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viernes, 21 de marzo de 2014

POR EL CAMINO DE SANTIAGO. (XXXIX) VESTIGIOS COMPOSTELANOS EN SEVILLA

En estos días pasados, y con motivo de una entrañable fiesta familiar, he estado un tiempo en Sevilla y me he dedicado a una actividad muy placentera para mí, como es callejear por su amplio casco histórico. Pero en esta ocasión no me he dejado llevar por el albur, mas bien busqué indicios del Camino de Santiago en aquella ciudad. Un amplio vestigio, una realidad más bien, presente en la ciudad bética que está allí, para quien lo sepa ver o buscar.


ENTRANDO AL PUENTE DE TRIANA, A LA DERECHA

Tal vez acostumbrados a ver en el suelo placas de bronce con el emblema del Camino, nos sorprenda el modo en que la encontramos justo a la entrada del Puente de Triana, a mano derecha. La sorpresa viene del hecho de que no es de bronce, sino de piedra y el desgaste producido por las pisadas ha borrado relieve en ella. No obstante, allí está la indicación de que estamos en otro Camino de Santiago. En este caso, el de la Vía de la Plata.

Paseando varios amigos y familiares, nos encontramos con un acogedor restaurante de nombre que evoca la Semana Santa. Unos muchachos muy jóvenes atienden con profesionalidad a quienes estamos allí. En una vitrina del comedor, el propietario, otro muchacho, expone sus cosas más entrañables: Una imagen de la Macarena, evocaciones sevillanas y su Compostelana, enmarcada en dorado. Nos llena una agradable sensación de estar en casa, entre los nuestros. Charlamos y nos comenta que ha hecho el Camino cinco
VITRINA DEL COMEDOR. LA MACARENA CON MANTILLA
EVOCACIONES SEVILLANAS Y LA COMPOSTELANA
DIGNAMENTE ENMARCADA
veces. Comprobamos que tiene unas opiniones muy coincidentes con las nuestras en relación a rutas, lugares, hosteleros y demás. Sus quejas son las que ya recoge el Calixtino hace mas de ocho siglos, cuando se refiere a los mismos lugares, ambientes y hosteleros. Su ruta preferida es la de la Plata, tal vez por estar menos masificada y, por tanto, parecerle como más auténtica. En el Camino Francés encuentra a mucho usuario que camina sin saber muy bien por qué lo hace, tal vez porque está de moda caminar o debido a que es una actividad más de un consumo, digamos, inmaterial. La masificación hace que algunos lugares parezcan parques temáticos y hayan perdido parte de su encanto original. Es su opinión, repito que coincidente con la mía. Y me alegra encontrar tan lejos a personas que no sólo han hecho el Camino, sino que han reflexionado acerca de lo que tenían ante sí. Quedamos en vernos en Santiago. 

ESCUDO DE LA HERMANDAD
DEL AMOR
Pero le peregrinación a Santiago de Compostela a través de cualquiera de las numerosas vías que llevan a su Catedral, no es la única manera canónicamente establecida para lucrarse con las gracias de su Año Santo. Desde 1601, la Hermandad del Cristo del Amor, con sede en la parroquia del Divino Salvador de Sevilla, y que en este tiempo sale en procesión el Domingo de Ramos al caer la tarde, mantiene una tradición que nace de la bula del papa Clemente VII. Según esta bula, es posible ganar el Jubileo del Año Santo Compostelano (cuando así se celebra en Compostela), participando en la función especial que la Hermandad celebra en honor de uno de sus titulares, Santiago Apóstol. La vinculación de la Hermandad con el Apóstol es tal, que la cruz jacobea figura en su escudo. El Cristo del Amor es un hermoso crucificado, obra de Juan de Mesa, que podemos ver en la parroquia en un altar situado a la derecha del altar mayor.

Eran otros tiempos, cuando se le otorgó este privilegio a la Hermandad. Las vías eran peligrosas, los caminos difíciles y caminar una aventura sin tener muy asegurado el retorno. En este sentido, el privilegio representaba un gran favor a todos quienes, estando en la comarca de Sevilla, querían beneficiarse de las gracias compostelanas.

Hoy son diversas las páginas web en las que se reflejan las actividades de diferentes asociaciones sevillanas vinculadas al Camino de Santiago. Dejo direcciones de algunas, aunque hay muchas mas. Es bonito ver en ellas cómo, aunque las implantaciones son diferentes, el espíritu del caminante es el mismo.


http://www.viaplata.org/

http://caminodesantiago.consumer.es/los-caminos-de-santiago/via-de-la-plata/

martes, 29 de enero de 2013

PREGÓN DE SEMANA SANTA – SANTIAGO DE COMPOSTELA, 1998



Con ciudades monumentales ocurre lo mismo que con algunas personas singulares, que sobrecogen a quien se les acerca por primera vez. Luego, es el roce el que va haciendo que sea llevadero el trato con esa singularidad.
Grandiosa y entrañable parecerían dos calificativos que no podrían coincidir si se quisiesen aplicar a algo o a alguien, aunque todos sabemos que aquí, en Compostela, podemos utilizarlos sin miedo alguno para definir a esta ciudad en la que transcurre nuestro paso por la vida.
Pero si bien creo conocer a la ciudad, si bien la quiero y cada recodo suyo me evoca hechos de mi vida, si bien estoy acostumbrado a sus dimensiones humanas, también es cierto que nunca me acostumbro a ella, como si siempre estuviese sorprendiéndome en su grandiosidad. Aún hoy siento un cierto respeto cuando tengo que enfrentarme a comentar parte de su ser, el mismo que siento ahora cuando pretendo pronunciar el pregón de unas celebraciones que ya están en puertas y de las que ustedes conocen más que yo. Por eso, y avisando de la trampa, escaparé de las anécdotas, de los comentarios circunstanciales y me detendré en lo intemporal, en lo que ocurre en el interior de cada uno de nosotros al reclamo de unos estímulos externos.
Hecha esta salvedad, no tendré reparos en adentrarme en ese aspecto del patrimonio nuestro que es la Semana Santa. Porque, para mí, patrimonio son los monumentos, las calles, el entorno. También es patrimonio la historia y todo cuanto ella abarca. Y patrimonio son las costumbres y los modos y las maneras. Por eso, considero un bien patrimonial nuestro la manera de mecer el botafumeiro, el modo de bailar el Coco y la Coca, los fuegos del Apóstol, la Quema de la Fachada y, cómo no, la Semana Santa. Pero no un patrimonio declarado de interés por algún organismo internacional, ni para el que haya que pedir subvenciones con miras a su restauración, adecuación y conservación. No, es más bien un patrimonio inmaterial que califica a nuestra ciudad y de cuyo mantenimiento y conservación estamos encargados los mismos ciudadanos. Es ese conjunto de ritos y costumbres que todos aprendimos una vez y que ahora transmitimos a quienes vienen detrás para que, en su momento, ellos hagan otro tanto. Son unos usos y modos ciudadanos que nos configuran como comunidad, de cuya conservación todos somos responsables y de cuyo deterioro a todos nos pedirán cuentas.
Patrimonio nuestro y para los de dentro. Como en las antiguas casas en las que, mientras existía un recibidor para las visitas, también había una sala para los amigos y una salita para los de casa en las que transcurría lo cotidiano, no por ello menos importante, en Santiago tenemos lugares y fiestas para los invitados y otras, más íntimas, que son para nosotros. Casi nadie foráneo sabe de ellas. El Obradoiro es para los de fuera, la Quintana para nosotros. El Apóstol es una fiesta anunciada a los cuatro vientos, la Ascensión es para los de casa. Del Año Santo se manda recado a donde no seamos capaces de llegar, de la Semana Santa no se comenta. Y no por ningún tipo de secreteo o de ocultismo, ni porque la consideremos como algo secundario. Nada más lejos de la realidad. No se habla de ella, en todo caso se hace con recogimiento, simplemente porque la queremos salvaguardar de esas visitas tumultuarias a las que tan acostumbrados estamos cuando se trata de peregrinos jubilosos. No, la Semana Santa la queremos nuestra, recogida, íntima, muy de cada uno, para vivir en soledad o con la más entrañable compañía sin que los amigos foráneos la vengan a compartir con nosotros tal vez porque temamos que pierda su aspecto y cariz de intimidad.

