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miércoles, 21 de octubre de 2015

Tiempo de castañas

MAGOSTO POPULAR
EN COMPOSTELA, 2015
En Galicia, hablar de tiempo de castañas es dar rienda suelta a multitud de recuerdos del pasado mezclados con hechos actuales, pues la tradición sigue viva.
Estamos en la plenitud del otoño, con sus atardeceres dorados, aunque los días son notoriamente más cortos. Acabamos de vivir los días del San Froilán lucense, soleados pero con fresco en los lugares de sombra, por no hablar de las fiestas de San Lucas, algo después en el mismo mes, en las que ocurre tres cuartos de los mismo, pero algo más acentuado. El verano ya es un recuerdo y las últimas fiestas del año van transcurriendo con la puntualidad que marcan los calendarios. Aún tiene que venir la feria de Santos en Monterroso, con aires de despedida. Después de ella, las celebraciones de San Martiño repartidas por toda nuestra geografía nos llevarán al invierno profundo hasta llegar a San Antón Lacoeiro, ya bien entrado el mes de enero. Que yo recuerde…

En todas estas fiestas hay productos gastronómicos consagrados, como el pulpo en San Froilán, pero no es mi intención hablar de particularidades locales. Prefiero hablar de un producto que en esta época reina en todos los rincones de Galicia, como es la castaña.
LA REINA DE LA FIESTA

Los que saben de eso, nos dicen que fueron los romanos quienes trajeron con ellos estos árboles, que pronto se aclimataron a nuestras tierras. Su fruto, la castaña, fue fundamental en la nutrición humana, hasta que la patata la suplantó de modo mas saludable, aunque tendría que llegar el siglo XVIII para que tal cosa ocurriese.

Los castaños son consustanciales con el paisaje de las provincias de Lugo y Ourense, donde encuentro la flora más autóctona. Los inviernos nos muestran los árboles desnudos y, conforme avanza la primavera y el verano, podemos asistir a su lenta maduración. En marzo y abril se llenarán de hojas. En julio sus flores masculinas, más llamativas que las femeninas (el mismo árbol tiene flores masculinas y femeninas), darán la sensación de que el árbol está cubierto por telas de araña amarillentas, y ya no veremos nada más de su proceso biológico anual, hasta que nos encontremos con los frutos, los erizos, en tierra, maduros con sus castañas brillantes y como ofrecidas, mientras los árboles van adquiriendo una hermosa tonalidad dorada antes de que caigan sus hojas.
COMO OFRECIDAS

Ante esa oferta vegetal, nos llenamos de alegría y comienzan unas fiestas populares con siglos de historia en su haber. Los “magostos”, en los que comemos castañas asadas regadas con vino joven. Son fiestas propias, claro, de lugares con castaños, aunque ahora se quieren extender a lugares huérfanos de estos bosques- En los magostos nos encontramos amigos, vecinos y familiares. Siempre son buenas ocasiones para convivir, actividad que se va olvidando. Las tardes frescas nos obligan a acercarnos al fuego que va asando las castañas.

En las ciudades, el tiempo de castañas también se manifiesta por la presencia de carritos que imitan una máquina de tren, no conozco la causa, en cuyo interior hay un brasero que asa castañas, que serán vendidas a los viandantes. En las zonas antiguas de nuestras ciudades, no es raro ver colas de personas esperando para comprar su cartuchito.
DA GUSTO VERLAS ASÍ

Comento esto, supuestamente alejado de la biología, porque es una fiesta basada en una cita inexorable de la Naturaleza. Todos los otoños nos ofrecerá, generosa, sus frutos. No es anárquica en sus ciclos y en sus manifestaciones y nosotros nos acomodamos a esas citas. Son múltiples las fiestas que en Europa se hacen con motivo de la aparición anual de productos naturales, en cada sitio los suyos, pero siempre a punto. A lo largo del año tenemos los “tiempos” de productos vegetales, siempre puntuales a sus citas: tiempo de los cerezos en flor, de las manzanas, de las cerezas, de la vendimia, de las castañas, de las setas, Esto es así porque todos los individuos de cada una de esas especies viven sincronizados entre ellos y van al unísono con las condiciones climáticas. De ese modo es factible realizar, por ejemplo, la fecundación cruzada. Todos florecen a la vez y todos maduran y fructifican a la vez. Es cuando lo celebramos con fiestas y reuniones.

COMPRANDO CASTAÑAS EN SANTIAGO
Me resulta muy bonito comprobar cómo hemos ido adaptando sus ciclos a nuestros calendarios. Muchas veces casi sin darnos cuenta. Del modo más natural. Nuestros calendarios, también los religiosos, se han sincronizado con los ciclos de nuestros vegetales más familiares.

viernes, 16 de octubre de 2015

Miedos recurrentes

Si hablo de miedos, (“Los hombres no tienen miedo…” me dijeron a menudo), debo decir que hay uno, pasajero, que no me preocupa mayormente, como el producido por un ruido no identificado. En una casa solitaria, o con muchos aditamentos envueltos en nocturnidad, los miedos llegan pronto. Por muy intensos que sean, los considero temas de película que se disuelven en los amaneceres. Me refiero a un miedo más connatural a nosotros, una sensación que acompaña a la Humanidad desde que la cultura nos ofrece datos de vida intelectual. Por ejemplo, el miedo al más allá. Me podrían decir que esto ya no se lleva, que es un tema superado. Claro que sí. Superado, por eso precisamente, el número de peregrinos a Compostela aumenta de año en año, o en las UVIs renacen los fervores religiosos de los internados en ellas.

