Mostrando entradas con la etiqueta Reflexiones. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Reflexiones. Mostrar todas las entradas

sábado, 30 de diciembre de 2017

Cumpleaños (7) El Maestro Medieval Bernardo de Chartres.

Siempre me ha estimulado esta descripción del amante del saber y del buscador de conocimiento. Esta reflexión fue de lo primero que publicó el Paseante Silencioso y hoy lo vuelve a traer con el respeto de entonces.



Andaba yo por los treinta años de edad, cuando asistí a una conferencia de aquel Maestro que fue D. Álvaro d’Ors. Habló de los estudios, los estudiosos y citó las características que el maestro Bernardo de Chartes les había atribuido en el siglo XII. Las retuve en la memoria, las apunté al salir y, desde entonces, las he mantenido cerca para reflexionar sobre ellas en más de una ocasión.

Ahora quiero volverlas a traer aquí, pero creo que antes debo presentar al Maestro de Chartres.

El Maestro Bernardo ejerció su docencia en la Catedral de Chartes, de la que fue canónigo, en los primeros años del siglo XII. Neoplatónico convencido, su fama de intelectual ha llegado hasta hoy. Se le atribuye una frase muy fructífera en la historia del conocimiento.







“Somos unos enanos encaramados en los hombros de gigantes. Así, vemos más lejos que ellos y no porque nuestra mirada sea más aguda o nuestra estatura más alta, sino porque ellos nos llevan encima y nos elevan sobre su altura gigantesca"

Con esta frase, humilde en la concepción del propio valor, hacía un gran reconocimiento del saber a lo aportado por los clásicos. La frase tuvo mucha fortuna, incluso en siglos posteriores.

Su discípulo John de Salisbury (S.XII), le atribuye la autoría del siguiente poema:

Quae vero sint discendi claves senex Carnotensis paucis expressit:
Mens humilis, studium quaerendi, vita quieta, scrutinium tacitum, paupertas, terra aliena.
Haec reserare solent multis obscura legendo.

 (El viejo [Bernardo] de Chartres expresó en pocas palabras cuáles son las claves para aprender:

Mente humilde, afán de buscar, vida tranquila, reflexión silenciosa, pobreza, tierra extranjera.
Estas cosas y la lectura suelen aclarar a muchos cuestiones oscuras.)



Quiero presentar esas cualidades que Bernardo de Chartres exigía, en el siglo XII, en la actitud de quienes querían aprender y se adentraban en el mundo del conocimiento.

Mens humilis. Mente humilde.
No conozco a ningún amante del saber que sea soberbio en lo que sabe. Más bien los conozco humildes, con la humildad que confiere creer que cualquiera le puede aportar algún modo de aumentar cuanto sabe. Por eso, el sabio pregunta a quien supone que le puede enseñar algo, independientemente de su rango. Muchas páginas de la historia del saber nos describen cómo un sabio aprendió de un profano cosas, que luego sirvieron para el avance de la ciencia. Iletrados que enseñan a sabios, o sabios humildes que aprenden de iletrados.

Studium quaerendi, afán de buscar.
Tampoco conozco a ningún estudioso que se conforme con lo que sabe. Su afán de conocimiento es constante, con el propio saber como un fin en sí mismo. Para el amante de aprender, nunca existe una meta ni un listón en el conocimiento. Pero el estudio es un acto positivo de voluntad. Se estudia porque se quiere, a nadie se le puede obligar a hacerlo, por eso se enumera el "afán de buscar".



Vita quieta, vida tranquila.
No sé cómo imaginar tal característica si no es contraria a la idea del maestro itinerante o al alumno bullanguero. Lejos del bullicio de los caminos, a Roma o a Compostela, lejos de goliardos y juglares, el estudioso precisa para su labor, del sosiego que confiere disponer de un lugar fijo donde desarrollar su trabajo. Porque conviene no olvidar nunca que el estudio es un trabajo intelectual que precisa sosiego. No creo que el Maestro de Chartes tuviese nada en contra de los actuales planes de movilidad de los estudiantes (Becas Erasmus, Sócrates) o del profesorado. Hoy las cosas se hacen con mayores seguridades y pretendidos criterios de eficacia.

Scrutinium tacitum, reflexión silenciosa.
En español tenemos una palabra derivada de scrutinium, escrutinio, y la aplicamos al estudio riguroso y atento de algo en lo que no debe haber error (escrutinio de votos, por ejemplo). Estudio atento en silencio, introvertido, es lo que requiere el Maestro Bernardo. Luego se comentará, se contrastará lo estudiado, pero el proceso de aprendizaje comienza con un ejercicio silencioso que siempre es necesario, y clave, en el aprendizaje.