Pero déjenme echar un poco la mirada atrás y hacer algo de historia. Según tengo entendido, fue San Francisco de Asís quien, allá por los albores del siglo XIII, construyó el primer Nacimiento en una Navidad. Eran épocas en que se configuraba un nuevo modelo social, los monasterios habían dejado paso a los conventos, los monjes a los frailes y éstos se echaran a los caminos a predicar a gentes sencillas pero deseosas de verdades trascendentes. Los romeros iban a Roma, los palmeros a Jerusalén y los Peregrinos venían a Compostela. Los caminos eran ríos humanos de gente que iba y venía sin mayores conocimientos pero con grandes afanes. A éstos había que evangelizar, era preciso inculcarles las verdades de la fe. Los frailes incorporaron las artes plásticas como auxiliares de sus labores de catequesis. Y mientras los dominicos erigieron en sus iglesias los grandes retablos en los que, como en carteles de ciego, se relatan episodios de las vidas de Santos o del Señor, quiero creer que los franciscanos tuvieron la idea de representar mediante grupos escultóricos algunos episodios de la vida de Jesucristo. Llamaron "misterios" a esos grupos, y todavía hoy, en Navidad llamamos "misterio" al grupo de figuras que representa el portal de Belén y en Semana Santa un paso de "misterio" es aquel que, mediante más de una figura, representa algún aspecto de la Pasión del Señor.
He observado que, en todas las localidades que conozco, las cofradías más antiguas tienen sus sedes en conventos de Franciscanos o en antiguas sedes suyas y esto es válido, por citar algunos casos, tanto en Viveiro, Santiago, Lugo, Córdoba o Sevilla cuya cofradía más antigua, la del Silencio, tiene como escudo precisamente el de la Orden Franciscana.
Luego Europa se partió en dos a causa de diferentes maneras de entender la religión y ya nada fue igual. Hubo guerras de religión, los peregrinos dejaron de venir a nuestra catedral y en toda la cristiandad un Concilio, el de Trento, recondujo las creencias y se hizo intérprete de todo cuanto era preciso interpretar. As¡ nació todo ese movimiento religioso que conocemos con el nombre de Contrarreforma. Era necesario, por otra parte, que las gentes conociesen las verdades de la fe, y más aquellas dañadas por la herejía. De ah¡ surgieron muchos aspectos de nuestra cultura, como podrían ser las procesiones de Corpus, los villancicos navideños y, como es el caso que nos tiene aquí congregados, las celebraciones de la Semana Santa. Por eso muchas de las cofradías de penitencia que existen por toda nuestra geografía nacen en los siglos XVI y XVII, por eso los grandes imagineros y los grandes pintores de esa época tratan temas religiosos y también debido a la misma causa tenemos los autos sacramentales, todo un género literario de nuestro Siglo de Oro, que no hacen más que dar vueltas alrededor de eternas preguntas que se hace el hombre y que trascienden lo cotidiano. En pintura y escultura se pactan formas de representar a los personajes de un misterio: los buenos están adornados por la belleza mientras que los malos siempre son feos. Todo ello amparado por un espíritu concreto y expresado mediante un estilo artístico que hizo suya la exageración, la riqueza y el realismo efectista: el barroco, un estilo del que podemos hablar los compostelanos por ser, casi, de la familia. Barroca es la Virgen al llorar, barrocos son los bordados de su manto, la forma de enjoyarse una enlutada o la sangre que corre por la frente de su Hijo. Barroca en sí es la misma celebración callejera de la Semana Santa, y ah¡ la tenemos y aquí estamos como muestra de que es algo que sigue vivo.
En aquella ‚poca de Contrarreforma, y mientras en la Catedral seguían las celebraciones en honor del Apóstol si bien con menos peregrinos europeos, me gusta imaginar que en las parroquias hubo deseos, incluso puede ser que apareciese la necesidad, de hacer profesión de fe mediante celebraciones concretas y propias de ellas mismas. Fue entonces cuando las cofradías se fueron configurando tal como las conocemos hoy. Y sin embargo, yo no quedo tranquilo si digo "tal como las conocemos hoy" y no matizo nada más. Me gustaría saber qué pensaban, cuáles eran las preocupaciones de los menos de siete mil habitantes que tenía Santiago en el siglo XVII, cuando se fundó la Cofradía de la Soledad, o las de los ocho mil y pico compostelanos del siglo XVI, cuando de San Francisco comenzó a salir la cofradía de la Vera Cruz.
Nuestra Semana Santa no es catedralicia, más bien es algo nacido fundamentalmente en las comunidades parroquiales y conventuales. Frente al esplendor de las manifestaciones organizadas alrededor del Apóstol, ante esas grandiosas liturgias cuyo reclamo se expande por el mundo entero, las parroquias y conventos supieron organizar actividades de dimensiones más cotidianas, más a la escala del tamaño de la población, pero con un gran sentido de dignidad. Aquí estamos, parecen decir, ni enfrentadas ni queriendo insinuar comparaciones. Cada uno en su sitio derrochando buen hacer y dignidad... Es lo de siempre en las historias urbanas, el centro y la periferia. El centro creyéndoselo desde el principio y la periferia, destino de emigrantes, que llama a la puerta de la historia ciudadana aportando la savia nueva que significan los aluviones culturales humanos aportados por ellos. Desde San Miguel dos Agros, desde San Bieito do Campo, desde San Agustín o desde San Francisco, o sea, desde las afueras de antaño, vuelven los nazarenos a las rúas con sus túnicas multicolores y dando guardia a sus titulares, para decir en el centro que allí, en sus barrios de la periferia, también tienen sus modos y maneras de sentir y venerar las verdades de todos. Para ello se vestirán adecuadamente, llenarán sus pasos de flores y no escatimarán nada para mostrar a propios y extraños que, puestos a ensalzar lo propio, nadie tiene que darles lecciones de buen hacer.

Muy bien podría haber comenzado este pregón con un anuncio gozoso que, correspondiendo a una festividad religiosa, incluso podría haber sido pronunciado en latín: Nuntio vobis gaudium magnum... Os anuncio una gran alegría, la Semana Santa está en puertas... Yo no sé si comenzar este mío con ese anuncio de alegría o si comenzar de otra manera. Porque para mí, la Semana Santa representa uno de esos hitos anuales en los que hay que meterse de lleno para vivirlo del modo más intenso posible, con la seguridad de que, siendo rica como lo es en aspectos y facetas, cada uno encontrará en ella claves personales que le sirvan, que le ayuden en su transcurrir por la vida. Hay citas a las que no podemos faltar a no ser que exista un impedimento extraordinario. Siempre estaremos en el Obradoiro la noche del 24 de julio pensando que un año m s en el mismo sitio. También la noche del cinco de enero nos cogerá en la calle viendo la cabalgata de Reyes y pensando que un año más. Y en el atardecer del viernes de Dolores estaremos por las rúas para ver pasar a la Señora un año más. Siempre un año más y siempre nosotros viendo transcurrir nuestra historia personal a los pies, o junto, a los mismos hitos. Luego, a lo largo del año, cada uno por sus derroteros, cada uno a sus afanes, cada uno con su brega personal a vivir esa historia nuestra de cada día. Pero en determinadas ocasiones cada uno en su sitio como acudiendo a una cita personal que hicimos con nosotros mismos. Entonces, mientras suenan los cohetes, mientras arde la fachada o mientras pasan los nazarenos y al fondo ya se ve a la Virgen y ya se siente la música, evocaremos este año que ha pasado desde la última vez que estuvimos en el mismo sitio.
Y as¡, estas celebraciones, en el fondo, son momentos de reencuentro, ojalá que honrado, Dios quiera que enriquecedor, con nosotros mismos. Por eso no son pocos los que reniegan de este tipo de actos, tal vez porque se han metido o se han dejado ir hacia un vértigo de actuaciones sin sentido y tienen miedo a ese encuentro consigo mismo, a ese íntimo mirarse cara a cara sin necesidad siquiera de formularnos ningún tipo de pregunta porque las conocemos de antemano, aunque no queramos darles respuestas, porque puede que las temamos.
Nuestras vidas han sido comparadas con los ríos, pero yo diría ahora que también lo pueden ser con vueltas de noria que vamos dando, siempre rodeando los mismos temas, pero enriqueciéndonos en experiencias en cada una de ellas. Nunca somos los de antes aunque estemos en el mismo lugar que el año anterior esperando otra vez a la Santa Cena cuando dobla la esquina aquella de la rúa para enfilar hacia la Conga. Allí estamos, todo parece igual, incluso, lo pensamos y lo creemos, pero sabemos que no, que nada es repetible, que a lo largo del año hemos hecho, hemos desecho, hemos aprovechado, hemos desperdiciado, hemos vivido. Conviene recapacitarlo y estos son momentos apropiados porque nosotros, perecederos y carentes de importancia, estamos enmarcados por la trascendencia histórica y esto, en Compostela, lo sabemos muy bien porque nos sabemos el Pórtico de la Gloria con los ojos cerrados.
Es el momento de aceptar lo relativo de nuestros problemas, la nimiedad de nuestras preocupaciones y la intranscendencia de todo cuanto nos parece importante. Es preciso para nosotros, nos conviene desde muchos puntos de vista. Entre casas centenarias, celebrando unos hechos casi bimilenarios, no vendrá mal que pensemos qué será dentro de un año de los problemas que hoy nos preocupan. Tal vez la Semana Santa sea un buen momento para adentrarnos por los senderos, siempre personales, de la reflexión en busca de posibles ajustes en m s de un aspecto de nuestra conducta.
 