CARPETA DE MI DISCO CON
LE DERNIER REPAS
Hay gente que vive en un continuo ir y venir, múltiples cosas llaman de modo inaplazable su atención y yo me pregunto si tienen tiempo para reflexionar acerca de sí mismos, de los que pretenden, de sus fines. A veces me parece que tanto ajetreo personal no es más que un telón tras el que ocultar sus propios desasosiegos. No es malo vivir con ellos, es una opinión, ni pactar con ellos. Para mí, lo malo es callarlos, ocultarlos como si no existiesen, porque están ahí.
Tal vez sea un tema del que no se quiere hablar, pero está ahí a la espera de una respuesta que sabemos que no llegará y que consolida su misma naturaleza. Para mí, una de las mejores expresiones de este miedo nuestro lo expresa Jacques Brel en una canción que encuentro estremecedora, Le dernier repas. La última cena.
Sobre Jacques Brel, para quien no lo haya conocido, diré que fue un cantautor belga de mediados de siglo XX. Heredero en cierto modo del espíritu satírico y burlón de los goliardos medievales, habitó un campo intelectual de cantantes solitarios, fundamentalmente franceses, como Georges Brassens o Leo Ferré.  Tal vez el último de ellos haya sido Georges Moustaki. No sé si hay posteriores.
J.Brel, aparte de una hermosa colección de canciones costumbristas, dedicada cada una
EN UN CONCIERTO
de ellas a un oficio concreto, (como más tarde haría nuestro Juan Manuel Serrat), tiene canciones que nos hablan de sus sueños de adolescente, de su ciudad, de su familia y, también de lo que desea para su última cena, concretamente para después de ella.
Ya he dicho, la letra de esta canción me resulta sobrecogedora, pues al comienzo, cantada en primera persona y simulando un gran cinismo, nos presenta a un frívolo vividor que sólo quiere ver a sus perros, sus gatos, el borde del mar y, con esa compañía, quiere que se le lleve a lo alto de su colina, a ver los árboles durmiendo con los brazos cerrados. Entonces, todavía quiere volver a tirar piedras al cielo gritando “Dios ha muerto” por última vez.
En la segunda estrofa nos sigue presentando al mismo frívolo insolente, el que quiere ver, después de su última cena, a sus ganados, a sus vacas y a sus mujeres. Quiere ver a aquellas mujerzuelas de las que fue dueño y rey, (las que fueron sus maestras) y, cuando tenga en la barriga con qué nutrir la tierra, levantará la copa para imponer silencio y cantará, cara a cara, a la muerte que llega aquellas cancioncillas ridículas que metían miedo a los críos. Luego, desde lo alto de su colina, verá cómo camina la tarde, lentamente sobre la llanura, y entonces, aún de pie, volverá a insultar a los burgueses sin temor ni remordimiento una última vez.
En la última estrofa, Brel se vuelve íntimo, muy íntimo. Tal vez sienta que le queda
¿TAL VEZ DESDE ESTA COLINA VIVIRÍA
SUS SENTIMIENTOS POR ULTIMA VEZ?
poco espacio para contarnos qué siente. Cambia la orquestación, aparece un timbal muy tenue y una flauta que me hace pensar en el viento de un atardecer. El autor desea que se le siente en un sillón, sólo, como si fuese un rey asistido por sus vestales. Para vestir su alma no querrá más que la idea de un rosal y un nombre de mujer. En su pipa quemará sus recuerdos de niños, sus sueños inacabados, sus restos de esperanza. Después mirará la cima de la colina, que danza entre las tinieblas, que termina desapareciendo, Y entre el olor de las flores, que pronto notará, sabe que sentirá miedo, una última vez.
A lo largo de mi vida me he encontrado con múltiples manifestaciones de este miedo tan humano, tan sin respuestas, pero es esta canción de Jacques Brel la que hace que sienta más mío este sentimiento.

En estos días últimos de octubre, pensando en que este año tengo un renovado motivo para ir al cementerio cuando estrenemos noviembre, pienso en estas cosas, miedos, soledades, y he querido compartirlas aquí. Tal vez sea bueno pedir disculpas si acaso me metí en temas inapropiados, que he podido molestar a más de uno, pero pienso también que a veces es bueno hacer públicos estos sentimientos. 

Le dernier repas:
http://www.dailymotion.com/video/x196yd_jacques-brel-le-dernier-repas_music
https://www.youtube.com/watch?v=752Z0vIHrMQ

miércoles, 23 de septiembre de 2015

Lo que espero del otoño

O VERAL. LUGO- 1965
Lo sabemos, hoy comienza una estación que, por lo que veo, suscita muchos comentarios. Es posible que este año yo esté especialmente sensible ante cambios de este tipo, no lo sé, pero creo que nunca he visto tanto saludo a la nueva estación. No ha llegado como la primavera del poeta (La primavera ha venido/y no sé cómo ha sido), no. En esta ocasión el otoño ha entrado avisando, poco a poco, pero dejando ver que ya estaba, digamos, tras la puerta. Las lluvias, las nieblas, los aires y, al final, como coda de preludio, la gran ciclogénesis, que antes se llamaba temporal, y que nos ha dicho sin derecho a réplica que las cosas han cambiado.

Para mí, biólogo, el otoño significa madurez. La naturaleza termina un ciclo y elegantemente baja el telón. Los últimos frutos, los que maduraron al sol de agosto, ya están disponibles, sabrosos y con ese toque familiar que dan sabor a las largas tertulias de fin de semana sin prisas, aprovechando el sol. Porque ahora lo aprovecharemos, no es como en verano, cuando era normal tenerlo, Me gustan los frutos del otoño, las uvas, las granadas, las manzanas, las moras. Todas generosas en sus dádivas. Nos darán vinos, sidras y postres con fiestas cargadas de tradiciones, rituales, canciones y encuentros familiares.
CARRETERA LUGO-FRIOL 1965
Los ciclos anuales comienzan con la vendimia y sus actividades derivadas. Las familias y amigos se reúnen para recolectar la uva y preparar, según las posibilidades de cada cual, sus vinos y derivados. El aguardiente, también saldrá de estos días y las comidas al abrigo de un sol que ya no es lo que fue, serán agradables. O comeremos a la lumbre de la lareira. Nos metemos en actividades de siempre, la historia y la Biblia nos hablan de vendimias y ahora nos toca a nosotros vivirla y protagonizarla.