Paupertas, pobreza 
El estudio nunca ha sido un camino ni para la riqueza ni mucho menos hacia la opulencia. El sabio, tal vez por serlo, es parco en sus necesidades. Sabe vivir con lo poco y con dignidad, sin perseguir lujos. Tampoco la sociedad, tal vez por menospreciar su trabajo, se preocupa mucho por sus emolumentos o sus niveles de vida. Casi siempre le parece mucho lo que se destina a su sustento.

Terra aliena, tierra extraña 
Tal vez la característica más cruel, pues el sabio o el estudioso, por serlo, será incomprendido desde el principio y considerado como alguien ajeno a la misma sociedad. La sociedad tiene unos fines, los rendimientos y plusvalías de todo tipo. Los afanes del sabio son completamente distintos, pues el mismo conocimiento es la guía de sus desvelos. Por eso es incomprendido y considerado como alguien que vive en otro mundo, en tierra extraña.


Asimismo, de Bernardo de Chartres es esta sentencia, citada también por John de Salisbury:

Inimicus hominis insapientia eius. 
Amicus hominis sapientia.

(El enemigo del hombre es la propia ignorancia. Su amigo, el saber.)




sábado, 23 de diciembre de 2017

Ceguera transitoria

Era por los primeros años sesenta y yo estudiaba en Barcelona. Un amigo, sabedor de mi afición por los romances, me regaló un libro titulado “Flor nueva de romances viejos” una recopilación, comentada, por D. Ramón Menéndez Pidal. 


En la página 3 del libro aparecía, y aparece, la siguiente dedicatoria: “A Jimena, que Antígona de mi ceguera transitoria, recreó mis días de tedio… Siempre me impresionó aquella “ceguera transitoria” sin saber  que yo tenía una cita con ella, fijada para final del año 2017. Llegó puntual y aún no se ha ido.

La dedicatoria

Me explico. Siempre tuve los ojos débiles. Eso se empieza a notar con los años. Desde hace tiempo ando con gotas y similares, como rayos láser. En 2016 todo cambió y comenzó a sonar una alarma sorda, de modo que en noviembre de 2017 me operaron de un ojo esperando que tal actuación fuese el remedio, pero fue un problema. Dejé de ver bien, todo eran bultos más o menos definidos y así pasaron los días a la espera de algún tipo de cambio. A las seis semanas de la operación todo seguía igual, los bultos no se habían definido mejor y las cuestión era alarmante, pues se trataba de salvar el nervio óptico deteniendo su deterioro, que era constatable. Se desencadenó la segunda operación y estoy en sus secuelas, no sé cómo saldré de ella. Espero que bien, para eso me han operado.

Yo mismo, en la azotea de mi casa de Alozaina,
Con toda la vida por delente
El tiempo que medió entre las dos operaciones, me dio ocasión para pensar y pasar revista a cosas pasadas, vividas. Poco a poco me fui aislando del entorno, tal vez muy pocos tenían cosas interesantes que decirme, o mejor dicho, cada ver me interesaban menos las cosas que me pudiesen decir. Empecé a vivir un mundo interno, muy mío, en el que me llegué a encontrar cómodo. En el fondo, siempre tuve la certeza de que esta situación revertiría, de que estaba viviendo una “ceguera transitoria”. Claro que eso de certeza es un decir…


La víspera de mi segunda operación la viví de un modo íntimo. La tarde se me hizo larga, hasta que puse una película. Difícil opción. Empecé con Testigo de Cargo, pero esta vez me aburrió, lo mismo que Al este del Edén. Puse Canciones para después de una guerra y en ella encontré el acomodo que estaba buscando. La película me sirvió para evocar mil cosas. Las canciones llegaban como parte de la banda sonora de mi vida y, al escucharlas, veía a mi madre joven,  a mi padre también joven, me veía a mi, niño jugando. Veía mil escenas y escenarios de mi vida. Fui feliz evocando todas esas circunstancias mientras pasaban las imágenes de la película y recordaba algunos hechos de los representados en las imágenes. Muchos de aquellos niños vencidos, desheredados eran de mi edad, muchos más jóvenes. ¡Cuánto dolor, cuánta miseria en aquellas imágenes! Y yo, con mis amigos de entonces, sin enterarnos del hambre, ni del frío, ni del miedo, porque nuestros padres hicieron lo impensable para conseguir que tal ambiente no nos alcanzase. En aquel momento pensé que mis padres, y muchos otros, habrían pasado privaciones con tal de que no nos faltase nada. Las canciones seguían y seguían trayéndome recuerdos de una vida pasada, pero que en muchos casos configuraban mi vida actual. Canciones y secuencias de películas que nos habían divertido, hecho sufrir e, incluso, adoctrinado. Todas ellas las veía en vísperas de una operación en la que las alternativas consistían en detener el deterioro del nervio óptico o perder su actividad de modo irreversible.