Las cofradías por las calles compostelanas desde el tiempo de la contrarreforma... A veces, parece que queramos indicar inmovilismo al hablar de costumbres que vienen de lejos y nada más lejos de lo cierto. Muchos de los presentes hemos visto cómo nacieron un montón de costumbres y modos que hoy consideramos completamente normales y que ya están enraizados en nuestras costumbres. Las misas vespertinas, la matinal procesión del patronato o la inclusión de los rayos láser en los fuegos del Apóstol podrían ser algunos ejemplos de cómo lo duradero ha de saber acomodarse a los tiempos. Hay que buscar la esencia de las costumbres para custodiarla sabiendo transcender todo cuanto es accesorio. Lo esencial de la Semana Santa es que, en determinados días, las cofradías salen y discurren por las calles compostelanas como un acto de fe de sus cofrades. El resto es accesorio, el resto es modificable, el resto es lo que, a veces, conviene cambiar y adaptar a los tiempos para que lo esencial permanezca.
De este modo, cada época va teniendo sus protagonistas que hacen y acomodan. Sus responsables que, sin más bagaje que la propia intuición, lo que han visto hacer y su deseo de eficacia, reciben, administran y transmiten en su momento. Transmiten después de acomodar lo acomodable y de no tocar lo intocable. Las sucesivas Juntas de Cofradías dictarán normas, interpretarán sentimientos, indicarán cambios que serán o no serán tenidos en cuenta, pero que tendrán la cualidad de hacer que todo se vaya adecuando a las novedades, que todo siga estando acorde con los tiempos de cada tiempo. La gente también dirá lo que le gusta y lo que no, lo que sobra y lo que añora, también desde fuera de las cofradías surgirán comentarios que convendrá tener en cuenta, y as¡ la Semana Santa seguirá siendo algo vivo, algo que un día concreto se echa a la calle para seguir diciendo que, desde hace siglos y siglos, aquí estamos un año más.
Un año m s. Para mí es una frase que repito muchas veces en esas citas que cada uno tiene consigo mismo al amparo, o al abrigo, de celebraciones anuales, un año más con las doce uvas, un año más en las cacharelas de San Juan, un año más en la Virgen de Acá de Córdoba, un año más en el Domingo das Mozas en el San Froilán lucense, un año más en la apertura de curso académico, un año más con mi Cofradía Servita sevillana. Pero siempre es lo mismo, un año más agradeciéndole a la vida que siga contando conmigo y dándome la oportunidad de ser consciente del tremendo regalo que es vivir.
Porque, al amparo de estos días, volveré‚ a pensar y a preguntarme si la Semana Santa es un canto a la vida o a la muerte. No faltan quienes hablan de imágenes tétricas, de que sobra sangre en muchos Cristos, de que ya está bien de tantas cadenas y flagelaciones... Yo, sin embargo, pienso que es una celebración que tiene lugar en primavera, cuando la naturaleza renace y cuando las primeras flores se van a los pies de nuestros Cristos y de nuestras Vírgenes. Y pienso, también, que todo viene a estar trucado, porque, en el fondo, sabemos que en la noche del sábado el Señor resucitará y se formulará la gran pregunta: Ubi est, morte, victoriam tuam? ¨Dónde está, muerte, tu victoria? Para mí es una celebración de la vida, del esplendor de la vida que brota por los cuatro costados del mundo, incluso desde nuestro interior. Al día siguiente, Domingo de Pascua, y después de una Semana intensa nos iremos de fiesta a Padrón porque la vida, por suerte, sigue y estamos subidos a su carro. Pero antes de las celebraciones pascuales, hemos de ver al Nazareno casi caído, ayudado por el Cirineo y mirando hacia los lados, como buscando a alguien, mientras avanza por la Algalia o atraviesa la Plaza de san Roque. Antes, las mujeres compostelanas, pensando en esa madre que ha perdido a su Hijo ese mismo Viernes por la mañana, habrán acompañado a la Virgen de la Soledad en su primera noche sin El. Antes del Domingo triunfal, del día en que se cumplirá todo cuanto estaba escrito, es preciso que transcurran esos otros días de dolor en los que, también, se tienen que cumplir las escrituras.
Fiesta de la muerte, fiesta de la vida, fiesta religiosa, fiesta familiar, fiesta íntima... Cuántas cosas nos pueden traer estos días. Porque todo eso, y más, puede representar para nosotros la Semana Santa. También, cómo no, momento para el recuerdo. Recuerdo de quienes estuvieron y no están, recuerdo para quienes querían tanto a la virgen de la Quinta Angustia y ya no la volverán a ver, recuerdo de quienes no podían faltar en la salida, o en la entrada, del Flagelado y ya nunca los encontraremos allí. Recuerdo, en suma de quienes vivieron y ya sólo habitan en nuestros recuerdos. Sí, también momentos para volverlos a traer al primer plano de nuestros afectos y de irnos acostumbrando a sus ausencias, que todos estos lastres tenemos que tener.
Y cuando en cualquier momento, no sabemos aún cuándo, no sabemos aún dónde ni sabemos aún al reclamo de qué, se nos abra el corazón y la emoción nos apriete la garganta, seamos generosos con nosotros mismos, dejemos que lo más íntimo sea protagonista de nuestros sentimientos durante el tiempo que sea, porque también para eso estamos aquí, para vivir de mil maneras, incluso para no poder ver porque las lágrimas nos han empañado los ojos, para no poder hablar porque la garganta se acongoja, y casi ni podamos sentir pues los sentimientos se entorpecen unos a otros por salir todos a la vez. Porque esto ocurrirá, que en estos días, en cualquier sitio, por cualquier motivo nos encontraremos con nosotros mismos. Ojalá nos sea provechoso ese encuentro que todos sabemos que estamos necesitando.

Y todo irá  llegando poco a poco, como sin avisar aunque a gritos, que conocemos muy bien las pautas. Cuando no esté nublado, comprobaremos que los días han crecido mucho. Más tarde, por Calderería, Huérfanas o el Toral aparecerán palmas en los escaparates o en los portales de las tiendas y veremos que en la prensa se anuncia un acto penitencial. Luego todo sucede sin tregua. La fiesta en San Lázaro viene seguida del Viernes de Dolores y ya estamos. Y eso que ahora no se tapan las imágenes de los Santos como se hacía antaño. Es lo mismo, aunque estaba muy anunciado, casi sin pensarlo estamos en el Domingo de Ramos. Y el rito se desencadena si no está desencadenado. Una vez metidos en ella, la Semana irá pasando sin darnos cuenta, pues los afanes cotidianos han de complementarse con estos otros, pero viviremos un año más esta Semana que desde hace milenios es el centro de nuestro ciclo anual. Antes, desde Moisés, prefigurando lo que ocurriría. Ahora, después de Cristo, evocando lo que ocurrió.
Y la viviremos recordando nuestras diferentes edades, pues si bien durante la infancia nos hizo ilusión nuestro ramo, o nuestra palma, y nos apeteció salir vestido de romano, luego fueron otras las cosas que nos atrajeron, otros los detalles que nos llamaron la atención, pero siempre al final de la semana, fuese como fuese la manera en que la habíamos vivido, nos encontramos con la noticia ante la que sigue siendo preciso tomar una actitud personal. Al amanecer el domingo, el ángel anuncia a Mar¡a Magdalena, y a nosotros de modo intemporal, que el Señor resucitó, "non est hic, sed surrexit..." Ya el anciano Simeón había profetizado al tener al niño en brazos que "Ecce positus est hic in ruinam, et in resurrectionem multorum in Israel: et in signum, cui contradicetur" Ayer como hoy, Jesús sigue siendo signo de contradicción y piedra angular de muchas posturas. ¨Resucitó? ¨No resucitó? Ante estas preguntas, la ciencia no puede decir nada y nos metemos en el terreno de lo inefable. Que cada uno conteste honradamente a estas cuestiones y, luego, que adecúe sus actuaciones a la repuesta que llegue a dar.
Hemos empezado la semana como con cosas de niños, evocando nuestra infancia, y la terminamos buscando nuestra respuesta personal a una pregunta propia de la madurez, la nuestra.
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Mañana, Domingo de Ramos, espero estar a estas horas en Sevilla. A eso de la medianoche me acercaré‚ a la Capilla donde tiene su sede mi Hermandad Servita y esperaré la visita de otra Hermandad querida, la de la Virgen de la Hiniesta. Cuando pase por nuestra puerta, la Virgen nos saludará y allí procuraremos estar todos los Servitas a recibirla. Siempre es algo muy emotivo.
Pero tengan muy claro que en Sevilla y en cualquier momento, yo estaré orgulloso, muy orgulloso, de haber sido este año el pregonero de la Semana Santa de Santiago de Compostela. Sí, muy orgulloso y muy agradecido a la Junta de Cofradías por haberme invitado a hacerlo, pues para mí, que quiero a la Semana Santa y que creo conocerla, siquiera de modo superficial, el poder pronunciar su pregón en la ciudad en que habito es algo que, sin merecerlo, ha sido de lo más hermoso que me ha tocado vivir.
Señoras y Señores, Muchas gracias.


Santiago de Compostela, 4 de abril de 1998

sábado, 26 de enero de 2013

Pregón de Semana Santa, Santiago de Compostela, 1998


En el año 1998 pronuncié el Pregón de la Semana Santa de Santiago de Compostela. Como pregonero, me correspondió presentar el Programa de Actos de dicha Semana. Ésta es esa presentación. El pregón lo publicaré un día de estos.

UN AÑO MÁS
A lo largo del año vivimos envueltos en un montón de asuntos supuestamente importantes, pretendidamente inaplazables. Tal vez, pasado un tiempo ni recordamos cuáles habían sido esos asuntos. Si, cada día viene con su preocupación, con sus asuntos, siendo muy posible que ni tiempo tengamos para reposar y reflexionar de cuando en cuando. Porque la vida va transcurriendo.
Por eso, a veces es interesante que sepamos cerrar los ojos, desconectar con el mundo para refugiarnos en nuestro interior sin otra compañía más que la nuestra, pues puede ser que necesitemos reflexiones para después acomodar a nuestra vida a nuestros deseos. Siempre tenemos asuntos a los que es preciso dar soluciones de una vez por todas, ni son desdeñables las preguntas formuladas a las que, aún, no encontramos respuesta adecuada y, en resumen, no es poco lo que tenemos que actualizar si queremos seguir por la vida con una cierta coherencia humana.
Hay fiestas, celebraciones o como se les quiera llamar, que son muy propicias para estas reflexiones. Una de ellas es esta que está en puertas, la Semana Santa. Un año más, los nazarenos llegarán al centro de nuestra ciudad desde sus cuatro esquinas y pasarán por las rúas entre los colores de sus túnicas, rojo, azul, blanco o negro, dejando tras de sí un entrañable olor de flores mezclado con el de las velas. Un año más veremos a Nuestra Señora de la Quinta Angustia por su barrio, a Nuestro Señor Flagelado por la Calderería abajo entre compostelanos que lo acompañan y Nuestra Señora de la Soledad volverá a llorar con su dolor entre cientos de personas que no la quieren dejar sola.
Se trata de una tradición que no es nueva, que tiene su historia. Y así, junto con cofradías antiguas, algunas de ellas existiendo ya en el siglo XV y la mayoría de ellas fundadas en el XVIII, recorrerán las rúas otras que nacieron en nuestros días pero ya con sitio propio en la Semana Santa de Compostela. Unas cofradías formadas en la actualidad por personas sin más pretensiones que la de dar testimonio de sus creencias en unos misterios y de una actitud personal ante ellos. Pero que sin pretenderlo, es posible que sin darse cuenta, que están conservando otro aspecto del patrimonio compostelano como son las cofradías y sus imágenes, salidas de las manos de egregios escultores, y que también forman parte de nuestra historia más entrañable.
El primer plenilunio de primavera volverá a ver el transcurrir de procesiones por rúas acostumbradas a servir de marco tanto a cortejos reales como a otros más humildes, pero no por eso menos dignos, menos enraizados en la vida cotidiana de Compostela. A lo largo de la semana, viendo el transcurrir de las cofradías, a veces nos parecerá que el tempo no pasa, pensaremos que fue ayer mismo cuando estábamos en los mismos sitios, en las mismas esquinas, atendiendo a los mismos detalles. Pero no nos dejemos engañar, el tiempo pasa incluso entre estos retazos de eternidad que es nuestra Compostela. Y vemos cómo transcurre todo esto. Testigos afortunados de que la vida siga contando con nosotros, y puede que al abrigo de tanta hermosura y encanto como encontraremos en más de una ocasión, tendremos alguna vez la oportunidad de adentrarnos de valiente en los rincones más íntimos de nuestro interior para ver cómo andamos en relación a muchos asuntos, pues puede ser que desde hace mucho, lo cotidiano no nos deje ver lo trascendente.
Una oportunidad de reflexión profunda, eso puede ser para muchos esta Semana Santa que una vez más llega en los albores de la primavera. Pasaremos estos días metidos en fiestas, celebraciones religiosas, encuentros familiares, pasando entre dos coordenadas sentimentales tal vez contrapuestas. Pues la Semana empieza con ritos que parecen juegos de niños, como son la bendición de palmas y ramos y la procesión de la Borriquitacon romanos y judíos, y termina con una gran pregunta a la que cada uno debe dar una respuesta personal para ajustar su vida a ella: ¿Resucitó Jesús?
Solamente deseo a mis convecinos, y a mi mismo, que en estos días sepamos desconectar los cantos de sirenas y que olvidemos un poco los mandos a distancia. Después, que busquemos el tiempo y el sosiego necesarios para volver a buscar la respuesta personal a la pregunta crucial. Y que tengamos la valentía que es preciso tener para ajustar la vida a nuestra respuesta.