Las plantas anuales cierran ciclo con semillas dispuestas a ser diseminadas, y de ese modo, contribuir al mantenimiento de la población y de la especie de la que forman parte. Es hermoso pasear por el campo y poder observar todo esto. Y, claro, si además uno es aficionado a las setas, en otoño vivirá de nuevo toda esa aventura humana que se envuelve tras una recolección. Porque ellos saben, los amantes de las setas, que todo el día, el paseo o la excursión, están pautados por múltiples detalles que jalonan el paseo campestre. Hay que determinar la seta, recogerla con cuidado, cocinarla y, al final, vivir la gran merienda en compañía de todos quienes han participado en la aventura.
HOMBREIRO- LUGO- 1965

El otoño, a través de sus ritos, favorece los encuentros de los amigos. Aquellos que en verano se desparramaron por mil sitios diferentes, ahora vuelven a reunirse alrededor del fuego acostumbrado para vivir de nuevo los ritos de siempre, los que mantenemos nosotros mismos.

Notaremos que las tardes se van acortando, y cuando las castañas estén listas, llegarán los magostos, nuestras meriendas con el vino nuevo, castañas asadas y amigos reencontrados. Estos conocidos que están cercanos, aunque lejos, de quienes se tienen noticias a lo largo del año, pero con quienes es difícil encontrarse, ahora estarán en el magosto y aprovecharemos para ponernos más al día. Volvernos a ver cara a cara.

Me gusta mucho comprobar que los jóvenes asisten a todas estas celebraciones como algo suyo. La tradición está viva, tal vez más viva de lo que muchos puedan creen.

En los cielos también se nota el otoño. Dentro de poco, veremos las bandadas de aves migratorias que marchan. El reclamo de un tiempo cálido las lleva a emprender su viaje hacia tierras del sur. Pero hay, por la zona de Sarria, poblaciones de cigüeñas que se han hecho estables allí durante todo el año. Estas zancudas son así. Han llegado hace poco, siendo sin pretenderlo un exponente del cambio climático, y ahora quedan volviendo a señalarnos con su conducta que el clima cambia.

Pero no son las aves migratorias los únicos animales que se ausentan. Los de
POR VILAR DE DONAS - 1965
ciclo anual, ya han puesto sus huevos y desaparecieron. En ese estado de huevo, muchos insectos y otros invertebrados esperarán a que los calores de la primavera próxima los estimule para comenzar a desarrollarse. Otros animales, mamíferos inferiores, o no tan inferiores, se sumirán en ese sueño largo y profundo que conocemos como letargo invernal.

Y los árboles. ¿Qué decir de los árboles? En los de hoja caduca, la clorofila, que es de síntesis costosa, se retira a la raíz, dejando en las hojas otros pigmentos, amarillos, rojizos o pardos, que antes estaban enmascarados por el verdor de la clorofila. Los bosques se ponen espléndidos. Los colores son espectaculares. Los chopos se vuelven amarillos; los castaños, marrón claro; los carballos, adquieren tonos de bronces y los arces son capaces de mil colores diferentes en un solo árbol. Los pinos mantienen su coloración verde, como el resto de coníferas. Las mezclas de árboles se han pasado a mezclas de colores.

El monte se vuelve un regalo para la vista, junto con un olor como de nuevo, el suelo está mullido por las hojas que van cayendo y todo esto se ve realzado por el sol que, no tan fuerte como en verano, ahora cae oblicuo describiendo mil juegos de luces y sombras.


Es tiempo de salir abrigados, de vivir con los amigos los múltiples reclamos que nos irán convocando las fiestas rituales de este fin de ciclo. Ahora, estaremos con los amigos. Cuando cerremos el ciclo, habremos llegado al entrañable tiempo de estar con la familia: será Navidad.

PAZO DE RIVADULLA - 1977

Muchos de los lugares fotografiados han sido destruidos, sacrificados al "progreso".

lunes, 21 de septiembre de 2015

No seremos como dioses


AHI EMPEZÓ TODO
El Génesis nos relata que quien instigaba a Eva para comer el fruto prohibido, le prometió “Seréis como dioses”. ¿Qué se entendía por ser como dioses? Tal vez poseer la sabiduría total, el ser inmune al dolor y, fundamental, disfrutar de inmortalidad. Está claro que, sigo con el Génesis, Adán y Eva no lograron lo prometido. Pero este deseo de ser divinos ha sido una constante de la humanidad.

Siglos más tarde, en la religión griega existía una sola falta contra los dioses, llamada Hybris, consistente en quererlos emular, ser como ellos. Recuerdo ahora a Ícaro queriendo volar y pegándose con cera unas alas en su espalda. Nos cuenta el mito que, al subir, el sol derritió la cera e Ícaro cayó al suelo. En las diferentes religiones, siempre los sacerdotes nos dijeron que a los dioses no les gusta que queramos invadir su territorio y, por eso, nos castigan cuando queremos hacerlo. En un cuadro, atribuido a Brueghel, se representa esta caída de Ícaro entre gentes dedicadas a sus tareas cotidianas porque, piensa el pintor, a nadie le importan los castigos que otros puedan recibir de los dioses. Incluso para el mismo pintor, la caída es algo secundario e Ícaro aparece
ÍCARO CAE AL MAR
en un lateral del lienzo.

No obstante, ese deseo de emular a los dioses sigue presente en nuestro inconsciente. Cuando un muchacho, en un momento bravucón dice estar “como dios”, tal vez crea pronunciar una brutalidad muy soez, cuando realmente su dicho está enlazando con una tradición cultural tan antigua como el hombre, al menos en el sentido bíblico.