Mientras, Manolo Morán, Pepe Isbert y otros tantos volvían a ensayar la canción de bienvenida a los americanos (siempre me ha emocionado esa escena), o Amparo Rivelles (entonces Amparito) se sentía humillada porque el rey, su esposo se hubiese enamoriscado de Sarita Montiel, una infiel y Agustina, en Zaragoza (otra vez Amparito), arengaba a sus paisanos para conseguir que los franceses no entrasen a profanar el Pilar. Si, mucha emoción viviendo todos aquellos estímulos que me llegaban desde el televisor. Canciones sabidas de memoria, recordadas como un marco inefable de mi infancia y adolescencia.

Al día siguiente, el médico decidió que no había otra alternativa que la operación y todo se desarrolló rápido, como con un protocolo previsto y apuntalado al mínimo detalle. Luego vinieron las curas, la primera revisión, las pruebas y a esperar los resultados que se suponen satisfactorios de modo que mi ceguera sea eso, transitoria.

No hubo dolor ni soledad, que viene a ser como un duro castigo. En todo momento me he sentido acompañado, querido, rodeado por personas para quienes lo mio no les es indiferente. Pero hay un punto, una barrera, que hay que cruzar sólo, nadie nos puede acompañar. Es cuando uno se puede sentir solo. Por suerte, no fue mi caso.

Como he hablado varias veces de la banda sonora de mi vida, quiero terminar con una frase que también forma parte de esa banda, la que pronuncia un viejo amigo, Mario Cavaradossi, el amante de Floria Tosca, momento antes de morir: E non ho amato mai tanto la vita¡ (¡y jamás he amado tanto la vida¡)



lunes, 18 de diciembre de 2017

Cumpleaños (5) El recelo a los transgénicos.

El debate sigue abierto teñido por una profunda desconfianza y un deseo de pasar desapercibido. Como si la ocultación fuese remedio al problema, que sigue pendiente de respuesta.


El recelo a los transgénicos

Desde siempre, nuestra cultura receló
de los seres monstruosos, aquellos cuyos cuerpos eran mezclas definidas de los de otros, bien definidos. Las esfinges, las quimeras, las gorgonas o las sirenas eran seres que, en la mitología griega, jugaron continuamente papeles malvados: mentirosos, criminales, vengativos o traicioneros. Siempre estuvieron del lado de la falsedad y la traición.


En nuestros billetes hay algodón transgénico

Con estos planteamientos previos, no es raro que hoy, y de manera inconsciente, exista un manifiesto rechazo a los seres surgidos como consecuencia de mezclas de caracteres de otros, previos, que pudieron no ser malos ni perniciosos: la maldad intrínseca radicaba en la misma mezcla.

Recordemos que las sirenas, con la mitad inferior del cuerpo en forma de pez y la superior como una mujer hermosa, habitaban arrecifes y lugares marinos peligrosos y, mediante sus cantos, atraían a los marineros para que acercasen a ellas sus embarcaciones, haciéndolas naufragar. La esfinge, con cabeza y pechos de mujer, cuerpo de león y alas, mataba a los que no podían resolver un enigma que les proponía, cuya solución acertó Edipo. Quimera era una cabeza de cabra implantada en un cuerpo de león y con cola de serpiente. Despedía fuego por la boca. No es preciso seguir con este desagradable catálogo.





Durante la Edad Media se siguió creyendo en seres monstruosos (niños con cabeza de perro o de ave, nacidos de relaciones ilícitas entre mujeres y otros seres, animales o el mismo demonio). En tales casos, los monstruos, al igual que sus madres, eran condenados a muerte. Recientemente, y ya con medios actuales de creación y transmisión de mitos, Frankenstein representa, una vez más en la historia de nuestra cultura, ese ser fallido cruel y pernicioso que está hecho, no obstante, de partes buenas de seres previamente existentes, también buenos de por sí.




Vemos que en todos estos casos, los seres que contribuyen a formar el monstruo son buenos. Lo intrínsecamente malo es el monstruo mismo. Aparece entonces un comportamiento anormal y dañino por parte del ser anormal, que solamente se podrá resolver destruyéndolo.