jueves, 17 de enero de 2013

REFLEXIONES ACERCA DE LA SEMANA SANTA

 A la memoria de Germán Pérez Burgos, costalero de la Virgen de los Dolores de Sevilla, muerto en Afganistan el día 24 de septiembre de 2007


Cada primavera nos trae un revivir de la naturaleza. Miremos a donde miremos, si lo hacemos con ojos sabios, nos encontraremos con la vida que parece rebrotar tras el obligado período invernal.
Es entonces cuando, tras la primera Luna Llena, celebramos la Pascua. Tradiciónllena de recuerdos y símbolos, pero también proyecto pleno de ilusiones. Y lo que digo a nivel general, de todos, es incluso más válido cuando nos metemos en las interioridades de cada uno de nosotros.
Hay quienes hablan de la Navidadcomo una fecha triste porque viene cargada de evocaciones irrepetibles. Tal vez sea cierto, pero creo que si esas evocaciones son capaces de sembrar la tristeza en nuestro ánimo, es porque éste no está preparado para situar cada cosa en el sitio que le corresponde. Ahora, en primavera, nos encontramos con una celebración tal vez más extrovertida, la Semana Santa, pero no por ello menos exenta de recuerdos y de tributos a la trayectoria vital de cada uno.
Es decir, no menos intimista y como siempre ocurre en estos casos, cada uno la vivirá de acuerdo con su personal forma de interpretar y sentir estos momentos. Porque detrás de un ritual mas o menos costumbrista como pueden ser las palmas y los ramos, las comidas típicas, las procesiones o las reuniones familiares o con amigos, volveremos a meternos en un trasfondo íntimo que nos llenará de recuerdos.
En toda esa sucesión de actos que van jalonando la Semana Santa, nos será posible revivir las emociones, alegrías, tristezas y preocupaciones que han configurado nuestro paso por la vida hasta el día de hoy. Y si al ver a los niños con sus palmas o sus ramos recordaremos al niño que fuimos acompañados por nuestros familiares camino de la iglesia en la mañana del Domingo de Ramos, mas avanzada la Semana Santa, cuando estemos en el Jueves Santo por ejemplo, reviviendo una vez más sus tradiciones en la familia y en la ciudad, evocaremos una vez más a tantos y tantos amigos y familiares que nos han acompañado en nuestro pasar por esta vida, o que incluso le han dado sentido, y que por múltiples razones esta vez no nos acompañan.
Todo esto se fragua en un círculo formado por el entorno familiar y esos amigos de siempre con quienes nos gusta compartir esos momentos que, en general, llamamos vida. Pero en Semana Santa también tenemos el reclamo callejero. Las Cofradías pasan por las calles, cada una con su itinerario, dejando tras de sí un sinfín de emociones, de recuerdos tal vez olvidados pero aflorados al ver pasar a las Advocaciones que marcan nuestro paso por la vida. ¡Cuantos años viendo pasar a esta Virgen, a este nazareno…¡ Y sin embargo nunca nos los queremos perder porque yo no sé muy bien si vamos a verlos o si, mas bien, vamos a vernos a nosotros mismos en el mismo sitio y con el mismo motivo. Por una u otra causa, buscamos el reencuentro.
Para mi es el tiempo de las emociones descontroladas y permitidas, valga la redundancia, pues si bien es cierto todo lo que podemos decir acerca del comedimiento, sé desde muy adentro de mí mismo que en esos momentos de emoción es cuando más sinceramente me siento más vinculado a los míos y también unido en una comunidad de sentimientos y compartiendo sensaciones muy similares con gente con quienes tal vez no tenga muchas mayores semejanzas. Pero si estamos en la calle para ver pasar tal o cual Cofradía, si nos emocionamos ante ese paso o al ver pasar esa Virgen, ya es mucho lo que nos une.
Me gusta sentirme uno mas, es algo que siento profundamente en cualquier calleja, en esta o en aquella plaza, mientras que con muchos otros espero la llegada de este o de aquel paso. En medio de posibles apretujones, el olor a incienso, el sonido de la música, las filas de nazarenos y, al final, el Cristo o la Virgen cada vez más próximos crean en mi ánimo un sentimiento emotivo que es algo muy difícil de transmitir, digamos muy personal. Pero muy hermoso.
Siempre me encuentro conmigo mismo en cualquier momento inesperado, pero sé que ocurrirá. Tal vez una vuelta emotiva de un paso, es posible que una anciana mirando con ojos devotos a un Cristo, una marcha cargada de evocaciones, no lo sé, pero puede ser cualquier cosa la que en esos días me provoque una profunda mirada hacia mí mismo y me encuentre tal como creo ser, me guste o no me guste. Es lo de siempre, que lo permanente, llegado de la mano de la Semana Santa, llega a mi ánimo, para asentarse de nuevo y recordarme los sitios relativos de mis afanes y preocupaciones cotidianas.
Por eso, porque me gusta andar por mis adentros, entre otras cosas, cada año “bajo” a Sevilla desde Santiago de Compostela. Desde 1973 (si, 1973) solo he faltado dos veces, una de ellas por enfermedad de mi padre y en la otra ocasión, era mi madre la que estaba enferma. Siempre voy con la misma ilusión, porque sé que veré a familiares entrañables, estaré con amigos queridos y, fundamentalmente, me daré un paseíllo por mi interior, a ver cómo van las cosas, las mías.
Volverme a encontrar frente a cualquier Cofradía sevillana me da la sensación de un haber llegado a casa difícil de explicar, pero muy cierto y muy sentido. Es la segunda vez que hablo de sentimientos difíciles de explicar y ahora me pregunto yo si acaso es necesario explicarlo todo. Y mucho más cuando estoy hablando a amigos que, prácticamente, podrían decir lo mismo que yo, porque todos compartimos sentimientos similares.
 
Publicado en PASSIO, pp 89-90,  Junta Major Hermandades Semana Santa, Gandía, 2008

viernes, 21 de diciembre de 2012

EVOCACIONES DEL SÁBADO SANTO CON ACENTO LEJANO



Hay en mi familia quien no tiene inconveniente en decir que yo les he enseñado cuanto saben de la Semana Santa de esta tierra. Eso es algo que habría que puntualizar, solamente disculpable por la ceguera que produce el cariño y, también, por esa tendencia a la exageración que tenemos los andaluces.
De todas formas, en este momento voy a hacer como que lo creo. Y voy a hacer así porque en el amanecer de este año, en casa nos hemos encontrado con el regalo de un niño que el Sábado de Pasión fue bautizado a los pies de un paso de palio y que el Sábado Santo ingresó en nuestra Hermandad. Aquel mismo día, el Señor Arzobispo le impuso la medalla durante la visita que, como es costumbre en él, nos hizo con motivo de la Estación de Penitencia que la Hermandad realizaría aquella misma tarde.
Este niño verá muchas cosas. Formará parte de un eslabón más en el discurrir de generaciones cofradieras que custodian este patrimonio inmaterial que es nuestra Semana Santa. Él y muchos otros serán los protagonistas de todo cuanto ocurra pasado un tiempo. Pero para que lo hagan como tiene que ser, será preciso que nosotros, como también tiene que ser, les enseñemos lo que sí y lo que no, lo que conviene y lo que sobra, lo que es esencial y lo superfluo. En una palabra, será preciso que les transmitamos eso que se llama criterio.
Después, que vayan haciendo lo que crean apropiado y así la Semana Santa seguirá siendo fiel a sí misma: inmutable y cambiante, embrujadora, íntima, misteriosa, entrañable, personal y yo diría que, también, intransferible.
Por eso, pensando en lo que dice mi familiar y derrochando vanidad, quiero dedicar a ese niño de quien hablo todo cuanto ahora diga y ya para siempre creeré que la primera vez que ha oído hablar de la Semana Santa ha sido algo dicho para él, como si sólo a él se le contase.
Como si se pudiese contar el sentimiento...