Ser como dioses… La hybris griega como estímulo conceptual, querer saber cada vez más, generar vida, erradicar el dolor de nuestras vidas, ser inmortales, entre otros deseos. ¿Son sueños realizables? Vamos a ver:

Creo que la génesis de vida artificial es algo que perseguimos, aunque está lejos de ser alcanzada. No obstante, está siendo un reto muy fecundo en descubrimientos, en proyectos de investigación y en ríos de tinta en prensa más o menos sensacionalista revestida de aires serios.
BIOLOGÍA MOLECULAR
UNA FALSA PUERTA

La erradicación del dolor sí está bastante lograda, creo yo, si bien es una opinión puramente personal. Sigue habiendo dolor, pero es posible disimularlo con tratamientos paliativos.

La inmortalidad (¡Ah!, la inmortalidad), constituye un sueño que cada vez está mas claro que nunca será conseguido, si bien se incrementa la expectativa de vida, retrasándose la muerte. No obstante, a veces parece como que se nos quiera confundir. Por ejemplo, se persigue la curación de una enfermedad que causa un elevado índice de mortalidad, haciéndonos creer que, una vez erradicada tal enfermedad, ya nadie morirá. Eso ocurrió con la tuberculosis, por citar un caso, ya (casi) nadie muere de esa enfermedad, pero ahora se muere por otras causas. A veces se acomete el arreglo de curvas en carreteras porque en ellas “muere mucha gente”. Está bien que se haga, pero no que nos hagan creer que los que allí morirían ya se han salvado de morir.

Hoy ya no está bien visto recordar que somos mortales, pero es así. Incluso en nuestra Galicia, hace años las aldeas convivían con los cementerios, que estaban en medio de los núcleos de población, a veces compartiendo espacio con los lugares de fiestas. En esas
ESPADAÑAS EN UN CEMENTERIO
RURAL GALLEGO
mismas poblaciones, hoy los cementerios se han trasladado a las afueras, pensando tal vez que no recordando la muerte podremos ser más felices.

A veces cuesta admitir nuestras limitaciones. Creo, es mi opinión, que hasta que no las admitamos, en cierto modo seremos seres inmaduros. Y creo que en esto hemos dado un paso atrás, queriendo olvidar que una espada de Damocles se cierne sobre cada uno de nosotros.

Mientras, que la investigación biológica siga descubriendo cosas relativas a la vida, que serán logros de la Humanidad y tal vez nos confieran mayor calidad de vida, mientras la disfrutemos...

La imagen de las espadañas la he realizado yo. Las otras tres son del fondo de Google.

miércoles, 16 de septiembre de 2015

Hermano Rompesuelas, en tu memoria

Ya se ha cometido la barbarie de este año y un muchacho ha mostrado a todos su valía dentro de ese mundo de grito y aspaviento, en el que parece ser ciudadano de honor por méritos propios. Ha matado al Toro de la Vega y, según dicen sus cánones, a traición y por la espalda. Toda una hazaña para el mozo. No puedo hablar ahora de arte ni logros del espíritu creador del hombre, mientras a mi lado el debate está abierto con posturas enfrentadas. A veces, agriamente enfrentadas. Se esgrime la tradición como valor incuestionable. También fue tradición el derecho de pernada, por ejemplo.


MUY VALIENTES

¿De dónde viene esta tradición? ¿Tiene raíces históricas? Creo que sí, y pienso que desde muy lejos, aunque tal vez mal interpretadas. Ya en la Biblia se nos dice que Dios creó a Adán, le hizo dueño del mundo y le transmitió este mandato: “Creced y multiplicaos, y dominad la tierra…” Desde entonces, el hombre se ha constituido como Rey de la Creación (para algunos grupos sigue siendo algo incuestionable) y todo cuanto haga y deshaga no es más que cumplir aquel mandato. Todo cuanto fuese “dominar” la tierra no era más que obedecer, cosa que el hombre no está muy acostumbrado a hacer, la verdad. Jugar con los animales hasta darles muerte no es más que una consecuencia de ser su propietario.


VALOR NO LE FALTA

Esto funcionó, con sus injusticias incluidas, mientras la población humana mundial fue pequeña, pero iba en en progresión geométrica. Recuerdo cuando fuimos tres mil millones de habitantes. Se había tardado milenios en alcanzar ese número, pero al poco ya fuimos seis mil millones y así vamos. Lo que antes sobró, ahora empieza a escasear. Muchas cosas se replantean a todos los niveles, pero hay quienes se mantienen en la idea de que somos propietarios de la tierra para hacer con ella, y con sus habitantes, lo que nos venga en gana.

San Francisco ya había modificado este modo de ver el mundo. Si todos somos hijos de Dios, razonó, tenemos el mismo padre y, por tanto, somos hermanos. Ese es el origen conceptual de su famoso poema en el que habla del “Hermano sol, hermano lobo”. Este poema, por cierto, le trajo problemas con la Inquisición, que ya entonces andaba mirando de soslayo a quien se salía de madre con sus pensamientos.

HAY QUIENES SE QUEJAN DE ESTA IMAGEN
Este modo de ver el mundo ha sido propio de las religiones derivadas de la Biblia. En países orientales, la visión del mundo ha estado más en consonancia con la idea de unidad de todos los seres vivos. Cuando en la década de 1960, muchos intelectuales del mundo occidental viajaron al Tibet y regiones similares, conocieron esta idea y se la trajeron consigo de vuelta a este mundo. Mientras, aquí vivíamos una época convulsa, comenzaban los planteamientos ecológicos, el sistema capitalista hacía aguas y a todos los jóvenes nos horrorizaba la guerra del Vietnan, sus planteamientos y sus consecuencias. Películas como Hair nos hicieron mella y se hizo popular el slogan de “haz el amor, no la guerra”, con su logotipo, que entonces no se llamaba así.

OTROS SIMBOLOS
Comenzamos a cuestionarnos muchas cosas crueles de nuestra España, que no tenían mayor justificación que la de ser “tradicionales”. Había tantas injustificables… Aún se esgrime lo de tradicionales para justificar su permanencia. No nos engañemos, muchos las quieren porque aportan dinero a las localidades donde se perpetran. Bien promocionadas, estas algaradas atraen a gente dispuesta a dejar sus cuartos. Seguro que ayer, en Tordesillas, los hosteleros se frotaron las manos con el consumo de tantos como fueron por lo del toro, fuesen del bando que fuesen. El dinero es así,  mezquino y hace mezquinos de ese tipo.

