Cuando Newton descubrió que todos
los seres estaban sujetos a la acción de una fuerza a la que llamó gravitación
universal, (la gravedad), muchos estudiosos de animales y plantas supusieron que
éstos, los seres vivos, también estaban sujetos a una fuerza interior, que les proporcionaba la energía suficiente para poder desarrollar sus
actividades y, de esta manera, poder vivir.
A esta fuerza, de naturaleza
indefinida, se le llamó fuerza vital y vitalismo a la doctrina que la
propugnaba. Según esta teoría, la vida era mucho más que una serie de
reacciones físico-químicas y no podía ser explicada mediante leyes mecánicas.
La vida estaba organizada por una fuerza superior, la fuerza vital, que no sólo
organizaba, también coordinaba las actividades que se desarrollaban en cada ser
vivo. Su transmisión a los hijos era objeto de muchas elucubraciones y un tema
pendiente de resolver por la ciencia de entonces.
CUSTODIOS MEDIEVALES DEL SABER |
Según el vitalismo, la química de los seres vivos consistía en una serie de reacciones de compuestos especiales en los que de modo inefable radicaba la vida. Eran sintetizados exclusivamente por los mismos seres orgánicos, siendo imposible sintetizarlos en laboratorio, pues nunca se les podría insuflar su capacidad de generar actividad biológica. Puesto que eran los compuestos de los organismos vivos, su estudio constituyó la química orgánica, diferente de la que estudia los seres inertes, que recibió el nombre de química inorgánica.
Desde el punto de vista conceptual, el vitalismo sólo permitía el desarrollo de los estudios descriptivos, anatómicos, pues en cuanto se hacía preciso recurrir a aspectos mecánicos, físicos o químicos para interpretar una función, aparecía la idea de la fuerza vital, que impedía y obstaculizaba todo intento investigador.
Esta doctrina tuvo sus defensores en los siglos XVII y XVIII. A principios del siglo XIX comenzó a decaer perdiendo adeptos hasta llegar al siglo XX en que, salvo alguna escuela alemana, ya nadie tenía en cuenta el vitalismo por varias razones.
Una de ellas, y no la menos importante, es que en el año 1828, y contra uno de sus principios doctrinales, se sintetizó urea en laboratorio. Hubo que despedirse de la idea, esencial en el vitalismo, de que los compuestos orgánicos sólo se sintetizan mediante el metabolismo de los seres vivos, nunca en laboratorio. Al poco tiempo de haberse sintetizado la urea, hubo muchas más substancias propias de los seres orgánicos, que también fueron sintetizadas en laboratorio.
Por otra
parte, muchos de los fenómenos y procesos biológicos, anteriormente atribuidos
al vitalismo, a comienzo del siglo XX eran perfectamente explicables mediante
leyes físico-químicas. Se suponía que los fenómenos que permanecían sin
explicar, pronto lo serían conforme progresasen los conocimientos generales,
como ocurrió.
Hoy vemos al vitalismo como algo romántico, sin base científica, pero con muchas posibilidades de generar teorías populistas basándose en la falsedad de presentar hechos supuestamente probados por la ciencia, pero sin decirnos nunca ni dónde se han probado ni dónde están publicados tales resultados.
No pocos charlatanes propagadores de supuestas teorías biológicas o médicas, se basan en teorías vitalistas. También, cómo no, estos falsos científicos propagadores de estas ideas cuentan con la complicidad de la bondadosa, y siempre pusilánime, credulidad de muchos.
Fotos: Fondo de Google
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