* * *
Mi infancia no son recuerdos de un patio de Sevilla. Sí un cañamazo de callejas con nombre propio: Mesón, Arriba, Abajo, que iban a confluir a una plaza, la del Romero, donde estaba la casa familiar. Estoy hablando de Alozaina, en plena sierra malagueña.
También evoco una Semana Santa, la de allí, y viene a mi memoria una Hermandad de la Vera Cruz, de la que formaba parte mi padre, y otra del Silencio. Recuerdo a personas vestidas de Apóstoles y un fuerte y alegre repique de campanas en la mañana del entonces llamado Sábado de Gloria, mientras mi madre, gozosa, nos trasmitía la alegre noticia: "Ha resucitado el Señor..."
Luego, mi familia marchó lejos. No soy plenamente consciente de cuánto pudo significar este distanciamiento, lo que sí sé es que, en cuanto fue posible, fuimos volviendo a las raíces. A los catorce años, y por cuestiones de salud, estaba yo en Córdoba reencontrándome con la sonoridad de un habla, con la normalidad de unas costumbres y de unos usos, que, recluidos en el entorno familiar, siempre me habían sabido como a algo raro, singular. A orillas del Guadalquivir todo lo que hasta entonces me había parecido diferente se me apareció como cotidiano. No es cuestión de pormenorizar, pero resulta difícil glosar ahora la alegría que me proporcionó este reencuentro, el agradecimiento que sentí hacia mis padres por haber conservado, siquiera para nosotros, ese bagaje cultural que habían llevado consigo al salir de Andalucía.
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Para mí, la Semana Santa, como la Navidad, es una festividad muy dura desde un punto de vista puramente afectivo. Porque son momentos de recuentos. De quienes estuvieron y no están, de quienes amaban tremendamente a esta cofradía y éste es el primer año en que ya faltan. Y digo "ya faltan", porque para ellos la vida ha cerrado un capítulo. Los tengo por momentos duros, porque nosotros también tenemos que serlo, porque, sin renunciar para nada al recuerdo doloroso y entrañable, hemos de mirar adelante y celebrar con alegría el que estemos aquí de nuevo, que sigamos juntos los que estamos. Es la fiesta de los que somos sin por ello renunciar a los que fuimos, el momento de echarle cara a la vida con los nuestros, con los de ahora. Sin olvidar a los que nos dejaron, pero sin nombrarlos siquiera, cada cual ya lo hará por su cuenta. Y sin miedo a las lágrimas, que si aparecen, y terminarán apareciendo, todos sabremos a quienes están evocando.
En el fondo, es la vida que pasa, la vida hecha historia cotidiana, pues si en verdad hay quien falta, y de qué manera se nota, también está quien ha llegado, quien está pidiendo su sitio y dentro de nada no lo tendrá  ni que pedir, ya se lo habrá  hecho. Es la vida, la nuestra. Y no se va, simplemente transcurre.
Una de mis más profundas razones para venir es egoísta. Vengo al reencuentro conmigo mismo, con lo mío, con la que ya es mi gente. A constatar los cambios, a ver cómo los años van pasando por todos, a conocer a los nuevos, a añorar a los que no están porque no han podido venir esta vez o porque no van a estar más. Y todos esos cambios, todo ese ir y venir, toda esa vida, en suma, los vivo a la sombra, al amparo, de lo inmutable. Y no de lo inmutable en sentido grandilocuente, sino en el sentido más íntimo, más sencillo, más, casi, inapreciable. Cuántas veces cualquiera de nosotros a lo largo de esa Semana diremos que "un año más". Y será mientras esperamos a una cofradía en un rincón concreto con los nuestros de siempre, o cuando visitemos a una Hermandad en su Casa o, simplemente, cuando tomemos aquella cervecita que también se ha hecho ritual en nuestra Semana Santa. Un año más aquí, un año más ahora, un año más haciendo esto. Recuerdo, hace ya un montón de años, que vi a un matrimonio, mayores ellos, que allá en el Altozano y después de pasar la Esperanza, se dijeron el uno al otro "este año la hemos visto" y echaron a andar hacia la calle Castilla. También para ellos, la Semana Santa era una cita que se hacían consigo mismos desde un año al siguiente.
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Tal vez, y sin tal vez, lo que más me ha emocionado a lo largo de todos estos años que llevo viniendo a la Semana Santa haya sido contemplar la confluencia de sentimientos dentro de la diversidad de las personas. A veces, en vez de mirar a un paso miro a quienes están en la calle conmigo. Cada uno con su estilo, cada uno de su edad, cada uno indicando su posición. La diversidad de la gente está allí, pero en ese momento todos los ojos mirando lo mismo. Me emociona ver cómo la Semana Santa de esta tierra es capaz de aunar dentro de la diferencia, de hacer que confluyan muchos, y distintos, intereses. Lo demás son escenografías que ayudan al encuentro sincero con lo más íntimo de cada uno, a ese encuentro que se va a dar no sabemos cuándo, no sabemos dónde, pero que todos buscamos ávidamente, como locos, porque tenemos la certeza de que allí, cobijado entre cuatro detalles inesperados, se va a producir y ya está como esperándonos. Por eso, cada uno desde su sitio y dejando todo atrás, nos echamos a la calle en su búsqueda.
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Ahora que estoy comenzando, tengo que ser sincero y decir que tengo miedo, que estoy asombrado por causa de esta audacia mía de venir a hablar, con acento lejano, de algo muy de ustedes, muy de aquí y por si fuera poco, con la pretensión de decir algo nuevo. Porque, por sólo citar una carencia mía, yo no puedo recordar cómo, siendo niño, alguien me explicaba algo...
En aquellas edades yo estaba lejos, muy lejos de aquí en todos los sentidos. Pero tampoco lo estaba tanto como para quedar al abrigo de comentarios que me trajesen nombres. Hay famas que se desperdigan generosamente y el Señor del Gran Poder es capaz de llegar muy lejos, lo mismo que la Macarena. Esos dos nombres, posiblemente, fueron los primeros que asocié con la Semana Santasevillana. Del resto, no sabía nada.
Un año, hace 25 de esto, unos amigos me propusieron venir a Sevilla. Dije que sí. No puedo olvidar nada de aquella primera visita mía a esta Semana Santa, de la sensación que me produjo ver una fila de nazarenos, del primer encuentro que tuve con un paso de Cristo o con uno de palio. Era Martes Santo cuando llegamos y nos echamos a la calle acompañados por un amigo sevillano. Yo no tuve tiempo para analizar nada, pues viví intensamente todo cuanto me rodeó, todo aquello en lo que me sentí inmerso. Esas cosas se viven y, luego, en el sosiego del recuerdo, se analizan y se pormenorizan. De momento, las viví.
Caía el crepúsculo y estábamos en la Plaza de Contratación. Al poco pasaría el Cristo de la Buena Muerte y con una peculiaridad, hoy sé que histórica. Por primera vez era llevado por una cuadrilla de hermanos costaleros. A los pocos años la novedad se haría norma, pero en aquella ocasión todos estaban atónitos al ver cómo unos muchachos con más afán que pericia, eran capaces de llevar al Señor como lo estaban llevando. Las filas de nazarenos regresaban lentamente a su templo. Era un momento sereno, un anochecer muy propio de la Semana Santa y la gente iba llenando la plaza.
Estaba obscuro cuando llegó el Señor. Desde Miguel de Mañara se acercaba a la plaza con majestad y entre un silencio que me dejó sobrecogido. Recuerdo que, como quien no quiere la cosa, avancé un paso, casi imperceptible, pero suficiente para quedar separado de los demás y poder vivir aquel instante en soledad conmigo mismo. Un montón de sensaciones se agolparon en mí. En medio del intenso silencio que se apoderó de la plaza, oí el sonido de los pies de los costaleros al arrastrarse por el suelo y la parca voz del capataz que, sobriamente, indicaba lo que convenía hacer en cada instante. Pero sobre todo, la imagen de aquel Cristo que, en su Buena Muerte venía derrochando paz, fue lo que más me impresionó. El paso se detuvo justo delante de mí, de tal forma que pude contemplarlo con detenimiento. Había una pareja joven a mi lado y ella, más baja que él, comenzó a cantar una saeta compuesta para la ocasión. Más o menos, son muchos los años que pasaron, venía a pedir a los estudiantes costaleros que llevasen con mucho tiento al Señor ya que, de no ser así, le dolerían más las llagas. Terminó la saeta y la muchacha hundió su cara en el pecho de su acompañante, puede que para acallar su emoción en aquella exigua intimidad. Porque, hoy son muchas las ocasiones que me permiten decirlo, sin saber cómo, esa magia que todos conocemos, ese momento que todos buscamos, se había adueñado de la plaza haciéndonos vivir esa sensación de trascendencia que hemos vivido en más de una ocasión y que hace que nos sintamos tan íntimamente reconciliados con lo más hondo de nosotros mismos. Recuerdo cómo, en unos instantes, esos instantes que a veces tienen dimensiones eternas, evoqué intensamente una y mil cosas. Ahora, pasado el tiempo, sabiendo ya cada año lo que quiero ver, no dejo de asombrarme, y alegrarme, del buen comienzo que tuve en la Semana Santa.La austeridad, el señorío y la ponderación se hicieron un sitio en las ideas que yo pudiese tener sobre ella.
Pero si estaba impresionado por el solemne comedimiento que encontré en la Hermandadde los Estudiantes, al poco se produciría una auténtica confusión en mi mente, puesto que justo detrás venía la Candelaria. Salimos a descansar un rato y regresamos a la plaza en el mismo momento en que entraban los ciriales del palio. Todos miraban hacia la bocacalle por la que, de un momento a otro, aparecería la Virgen. Tengomuy presente en la memoria que lo primero que vi fue cómo la pared se iluminaba más y más. Desde entonces, esa sensación de notar el acercarse de un palio por cómo se encienden los muros o por cómo se refleja en un cristal, es para mí una de las vivencias más íntimas siempre asociadas a los atardeceres o a las noches de Semana Santa.