No digo que una corrida de toros, el hombre luchando con el astado, no tenga sus raíces culturales en Creta, con Teseo luchando y mostrando sus habilidades frente al Minotauro, y que sea algo propio de la cultura mediterránea, no lo discuto, está ahí. Pero ¿Tenemos que seguir manteniendo ese símbolo? ¿Ese salvaje símbolo de incultura de otros tiempos? 
PREFIERO ESTA PALOMA

Me duelen esas luchas dialécticas entre unos y otros. Los defensores del toro y los de su muerte alanceado, y me duele porque no puedo creerme que en este país de 2015, haya quienes tengan argumentos a favor de una cosa de ese tipo.


Las figuras que utilizo en esta entrada proceden del fondo de Google.

viernes, 4 de septiembre de 2015

Mi aplauso a la Milagrosa

Este artículo lo escribí en septiembre de 2003, después de haber ido, un año más, a visitar el lucense barrio de la Milagrosa con motivo de sus fiestas anuales. Lo traigo aquí, pues puede gustar a alguien.
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Como todos los años desde no sé cuándo, fui a darme una vuelta por las fiestas del barrio de La Milagrosa. Muchascosas han cambiado desde sus tímidos inicios con las atracciones apiñadas alrededor de la Iglesia Parroquial. Ahora todo es mayor, desde el programa de festejos hasta la extensión del recinto ferial. Nada de esto sería posible de no haber existido un trabajo tenaz, entusiasta y resuelto por parte de las sucesivas Comisiones de Fiestas, que sin más afán que el de prestigiar al barrio y que sus vecinos lo pasen bien, viene trabajando día a día durante los doce meses que tiene cada año. Los resultados de su gestión saltan a la vista para quien quiera pasarse por allí en esos días en que están de fiesta y nos invitan a visitarlos. Paseando por allí encontré cosas nuevas y eché en falta otras, lo mismo que con las personas. Es lo de siempre, gente que llega, gente que falta. La vida que sigue como un río por su cauce y nosotros con la suerte de poderlo contemplar.
Todo esto lo pensaba yo el otro día, cuando paseaba sólo por entre las muchas atracciones instaladas en el recinto ferial y entre sonidos de altavoces que dejaban salir al aire mil y un reclamos dispares. Porque a esos sitios me gusta ir sin compañía para dejar que mis pensamientos vayan por los derroteros que quieran.
La verdad es que esto de las fiestas de barrio no es una costumbre exclusiva del de La Milagrosa. A lo largo del año, en Lugo tenemos fiestas que van jalonando el transcurrir del tiempo, desde las tempranas de San Lázaro, pasando por las veraniegas de San Antonio, hasta llegar a la fiesta por excelencia, la otoñal de San Froilán. Pero ésta ya no es de barrio, es la oficial de la ciudad.
Tampoco es que las fiestas de barrio sean un invento reciente, más bien
tienen un fundamento medieval que, aunque casi nadie lo sepa, sigue candente en el subconsciente de las personas. Eso es una historia que tal vez sea interesante comentar, pues ocurre algo curioso cuando se obedece a motivos concretos, pero que resultan desconocidos.
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No es hasta finales de la Edad Media cuando las ciudades adquieren una cierta seguridad, de modo que las murallas dejan de ser estructuras defensivas. En las proximidades de sus puertas aparecen las primeras viviendas y los Burgos (las ciudades) se desparraman por terrenos de los alrededores si bien, en caso de peligro, los habitantes del extrarradio se podían refugiar en el interior de las murallas. Los barrios aglutinan a un sinfín de familias, la mayoría pertenecientes a gremios, que llamadas por el atractivo que representa el futuro de una ciudad en paz, llegan a ella con la ilusión de prosperar en todos los sentidos. Solía ser gente de diversas procedencias, modos y costumbres, que comienzan a caracterizar a los barrios por la riqueza que confieren las mezclas culturales.
Es entonces cuando aparece una dinámica ciudadana inesperada. Por
una parte están los habitantes del interior, del centro, que se consideran los depositarios del criterio, del sentir ciudadano y los únicos intérpretes válidos del espíritu local. Por otra parte, los habitantes de los barrios, seguros de sí mismos, conscientes de ser cada vez más necesarios para el futuro desarrollo de la ciudad y con hondos deseos de integrarse en ella. En el centro se presume de ciudadanía, en la periferia se jactan de la novedad y potencialidad que aportan los grupos y las personas llegadas desde muy dispares lugares.
La historia ha dado mucha importancia a esa dinámica, centro-periferia, pues ha generado, y genera, mucha riqueza cultural en no pocas ciudades, también en la nuestra. En núcleos urbanos con fuertes costumbres que arrancan en la Edad Media, el hecho de vivir en el centro o fuera de él parece indicar mucho acerca de una familia. No digamos en ciudades amuralladas, en las que la identidad del centro con el espacio interior de murallas es intensa. Sabemos que en Lugo siempre ha sido un dato a tener en cuenta el hecho de que se viva dentro o fuera de murallas. Pero no es sólo en Lugo donde esto ocurre.
Hoy, esta relación se traduce en rivalidades pacíficas, pero en su día pretendieron significar más de lo que hoy podemos ver. La fiesta del Palio, en Siena, sólo la podemos explicar como un exponente de ese tipo de relación. Otro tanto ocurre con la Semana Santa de muchas ciudades españolas, en las que las Cofradías del centro tienen una expresión completamente diferente de la que tienen las de los barrios.
Los motivos que generaron esta dinámica ya están superados y los centros de las ciudades se han quedado casi vacíos (creo que en el interior de Lugo hay censadas menos de 3.000 personas). En las ciudades europeas sus habitantes actuales se decantan por zonas periurbanas y los barrios han dejado de tener el significado que pudieron tener en otro tiempo.
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No voy a decir que las fiestas de la Milagrosaobedezcan a estímulos pasados, pero sí pienso que de un modo subconsciente se ha mantenido en las personas este sano, y creativo, afán de rivalizar con el centro. En algo al menos, en diseñarse unas fiestas sobradamente dignas, los barrios quieren demostrar a la ciudad entera que allí, en sus sitios, hay quienes son capaces de presentar alternativas organizadoras, que tienen su propia fuerza de convocatoria y que, puestos a compararse con el centro, nada tienen que envidiarle. En este sentido, al igual que en el Palio o en la Semana Santa, los barrios tienen en sus fiestas un exponente de sus muchas posibilidades.
Por eso felicito al de La Milagrosa, porque un año más han demostrado estar sobrados de aptitudes, poseer buen sentido organizador y saber ofrecer a propios y extraños muchas ocasiones de pasarlo bien que, en el fondo, es lo que se pretende y de lo que se trata.


