahora.


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