Todo cuanto me asombrara con el Cristo de la Buena Muerte parecía ausente con La Candelaria. En vez del silencio del Cristo, la Virgen traía bullicio a su alrededor mezclado con música. No había cuatro hachones en las esquinas del palio, pues había más de un centenar de velas encendidas haciendo que la Virgen viniese hecha una luminaria. Pero ante a la majestad del Señor, estaba la majestad de la Señora. Tardé en verlo, pero allí estaba lo mismo, fervor, señorío, ponderación, lo mismo, pero ahora expresado de modo distinto. Y ese fue uno de mis primeros, e importantes, descubrimientos de esta Semana Santa, el respeto a la diversidad, la coexistencia de la disparidad, la confluencia auténtica hacia la dignidad partiendo desde distintas posiciones. ¡Qué maravilla, la Candelaria! Me encontré muy en mi tierra, muy en mi casa. Sentí un profunda sensación como de haber llegado no se sabe a dónde ni desde dónde, pero de estar en el sitio que le corresponde a uno. Y, parejo a ese sentimiento, la sensación de descanso, de profunda serenidad, como de capítulo finalizado.
Al día siguiente, miércoles, paseé y me encontré con una ciudad cargada de historia, o así supe verla. La Catedral, la Plaza del Salvador, el Barrio de Santa Cruz y otros tantos lugares fueron para mí exponentes vivos del paso de un tiempo aprovechado con tino y sabiduría. Puede que por primera vez fuese consciente de que estaba asistiendo a una celebración que venía a ser mezcla de religión, música, arte, sentimiento, clasicismo y muchas otras cosas pero que, posiblemente, era el eslabón actual de una cadena de celebraciones que, con uno u otro matiz, se vendría celebrando en la ciudad desde siempre. Sevilla, tartesia, fenicia, romana, visigoda, musulmana y ahora cristiana, con su tradición adaptándose, o enriqueciéndose, con cada aporte cultural o religioso. Como los grandes epicentros del mundo europeo, en los que, con ojos sagaces, es sencillo desglosar qué raíz tiene cada aspecto de cualquier manifestación que, sin embargo, se nos aparece como un bloque perfectamente conjuntado, estructurado, monolítico.
Las cosas, para mí, independientemente de las raíces que puedan tener, están ahí y basta. Si se mantienen a lo largo del tiempo es porque siguen sintonizando con el sentir popular. Sabemos que nuestra Semana Santa tiene múltiples aspectos. Sea como sea, sabemos que se puede venir a ella por piedad, o buscando costumbrismo, o por estudiar un exponente de la cultura de un pueblo. Hay quienes se acercan con afán de ver obras maestras de la escultura saliendo en procesión; también están aquí los amantes de la música, los admiradores de los bordados, de la orfebrería y muchos más. No falta quien viene solo a ver. Todos, absolutamente todos, si llegan con sinceridad, recibirán el ciento por ciento y a manos llenas. En aquella mañana de Miércoles Santo lo intuí y me dispuse a vivir lo que pudiese venir con afán y humildad, con el asombro que se produce cuando uno es consciente de que está tocando la historia, o que es ella quien pasa a la vera de uno.
En la tarde-noche de aquel día me asombraron Los Panaderos y, desde entonces, tengo una cita anual con esa Cofradía. Tampoco San Bernardo me dejó indiferente. Ni el Jueves vi las Cigarreras, o Santa Catalina como si cualquier cosa. Sin yo saberlo, me estaba empapando de vivencias, estaba dejando que unas fuertes impresiones calaran en mi alma de un modo tan hondo que sus improntas señalarían indeleblemente mi forma de actuar.
No quiero o no puedo, tal vez porque no sé, contar cómo viví aquella madrugada. Sí recuerdo perfectamente lo que me impresionó el gentío en todas partes. Bulla por doquier, incluso por las callejas más apartadas, y mucha alegría, porque algo que me había impresionado desde mi llegada era esa alegría con la que se participa en el discurrir de las cofradías. Tal vez porque, en el fondo, el Domingo de Resurrección está cada vez más cerca, el Señor resucita en ese día y todo podría ser considerado como una exaltación de la vida contra la muerte. Glorioso. Pero sí, mientras aquella noche se hacía madrugada para terminar en mañana radiante, la gente, y yo con ella, estaba fiel junto a sus pasos, a los pies de sus Cristos y consolando a sus Vírgenes. Nunca había visto tanto apego de una ciudad hacia lo más suyo. Ni nunca he visto nada que se le iguale. Aquella noche, al irme encontrando con grupos familiares, intuí que la Semana Santatambién podía ser considerada como una gran convocatoria familiar, a cuyo reclamo se acudía siempre que se pudiese sin importar condiciones.
El Sábado Santo por la mañana emprendimos la vuelta. Pasó un año entero a lo largo del cual yo seguí y seguí evocando lo vivido hasta que, a partir de cierta época, comencé a soñar con volver.
* * *
Y eso que, en los primeros años, cuando ya iba acumulando conocimiento y experiencia, cuando ya comenzaba a discernir entre lo que sí y lo que no, al menos eso quiero creer, en cierto sentido notaba como si me faltase algo. En un sentido muy profundo y que ahora voy a comentar por primera vez, me encontraba huérfano. Nunca dejé de sentirme forastero en mi tierra. Veía las familias y yo me quedaba fuera, intuía la vida alrededor de las cofradías y yo me quedaba fuera. Desde que me di cuenta de esta carencia, mi Semana Santa, aunque rica, se resintió por su causa. Era mucho pedir lo que pedía y, sin embargo, para mí se fraguaba todo un cambio, puede que presentido, y que comenzó cuando algunos familiares se establecieron en Sevilla. Aquello representó en mi vida un reencuentro con muchas cosas y, fundamentalmente, con aquellos con quienes, además de lazos de parentesco, había compartido adolescencia en la Córdobade, digamos, mediados los años cincuenta.
Desde entonces, mi estancia en esta ciudad cambió de medio a medio y comencé a conocer otros aspectos de la Semana Santa. La primera vez que se me preguntó mi opinión sobre algo, no recuerdo qué, un palio, una marcha, un modo de andar, quede impresionado por cómo se me escuchó. Hasta aquel momento, nunca había pensado que pudiese interesar mi juicio. Cuatro preguntas más y me sentí completamente capaz de opinar cuanto me pareciese. Opinar en el sentido de esta tierra, nunca pensando en tener que hacer una hoguera de discrepantes, más bien una taracea de opiniones.
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Pero aún tengo que comentar, que evocar más bien, qué fue lo que tanto me impresionó, lo que tan hondo me caló como para hacer nacer en mí esta necesidad de obedecer a una cita anual que he contraído con esta Semana Santa, hace ya 25 años, recordar cómo me fui haciendo con un bagaje de recuerdos y vivencias tales que ya sean parte fundamental de mi manera de ser. Porque hay cosas que marcan de manera indeleble y todos sabemos que esta Semana Santa es una de ellas. Lo bueno, y me gusta decirlo, es que no sé qué prendió en mí de esa manera tan profunda e inefable. No sé si fue el gentío alrededor de un paso de misterio mientras se dejaba oír una banda de trompetas y tambores, o si fue el tono casi verbenero con que se mecía un palio en la Alfalfa, o aquella saeta cantada por vaya a saber uno quién pero que era capaz de poner los vellos de punta, o tal vez fue el crucificado aquel, tan austero, flanqueado por cuatro hachones, rodeado de densas nubes de incienso y avanzando por medio de un mar de silencio, o pudo influir en mí la alegre majestad de la Virgen de los Desamparados, o la gracia del Palio de Montesión, o la cabeza ladeada de la desconsolada Virgen del Valle, o lo sobrecogedor de oír Amargura, o la solemnidad con que suena Nuestro Padre Jesús o, en suma, el hechizo de mirar al cielo y encontrarme con la luna llena mientras dos filas de nazarenos con sotana crema y antifaz y capa azul celeste se van retirando hacia San Esteban.
No sé de verdad qué fue lo que me prendió y me alegro profundamente de no saberlo. Lo mágico es así, inexplicable de por sí. ¿Es necesario explicar todo? Tal vez ese sea mi error en este caso. Las cosas son y ya está.
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Un año, quiero recordar que el 1977, propiciado por el ambiente familiar, me acerqué en un anochecer de Viernes Santo hasta la capilla de la Hermandad Servitay vi por primera vez la imagen de la Virgen de los Dolores. La de la Soledad estaba en su hornacina, aún no salía en la Estación de Penitencia.
¡Qué lejos estaba yo de pensar que aquella imagen, entonces sobrecogedora, hoy sobre todo entrañable, presenciaría desde su altar tantos hechos íntimos para mí, como una conmovedora celebración de bodas de oro, una alegre boda e, incluso, una austera misa de difuntos. Siempre con los míos, que cada vez son más.
La Virgen de los Dolores me impresionó profundamente, y tengo que decir que, la verdad, es hoy el día en que aún no me he acostumbrado a ella. Siempre siento como si me transmitiese una profunda sensación de indefensión, de haber sufrido una tremenda injusticia teniendo, impotente, entre los brazos su consecuencia. Sin hablar, sin levantar la mirada. Ella, su llanto profundo y su hijo, hecho promesa rota. La encontré, y la sigo encontrando, sevillana y diferente. No es como ninguna otra, y sin embargo, no puede negar un aire, digamos, de familia. Lo primero que llama la atención, y tal vez en eso radica su peculiaridad, es que no representa la niña que, según los evangelios apócrifos, seguía siendo la Virgen cuando ocurrieron los hechos que conmemoramos en la Semana Santa. No, nuestra Virgen de los Dolores representa la edad que bien podría tener la madre de un muchacho de 33 años. Y eso, en el contexto sevillano, desconcierta. Donde las edades representadas andan entre las casi adolescentes Macarena y Encarnación hasta la Esperanza Trianeray la de Regla, ya no tan jóvenes, la Virgen de Los Dolores, con sus cincuenta pasados, representa una singularidad que llama la atención a primera vista. Nuestra Titular no se quita años, tiene los que tiene. Y conste que me conmueve la Virgen de la Angustia, llorando desconsolada a la edad de derrochar consuelo, la del Valle, abandonada en su dolor sin apreciar sus riquezas, la de la Victoria dando la sensación, con tanto llanto, de estar completamente derrotada. Sí, no me dejan indiferentes tantas lágrimas, aprecio el contrasentido de la belleza hecha para reír pero deshecha en llanto. Pero nuestra Virgen de los Dolores es otra cosa. Otra cosa con la que me siento muy identificado. Tal vez el señorío que es posible encontrar en la derrota y la dignidad del tremendo dolor de ya no tener ni siquiera reparo en mostrarla, no sólo a los propios, también a los extraños, esos que, puede, se sentirán aún más victoriosos ante las consecuencias de su supuesta hazaña. Aquí me tenéis, verme llorar si es que a eso habéis venido. No tengo nada que esconder. Estoy llorando.