miércoles, 2 de septiembre de 2015

Conviviendo como si tal cosa

MURALLA DE LUGO. ACCESO DEL CAMINO
DE SANTIAGO AL RECINTO HISTÓRICO
Muchas veces nos movemos, y nos moveremos, como continuadores de la tradición del tour, el viaje nacido en el siglo XIX con el fin de ver lugares hermosos y cargados de historia. Supongo que es a ese tipo de actividad al que se refieren algunos cuando dicen que les gusta viajar. A mi, también. Pero con condiciones, claro. Mi plan siempre fue el mismo, más o menos. Enterarme acerca de lo que iba a visitar. Visitarlo, recrearme en todo cuanto veía y hacer las fotos que me parecieran convenientes para recordar.


En general sigo con el mismo plan, si bien me gusta repetir lugares a los que ir, como he comentado en más de una ocasión, y a veces prescindo de la cámara de fotos, lo cual es una bobada, ya que la del móvil suple con creces la ausencia de la, digamos, normal.

PEREGRINOS EN EL PÓRTICO DE LA GLORIA
Para muchos, llevar cámara es casi una obligación. Me gusta pasear por mis ciudades habituales, Lugo, Compostela, Sevilla o Córdoba sin ella. En todo caso, si aparece una situación inesperada, recurro a la del móvil, pero creo que estamos cayendo en una fase en la que los devotos del tour, los turistas, hacemos más fotos, muchas más fotos, de las que sería preciso hacer. A veces quedo perplejo y sin saber qué decir al recibir una foto del postre que alguien se va a tomar a quinientos kilómetros de distancia de mí. O de las florecillas que había junto a una reja, o… de mil cosas insustanciales.

En este verano que se nos va, estaba yo con una amiga en la cocina del Museo Provincial de Lugo, (hermosa, rica e interesante por sus piezas), cuando llegó un hombre. Expedito, sin entrar en la sala, lanzó unos cuantos disparos desde su puerta y marchó con la cámara a otra parte. Ni siquiera se dignó entrar a la sala.

Hay otros que llegan como visitando un santuario. Pienso en personas asiáticas, que nos visitan con una unción propia de estar cumpliendo un ritual religioso. En silencio, con respeto, pasan a nuestro lado como pidiendo perdón por meterse en nuestros lugares simbólicos y haciendo los retratos que les servirán de recuerdo.

JUNTO A DAVID, DE VALOR INCALCULABLE
Sabemos que para muchos visitantes, estos viajes que hacen les resultan caros, pero su formación cultural les hace ver que esos costes les compensan en beneficios de otra índole. Eso, a ellos y a todos los que iniciamos un viaje en este plan. No todos los gastos han de ser analizados con criterios de plus valías y hace tiempo que sabemos de la utilidad de lo inútil. (Utilizo este adjetivo, pues para alguien es inutilidad total viajar a Madrid a ver las Meninas, por ejemplo).

Estaba yo en Berlín y me sentía conciudadano de Nefertiti o del altar de Pérgamo. Por no decir el montón de evocaciones que trae el estar en París, Florencia o cualquier otro lugar.  Disfrutaba del lujo de saberme vecino de esas ciudades. Me gusta ver gente que disfruta de vivir donde vive. Tenía yo treinta años y estaba en Pigalle con un amigo. Eran los primeros días de agosto y la plaza hervía de bullicio. Un titiritero haciendo magia con antorchas ardiendo. Hice una cosa que puede parece absurda. Le pregunté a una anciana por la Place Pigalle. Ella sonrió, me cogió del antebrazo y con la mano libre fue señalando lentamente las casas todas, sus fachadas y sus buhardillas, la gente, el bullicio.. Una vez que me hizo ver todo eso, me miró a los ojos y me dijo

-         Cette, garçon, cette, c’est la Place Pigalle…

En pocas ocasiones he visto tanto orgullo como el suyo al describir lo propio, al presentar lo de uno mismo ante extraños que quieren verlo.

EL MAESTRO MATEO NO LO ESCULPIÓ
CHATO
A veces me gustaría sentir ese orgullo al presentar lo mío. Frente al ajetreo de los viajes de entonces, prefiero la calma con la que viajo hoy. Por otra parte, gozo del lujo cultural de saberme convecino de monumentos que son Patrimonio de la Humanidad declarados por la UNESCO como tales. No tengo prisa por fotografiar nada cuando me muevo por mi entorno cotidiano. Todo está fotografiado y a buen recaudo. Me gusta ver al Pórtico de la Gloria, o a la Giralda, como convecinos a quienes, incluso, no hay que mirar en esta ocasión, pues sabemos dónde están y que continuarán durante tiempo y tiempo.

Es como la relación que mantenemos con los vecinos de escalera, que no nos vemos pero sabemos dónde estamos. Las últimas veces en que visité la catedral de Lugo fue para enseñársela a amigos. Con ellos volví a ver el paso del románico al gótico, vi las naves cerradas para poder ampliar, vi los remiendos que se hicieron para paliar los desastres provocados por el terremoto de Lisboa. Por eso les agradecí que hubiesen venido, por haberme dado ocasión de repetir unas visitas que, de no ser por ellos, yo no hubiese realizado. Sabía dónde estaban.

Todo eso lo tengo ahí al lado, y los miro con la alegría de saberme convecino suyo y pasando a su lado casi sin darles importancia, como si tal cosa. Pasando a su lado, sí. Pero a veces expuestos a posibles agresiones por parte de incultos. Hay quienes prefieren que los originales se vayan a museos y en su lugar se pongan buenas copias, y quienes los prefieren en aquellos lugares para los que fueron hechos. De esas piezas tenemos un montón y, la verdad, no se qué decir. En la Puerta Santa, hay relieves de 24 ancianos realizados por el Maestro Mateo. Los que están al alcance de vándalos han sufrido sus ataques, como dejarlos chatos o decapitarlos. Hay otras obras que no han sufrido ataques, y no voy a citar sus nombres para no dar pistas, pero es un debate que algún día habrá que abordar serenamente.


Y es tan bonito tenerlos cerca, al alcance de la mano…

sábado, 15 de agosto de 2015

En memoria de Laura y Marina

 Son algo mío, aunque no las haya conocido ni, desgraciadamente, las llegaré a conocer.

Hoy no quiero hablar de arte, el producto sublime del hombre, ni de ciencia, el resultado del silencioso esfuerzo humano, que busca mejorar nuestras condiciones de vida en todos los aspectos. No estoy para hablar de eso, cuando en mi entorno hay personas que sufren, o que han perdido su vida por causas inexplicables.

Quiero hablar de esta lacra humana que llamamos, de modo genérico, violencia de género y de algunas de sus víctimas. Mujeres muertas en manos de aquellos con quienes quisieron compartir su vida. Lo quisieron en momentos de ilusión. Luego, las cosas se fueron torciendo.

Tal vez una mala educación que preparó a los chicos para ser los reyes de la casa. Un mal asumido rol masculino cargado de vanidad y engreimiento, que no perdona ser abandonado. Unos celos desorbitados (siempre lo son), que no admiten que haya alguien que pueda gustar más. Miles de motivos son capaces de impulsar la mano asesina.

¿Y ellas? Nunca comprenderé que no haya denuncias, por más que se insista en que las llamadas al número (016) no deja huellas en recibos ni facturas. Tal vez concurra una mala educación de hacerles creer a las niñas que han nacido para ser "descanso del guerrero", obedientes y sumisas a sus más mínimos deseos. No lo sé. Abnegadas, nacidas para hacer feliz...

Tal vez, y sin tal vez, hay siglos de cultura a favor del trato de propiedad por parte de los hombres hacia unas mujeres indefensas también hoy.

Recuerdo a una cantante famosa que, en TV1 decía que su marido nunca le había pegado. Luego, completaba lo dicho indicando que ella “nunca le había dado motivo”. Esto es para pensar. Para ella había motivos que justificarían la paliza.

Frases como “la maté porque era mía” no se refieren a animales domésticos. Todos sabemos que hablan de una mujer. Pero hay canciones que lo dejan bien claro “si me pega me da igual…” es un ejemplo de esto que digo. Y no es solo en nuestro país donde ocurren estas cosas. Recuerdo que la canción Delilah, cantada por Tom Jones, nos planteaba el testimonio de un hombre que acababa de matar a su mujer en un arranque de celos. Años y años de tradición asesina, casi justificada, cuando un hombre se siente (supuestamente) ultrajado en su hombría.

En estos casos, como biólogo que soy y que como tal me siento, me gusta escrutar en la escala zoológica, buscando comportamientos similares. Repito lo dicho aquí en más de una ocasión. El hombre es el único ser de la Naturaleza que matar por matar, como castigo o como venganza. El único. Otros animales lo hacen para comer o para defenderse.

Pero en los humanos, parejas a la inteligencia se han desarrollado otras cualidades mentales que no tienen otros animales, como es el sentido de propiedad, que a veces puede llegar a ser enfermizo, como en estos hombres que matan por matar, como castigo o como venganza al verse ofendidos en su hombría, supuestamente intocable.

A veces, es tal el sentimiento que tienen estos hombres de haber cumplido un destino, que ellos mismos se entregan a las fuerzas del orden. Me resulta espeluznante todo esto. En estos días se leen y se escuchan comentarios. Pero que a los que piden justicia yo les diría que justicia no es venganza.


No soy capaz de encontrar soluciones a esta lacra. Pero seguro que existen profesionales que sí lo son. Ojala se tome este problema como lo que es y se plantee la búsqueda de soluciones. Esto de ahora es insufrible.

miércoles, 12 de agosto de 2015

Recuerdos en la Cocina del Museo

LAREIRA DEL CONVENTO
Siempre he escuchado el calificativo “desertor del arado” como algo despectivo relativo a alguien que, precedente de antepasados labriegos, reniega de esa procedencia haciendo gala de un supuesto origen urbano. No obstante, esas deserciones del arado se huelen en cuanto los desertores abren la boca para decir dos palabras seguidas.


Pero voy a lo mío. En la antigua cocina del convento que hoy ha dado lugar a la sede del Museo Provincial de Lugo, hay una amplia, bonita e interesante colección de utensilios antiguos de cocina. Bien dispuestos, yo diría que casi con mimo, se han ido situando casi en los lugares en los que, antaño, habrían desempeñado la función para la que estuvieron diseñados.

La lareira, el lugar en que se hacía el fuego, está preparada como para acarrear leña y encenderla ahora mismo. Todas las piezas en sus sitios, parecen esperar una palabra mágica que las despertase de un sueño que viene desde vaya uno a saber cuándo. Jarras de barro colocadas en repisas, parecen hoy formar hermosos bodegones en los que el negro de las piezas de Gundivós juega felizmente con el encalado de las paredes. Lo mismo ocurre con las múltiples sartenes de mango largo, tan largo que permite acercarlas al fuego sin quemarse, que forman elegantes conjuntos en sus repisas y alzaderos.