Sí, de edad madura, qué excepcional en Sevilla y, sin embargo, qué tremendamente sevillana. Qué manera de evocar, no de mostrar, qué forma de insinuar, no enseñar. Su profundo dolor no está expresado de forma directa, no hay un gran sollozo, más bien hay que imaginarlo por esas señales secundarias que van a la zaga del llanto. Esas tremendas ojeras, esos ojos encendidos, esos músculos agarrotados en el cuello, esa boca entreabierta, nos obligan a pensar que la Virgenha llorado mucho, que ha llorado intensamente. Cada uno que piense, es el arte barroco, que ya está dejando de hacerlo o que aún no se sabe cuándo va a parar. Silencio, la Virgenestá llorando.
Y, en su regazo, en su colo como decimos en mi otra tierra, su Hijo muerto. En brazos, como si de un niño se tratara. En Galicia, donde hay cruces de piedra en todos los caminos, cruceiros les llamamos, son frecuentes estas composiciones llamadas genéricamente "Piedades" en el arte cristiano. También en ellas es el hombre hecho niño el que vuelve al regazo materno, como si, con este gesto se cerrase un ciclo, una trayectoria vital. Ese Niño, forjador de cuantas espadas atravesarían el corazón de la Madre, ya está ahí de nuevo. Consumatum est, todo está consumado. La Madre llora y cómo, pero no hay en ella ni el más mínimo reproche, pues desde un principio se alió en la tarea que lo trajo al mundo, fiat mihi secundum verbum tuum. El Hijo parece descansar, por fin, otra vez junto a su madre. Después de tantos daños físicos, que le acarrearon la muerte, y de los morales no por ellos menos intensos, traición, abandonos y negaciones por parte de los supuestamente incondicionales, ahora, al fin en el regazo de su madre, es cuando todo terminó para él. Por lo que se ve, a Ella aún le quedan sufrimientos, su dolor no está colmado. El Cristo de la Providencia, completamente derrotado, plácidamente abandonado a buen recaudo, ya con la coloración cadavérica en su piel, nos hace pensar en alguien que, por fin, ha alcanzado la paz después de la derrota.
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Siempre que, fuera de la Semana Santa, vengo a Sevilla, tengo dos citas que, por obvias, no tienen sabor de obligación. Naturalmente, una de ellas es a la Esperanzade Triana. Mi paso por la capilla de los Servitas es venir, como quien dice, a mi otra casa sevillana. Vengo los sábados a la misa, la celebración sabatina, al encuentro, siempre entrañable, con un montón de amigos y, en especial, a ver a la Virgen en su altar. A veces es ella quien me da la lección de trascendencia, con su misma postura, su misma belleza, su mismo dolor. Por ella no pasa el tiempo. Contra nuestros afanes, o como contrapunto a ellos, está su perennidad. Es curioso, esa sensación de estar fuera del tiempo, de ser independiente de su paso, no me la inspira la Giralda, con sus ochocientos años ni el Pórtico de la Gloria, coetáneo de la torre. No, es la Virgen de los Dolores, es el Cristo de la Providencia o la Virgen de la Soledad quienes, con su dolor permanentemente actualizado, me hacen comprender que, a pesar de mis afanes, de mis problemas y de mis alegrías, hay otras cosas que trascienden, que son "otra cosa".
Y ya estoy con otra característica de la Semana Santa. La peculiaridad que tiene de perdurable y de la que nosotros carecemos. Me gusta mucho ver esas fotos antiguas de la Semana Santa. En ellas podemos ver al Cachorro por la Calle Castilla, la Virgen del Subterráneo por la calle Laraña, al Cristo de la Exaltación subiendo la Cuesta del Rosario. De aquel tiempo acá han cambiado las canastillas, las bambalinas de los palios; ahora hay costumbre de utilizar más flores, lo que sea. En esencia, los pasos son los mismos, su espíritu permanece. Nosotros no, nosotros sí que vamos cambiando y notamos cómo las madrugadas no son lo que fueron, las bullas ya nos dan respeto y una tarde entera de cofradías se nos empieza a hacer muy cuesta arriba. Sí, para mí, para nosotros, los años no perdonan, mientras que las Hermandades siguen sin cambios. En todo caso, actualizadas con una sabia adecuación a nuevos tiempos y a nuevos modos. Por eso aparecieron los hermanos costaleros y las hermanas nazarenas y, si estamos con el espíritu alerta, veremos más y más novedades que, analizadas de modo generoso sólo significan ir con los tiempos de cada tiempo para que las Hermandades encajen más y más en las correspondientes realidades sociales.
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Para mí, el Sábado Santo es el día más nostálgico de la Semana Santa. Pero si he de hablar, como quiero, del Sábado Santo, de mi Sábado Santo, he de retroceder una semana entera. Mi primer encuentro con nuestros Titulares suele ser el Sábado de Pasión, durante la misa vespertina. Los pasos ya montados nos dejan poco sitio pero el suficiente para arrebujarnos alrededor del altar dispuesto a sus pies. Los ojos se me van a la Virgen de los Dolores, al Cristo de la Providencia, a la Soledad. Tras la misa vienen los saludos a los hermanos y mi primer encuentro en intimidad con los Titulares. Comienzo a vivir la alegría de seguir aquí y ahora, disfrutando y agradeciendo el privilegio de haber podido venir de nuevo. ¡Qué profunda alegría en todos quienes estamos en la capilla en esa ocasión! Aquí estamos, como quien dice, para lo que pueda venir. Aunque no sepamos, ni intuyamos siquiera qué cosas, de qué estilo, sean las que puedan venir. Pero sí, para todos, "un año más" en nuestros sitio.
Y con estas, estamos en el Domingo de Ramos. Todos sabemos de la ilusión de ese día, de que ya estamos metidos en faena, con las ganas que teníamos. Los periódicos dedican sus portadas a las cofradías y hacemos planes de ir al Salvador a ver el Amor o a Triana para ver la Estrella. Habíaganas de oír redobles de tambor por mucho que los viniésemos oyendo ensayar desde hacía tiempo a la vera del río. Ahora no ensayan, no, ahora suenan en su momento. Como de puntillas, reaparece el rito, la costumbre mantenida de año en año: los niños vestidos con el traje del nazareno que, pasado el tiempo, llegarán a ser; los adolescentes estrenando edad; las familias compartiendo paseo; la calle llena, todas las calles llenas; las bullas, el gentío de un lado para otro. Ni pensar en un sitio para descansar: La Alfalfa, hasta los topes; Reyes Católicos de bote en bote; los alrededores de la Catedral, para qué decir. Y todo en respuesta a esa llamada que durante un año estuvo dormitando en todos nosotros. La primera está en la calle. Ya no faltan tantos días, estamos en ellos. Ya llegan las cofradías, vienen desde las cuatro esquinas de Sevilla, La Hiniesta, la Estrella, la Paz, vienen al centro de nuevo, siempre iguales a ellas mismas, a marcar improntas de estilo propio. La Hiniesta por la Alameda es un recreo para los ojos. La Pazpor el Postigo es la primera cita para los que no pueden esperar más a meterse en una bulla. Al atardecer, el Amor por la calle Cuna dirá que hay otra manera de entender las cosas. La Amargura, con la noche bien entrada, nos colocará en nuestro sitio de preferencias si es que nos habíamos descolocado. Gente, gente, gente e ilusiones, un montón de ellas. Todos sabiéndose, o creyéndose, dueños del tiempo y de las situaciones: "Este año quiero ver tal cosa", "este año no me puedo perder tal otra". Los apresurados preguntan, tal vez en la creencia de que así la espera será más llevadera "¿A qué hora sale este año la Macarena?" Hoy, Domingo de Ramos, ya no hay que evocar nada, estamos en Semana Santa y tenemos toda una semana para encontrar y atesorar recuerdos. A estas horas ya nos hemos topado con la primera saeta en la calle Orfila, que se la cantaron a la Virgen del Subterráneo, hemos oído Estrella Sublime que se la tocaban a Ella en San Pablo, hemos cruzado la calle Sierpes camino de la Plazadel Pan para ver a la Hiniesta enfilar la Alcaicería. Quesí, que aunque aún no nos hayamos hecho a la idea, es Domingo de Ramos un año más.
Ya está bien entrada la noche cuando continua mi vida como hermano servita, puesto que llega la hora de acercarse a la capilla para saludar a la Hiniestacuando pase por delante. Aquí sí que se nota cómo crece nuestra Hermandad en su arraigo en el barrio. Todos recordamos cuando, hace apenas unos años, ese saludo era como cosa de cuatro amigos. Solemne, entrañable y sin apenas gente. Cómo ha cambiado esto. Los que estábamos allí en este mismo año de 1996, sabemos que era tremenda la bulla que había y no podremos olvidar el modo en que se realizó el saludo. Cuantos, de los aquí presentes, compartieron aquel instante conmigo, sabemos que allí hubo majestad a chorros y sabemos, además, que nuestra Hermandad se está caracterizando por eso, por saber hacer las cosas con suma elegancia sin dejar de lado ese tono que tiene de llaneza. Hoy no es un secreto para nadie, ni tenemos que tener reparo en decirlo, que la cofradía Servita se ha hecho su sitio en el corazón de la gente cofradiera. Se viene hasta su barrio por verla derrochando buen hacer.
Después del saludo del Domingo de Ramos y, aunque a lo largo de la semana me disperse por la ciudad, tengo una cita con mi Hermandad. A su debido tiempo, ni antes ni después, van llegando y pasando los días de la semana, cada uno con sus cosas... Estaremos con Santa Marta, con la Vera Cruz o con El Buen Fin. No se nos echará en falta junto a la Virgen de Guadalupe o a la del Dulce Nombre. Vendrán momentos de cansancio, de emoción, de nerviosismo. Nos encontraremos metidos de lleno en instantes hermosos por lugares imprevistos y en situaciones inimaginables. Pero el tiempo irá pasando de modo inexorable. Nada se puede dejar para otro día. Por eso tenemos prisa a veces, por eso casi corremos en ocasiones, porque tenemos citas inexcusables.
Cuando haya entrado el palio de los Panaderos, cuando al de las Cigarreras le hayan tocado Encarnación de la Calzada, cuando me vuelva a conmover con el Señor de Pasión, aún queda mucho por ver. Pero ya que vi a las dos Esperanzas, una vez que estuve a los pies del Señor de los Gitanos, después de que pasé un rato junto al Cristo del Calvario y acompañé un trecho al Señor de Sevilla, entonces sí, entonces comprendo que se acerca un momento para mí importante, pues de modo inefable comienza la cuenta atrás de algo muy entrañable, la Estación de Penitencia de la Hermandad Servita.
El Viernes Santo veo todo con mucha tranquilidad. Como algo muy pensado, al caer la tarde me voy acercando a la calle Dueñas para ver la Mortaja, y de allí mis pasos me traen a nuestra capilla.
Siempre me ha gustado ser consciente de los contrastes. Me gusta pensar que en ese mismo momento en que la gente se arremolina alrededor del Cachorro, cuando Montserrat está congregando a tantos y la Carretería pasea señorío entre cariño y admiración, en nuestra capilla reina una tranquilidad pausada que rebosa eficacia. No hay tiempo para nada, pero lo hay para todo. Cada uno a lo suyo, siempre con flores dispuestas para ser usadas, los ramos van creciendo poco a poco y con mimo pero sin miramientos, se van terminando los exornos. Es otra faceta de la Semana santa, el trabajo sosegado, como sin prisa, eficaz, sabiendo muy bien lo que se quiere, cómo se quiere y para cuándo se quiere. Todos los cabos atados, todo previsto, siempre queda tiempo para esas cuatro palabras cordiales que en todo momento conviene tener a flor de labios.
El Sábado Santo por la mañana me vengo a la capilla dando un paseo, tranquilo, pausado, que me espera un día que va a ser muy, muy largo. Por Doña María Coronel ya estoy tarareando Amargura. La capilla bulle de gente. Los amigos, los amigos de los amigos y los que vienen por vez primera forman un ambiente que todos conocemos bien. Los ramos de flores de otras Hermandades se mezclan con las frases de cariño de los que llegan. Lo de siempre, lo de la Semana Santa, que los instantes se hacen eternos pero que las horas se nos escapan sin tan siquiera avisar... Allí, en lo alto de sus pasos, nuestros Titulares viendo cómo pasa el tiempo para nosotros. La Virgende los Dolores sigue con su hijo muerto sin que aún se haya podido hacer a su dolor.
A su lado, la Virgen de la Soledad hace nacer más de un comentario. La Soledad... cuánto cariño a esa imagen. Recuerdo cuando la vi por vez primera, que aún no salía. Luego me llegó el anuncio de su próxima salida y la invitación a contribuir a ella. Desde entonces mi nombre sale a sus pies, grabado en no importa dónde. Luego convino acopiar cosas de plata para hacerle la corona. Más recuerdos en ese paso. Los gemelos, la cadenita de la Primera Comunión, la pulsera rota, el llavero de historia rara, todo fundido por el cariño a la Virgen iniciando nueva historia al ceñir sus sienes. Los que la recordamos como era y la vemos ahora no podemos evitar hacer como si Ella resumiese los últimos años de la historia de nuestra Hermandad. Hoy este paso de palio es de los que más quiero de todos los que conozco de Sevilla, tal vez porque lleva cosas que me evocan cosas, tal vez porque lo conozco palmo a palmo. Tal vez porque, como quien dice, lo fui viendo crecer, y porque mi trayectoria por esta Semana Santa ha estado siempre muy a su vera. Es mucho el cariño que le tengo a la Soledad y le agradezco ahora a las sucesivas Juntas de Gobierno de nuestra Hermandad el haber sabido darle esa nuestra impronta tan singular y, también, tan sevillana.
Aún recordamos los comentarios agoreros que tuvimos que afrontar, los bienintencionados que venían con consejos de expertos. Que si esta Hermandad no tenía sitio, que éste era un barrio muy cofradiero, que había en él Hermandades de mucha tradición y de todos los estilos: la Hiniesta, la Amargura, Los Gitanos, la Mortaja... El tiempo puso las cosas en su sitio y ha dado la razón a quienes tuvieron fe al impulsar la reorganización de la Hermandad. Todos recordamos cuando nuestra salida era entre amigos incondicionales. Hoy, como el árbol de mostaza, aquella promesa, gracias a quienes la arroparon, es una realidad gloriosa. La plaza de San Marcos, durante la salida de la cofradía, representa a los que la Hermandad Servitatiene algo que decir. Gente de todo tipo pero que, ante una llamada sincera, deja cuanto tiene que hacer para volcarse en la calle a ver a la Virgen. Como si no hubiese visto a muchas en toda la Semana, como si fuera a ver algo nuevo. Pues sí, quienes están a aquella hora, con aquel calor y con el cansancio del que aún nadie se ha repuesto, saben que la Hermandad Servita les trae algo nuevo. Por eso están allí sin haber pensado en nada que les pudiese retener. Los generosos de corazón están en la calle buscando y quien busca encuentra. La Cofradía discurre por las calles del barrio arrastrando gente detrás de ella. Cualquier cosa que se diga de la Cofradíatiene que luchar con la tentación de comparar lo que es y lo que fue, como si hubiese una frontera entre ambas etapas, porque sabemos que lo que es hoy, lo es gracias a lo que fue, a la fidelidad a una idea mantenida año tras año.
Sólo quiero recordar el año en que, debido a la lluvia, los pasos pernoctaron en El Salvador y regresaron a la capilla a primera hora de la tarde del Domingo de Resurrección. Era un domingo lluvioso y el regreso se hizo sin más pausas que las necesarias para el descanso de los costaleros. Ni la hora, ni el día, ni el tiempo que hacía eran propicios, por eso pensábamos que el traslado se llevaría a cabo en familia. Y nos asombró cómo la gente, que se había enterado, se echó a la calle para acompañar a nuestros Titulares. Sí, quiero creer que nuestra Hermandad tenía cosas nuevas que decir en Sevilla y que, sin prisas, se ha hecho oír.
Después de que las Hermanas de la Cruz le canten su motete, después de que, calle Laraña abajo, nuestros titulares enfilen la calle Orfila, los dejo ir y los miro con el cariño con que se mira lo propio que se va a otros lugares. Allá van, a que los vea Sevilla, a atravesar la Carrera Oficialcon toda la dignidad de quien se sabe uno más, pero en su sitio, sin presunciones, sin arrogancia, sin petulancias. Dignamente, uno más.
Solamente vi en una ocasión a la Hermandad por esos sitios. Ahora no, ahora la recojo cuando ha iniciado el regreso. Cada vez la recojo más temprano. Antes lo hacía por la plaza de San Pedro, cuando le tocaban "Nuestro Padre Jesús" y vivía uno de mis últimos momentos mágicos de la Semana Santa, cuando decíamos "un año más" tal vez por última vez, porque el fin ya estaba cerca. La he recogido por la Alfalfa y ahora voy por ella a la Cuesta del Bacalao. ¡Qué nostalgia en esos momentos! Mañana todo será historia.
La noche ha caído cuando la Cofradía, ya por su barrio se enfila hacia la capilla. Ahora no es tan sencillo acompañarla durante todo este trayecto como hemos hecho muchos hace tan solo unos años. Pero yo quiero estar conmigo mismo en este rato, por eso me acerco sólo a la puerta de la iglesia del convento de Santa Isabel. Los nazarenos van pasando. Mis familiares, mis amigos todos, uno tras otro haciendo la Estación de Penitencia. Cuando llega la Virgen las monjas le cantan. Luego, cuando los pasos se van por la plaza camino de la capilla, ya no me muevo por acompañarlos. Los veo irse entre los árboles bajo una luna que ya no es tan llena. Ahora sí que todo ha terminado. Me apoyo en una pared y me recreo en los sones de la marcha que le tocan a la Virgen, y la miro hasta que dobla la esquina. A ráfagas, me llegan las notas de una saeta, la última de este año. Y silencio, un silencio roto por sones del Himno Nacional. Los pasos ya están en casa, de aquí a poco los nazarenos irán saliendo y la plaza se llenará de rumores. Pero será otra cosa.
Otra vez la vida, otra vez esa ingenuidad de la que no nos curamos, tal vez gracias a Dios. Nos creíamos dueños del tiempo y se nos ha vuelto a escurrir de entre las manos. Pero en nuestras memorias han quedado prendidos unos cuantos recuerdos, tal vez pocos, que, mezclados con los de otros años, ya forman parte de lo más íntimo de cada uno.
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Y esto es cuanto quería decirles, no sé si he acertado en el modo de hacerlo, ni siquiera si es lo que esperaban de mí. Pero lo he dicho con cariño, con mucho cariño y con acento lejano porque, como quien dice, siendo niño nunca hice una bola de cera a lo largo de la Semana Santasevillana.
Muchas gracias.


Conferencia pronunciada en la Sede Canónica de la hermandad Servita de Sevilla el día 18 de octubre de 1996, dentro de las celebraciones del
III CENTENARIO DE LAS PRIMERAS REGLAS
Y del
XXV ANIVERSARIO DE LA PRIMERA ESTACIONDE PENITENCIA DESPUES DE LA REORGANIZACION DE LA HERMANDAD