MOLINO DE CAFÉ, JARROS, CERNIDOR
CESTO DE HUEVOS
Bajo un banco situado al lado del fuego, hay barrotes verticales que configuran una jaula. Sirvió para encerrar en ella gallinas o conejos. Calentitos, pasaron allí sus tiempos de productores domésticos antes de terminar en potes, cazos o sartenes.

Hubo un tiempo, no muy lejano, en que tras esos barrotes se colocaron gallinas disecadas para dar efecto de realidad, pero el efecto que daban no era el que se pretendía. Entonces, había también dos maniquíes en otro banco, vestidos de viejos (no de ancianos, de viejos). Su efecto no era el costumbrista pretendido y recuerdo más de un grito de sobresalto sorprendido por parte de algún visitante no avisado. Hoy todo aquello se ha retirado y la cocina luce limpia, sin esos pretendidos recuerdos ambientadores.

La visita a la cocina suele gustar mucho. Además, hay paneles que indican los nombres de los diferentes utensilios expuestos. Hay útiles diversos en estantes, repisas, sobre la mesas. Todos con su utilidad específica: transportar agua, hacer manteca, enjuagar platos, hacer filloas (nuestras crepes), hacer “flores”, que eran postres carnavalescos. Incluso hay una especie de jaula colgada de la pared, para tener en ella los quesos y protegerlos de indeseadas visitas de ratones. Hay, también, una jarra de Bonxe para vino, con tres pitorros: dos de broma y uno de verdad, con los que se pretendían ratos de juerga.

A veces, los visitantes llegan a la cocina, ven lo que hay en ella, en
SARTENES, CAZOS PARA PROBAR
GUISOS, APARATOS PARA HACER
FLORES
todo caso fotografían algo que les llama la atención y siguen su visita, parece que indiferente. Pero hace unos días vino alguien singular. Se trataba de una elegante mujer, vestida al modo veraniego, que enseñaba aquello a una pareja amiga. Era la primera visita que hacían al Museo, por tanto, ninguno sabía lo que encontrarían al entrar en la cocina. Desde el mismo umbral, la mujer de la que hablo se emocionó y lo manifestó a sus acompañantes.

Poco a poco reconstruyó para quienes estábamos allí el nombre y la utilidad de cada una de las piezas allí expuestas. No sólo eso, evocó su uso en una casa que fue de sus abuelos y a donde ella fue en más de una ocasión, quedando su memoria vinculada a aquel sitio y a aquel tiempo. Nos contó usos, trucos, mañas, y más detalles de su infancia que estaban despertando al conjuro de la visión de tantas cosas, para ella, hermosas. También, para quienes estábamos en la cocina, todo lo expuesto cobró nuevo significado, más vivo y profundo.

Pienso en esta mujer, elegante ella, que para nada ha renunciado a sus orígenes aldeanos y que es feliz al ver muchos objetos que se los recuerdan, ahora elevados a la dignidad de objetos de museo. Seguro que al verlos revivirá muchas escenas queridas de su infancia y agradecerá que en ese lugar se mantengan, con la dignidad que ella cree que merecen, esos exponentes de un tiempo pasado, superado, querido y, en muchos aspectos, añorado. No se deben, ni pueden, añorar los aspectos negativos de aquel modo de vida, pero sí otros, positivos, que se han ido abandonando con un necio afán de falsa modernidad.

Estaba feliz rememorando todo aquello y transmitiéndonos aquella
COLGADO DEL TECHO, DEFENDÍA
DE LOS ROEDORES
sana felicidad de quien nunca ha renegado de unos orígenes que, vaya uno a saber qué causas, se fueron quedando atrás en su vida, pero que estaban en su memoria como cimiento de su manera de ser, de su vida. Sus acompañantes la escuchaban embelesados ante tanto relato y yo también, pues al poco me sumé a la conversación.


Pienso en muchos desertores del arado que, sin ellos saberlo, nos dan un pésimo espectáculo de su modo de hacer las cosas. Me duele por ellos ese desarraigo cruel de sus esencias familiares y locales. ¿Qué recuerdos de su infancia serán los que evoquen con cariño? Me resulta muy doloroso, incluso por ellos mismos, constatar como esas personas pretenden vivir de espaldas a sus orígenes. Lo considero como una deserción en toda regla. Conocí a un personaje, supuesta y oficialmente culto, cuyos padres eran de una aldea de Ourense y no quería que viniesen a Santiago a visitarle, pues al verlos se comprobaría su origen aldeano.

Creo que esta cocina del Museo Provincial de Lugo, con sus enseres adecuados y sus casi seis siglos de funcionamiento, debería ser considerada como un santuario de las raíces de la gente de aquí, de la nuestra. Hay mucha vida alrededor de esta lareira. En muchas cocinas como ésta se fraguó la mayoría de la actual población de Galicia. En cocinas como ésta se consolidaron muchos noviazgos con sus posteriores casamientos. Aquí se cocinaron muchos platos que hoy seguimos consumiendo; se contaron muchas historias que hoy siguen vivas en nuestra tradición; se vivieron momentos históricos determinados. En esta cocina se cocinaban los alimentos de los frailes de entonces cuando, fuera, se desarrollaba la guerra de los Irmandiños. Seguro que en esta cocina se comentaron las novedades de un mundo nuevo descubierto más allá de Finisterre… por esta cocina pasó la vida en boca de unos frailes jóvenes, ilusionados y ansiosos de hacer y servir bien al mundo. Todo eso hasta que la desamortización de Mendizábal cortó la actividad haciendo que se apagase para siempre el fuego de la lareira.


Es el lugar que más respeto me inspira en el Museo Provincial de Lugo, el que visito con mayor recogimiento y en el que, por lo que cuento aquí, he vivido horas de alegre emoción. Porque sí, también el Museo es un lugar que sirve, que debe servir, para dignificar los recuerdos.