A veces, los temas culturales son recurrentes. Van apareciendo a lo largo del tiempo, siempre con visos de novedad. Ahora estamos en un momento en que los mercados se van llenando de nuevos seres, consistentes en individuos de especies bien definidas a los que se han introducido genes de especies afines para mejorarlos de acuerdo con criterios preestablecidos y hacerlos, de este modo, más rentables en términos de economía o de utilidad para el hombre. Estos seres, por ser producidos luego de un paso de genes desde un ser donante a otro receptor, se denominan genéricamente "transgénicos" y es sobradamente conocida la polémica que han originado.

Ha surgido el recelo nuevamente. Parecía desaparecido, pero sólo estaba dormido en nuestro subconsciente colectivo. Bastó que apareciesen los transgénicos para que, sin saber siquiera que por nuestra parte era atávico su rechazo, muchos se echasen a la calle protestando contra ellos y sembrando entre muchos esa total desconfianza que genera lo desconocido.

Dicen los enemigos de los transgénicos que, al comerlos, comemos genes de otras especies. Pero siempre ha sido así: ingerimos partes de seres que nos sirven de alimento, sean animales o vegetales. Cuando ingerimos esos alimentos, tomamos también sus genes. Luego, en la digestión, estos genes ajenos se descomponen en sus unidades bioquímicas elementales (nucleótidos) y, como tales, son absorbidos a nuestro medio interno donde comienzan un proceso de integración en nuestra propia bioquímica. Le llamamos digestión, mediante la cual los componentes moleculares presentes en los alimentos pasarán a ser componentes moleculares de quien los ha ingerido. No tiene sentido habar de “comerse genes”.

De todas formas, dentro del recelo a los transgénicos, encuentro que existen lagunas, serias lagunas de información, en espera de respuesta. En primer lugar, un individuo transgénico cualquiera, con un metabolismo perfectamente ajustado, se encuentra con genes nuevos que determinan procesos bioquímicos nuevos en él. Debemos pensar que su metabolismo se enriquece con la presencia activa de estos genes, (para eso se ha manipulado genéticamente). Pero, ¿qué ocurre con los productos de desecho generados a partir de esa novedad metabólica? Porque ésta es una cuestión importante para nosotros y cuya respuesta aún no está claramente definida.

En el metabolismo celular, es muy importante el destino de los productos de desecho originados del correcto funcionamiento bioquímico. Normalmente, ese destino es la excreción que en animales termina en forma de orina o de sudor. No obstante, hay ocasiones en que esos productos pueden ser depositados en órganos concretos, como pueden ser los cuerpos grasos de insectos. En vegetales, los productos destinados a la excreción suelen ser depositados o bien en órganos especiales de almacenamiento (vacuolas), o bien en las paredes celulares. En ambos casos, los productos de desecho, que pueden ser tóxicos, permanecen en las mismas células, aunque de manera inocua para ellas.

Creo que no se han realizado los estudios necesarios que garanticen, para cada caso concreto, la ausencia de productos tóxicos de desecho en los transgénicos. Pues, por cuanto he dicho, la manipulación genética ha podido producir un organismo nuevo, intrínsecamente mejor que aquel del que básicamente procede, pero que puede almacenar substancias tóxicas aparecidas como consecuencia de las alteraciones metabólicas que se han generado en él. Estas substancias, perfectamente aisladas y, por tanto, inocuas para el mismo transgénico que las ha generado, pueden ser perjudiciales para cualquiera que lo utilice como fuente alimenticia.

Hasta que no aparezcan esos análisis, realizados por entidades de contrastada honorabilidad en sus procedimientos, seguirá presente el recelo contra esa versión actualizada de los antiguos monstruos. No sé si muchos de los productos actualmente en el mercado constan de los necesarios avales sanitarios que tranquilicen a sus consumidores.

miércoles, 6 de diciembre de 2017

Cumpleaños. Un Mitreo en Lucus Augusti, culto secreto en Lugo

El Paseante Silencioso cumple cinco años en estos días. Los lectores habéis tenido mucho que ver en esto dando ánimos de modo constante, por eso si hay mérito en este cumpleaños no es del blog, es de sus lectores. Para celebrar este aniversario, publicaré unas entradas antiguas  a las que tengo especial cariño. 

Gracias a todos por vuestro constante apoyo en estos cinco años.


sábado, 17 de agosto de 2013

 

UN MITREO EN LUCUS AUGUSTI, CULTO SECRETO EN LUGO



MITRA

Cada cierto tiempo tenemos una noticia grata en Lugo. Noticia referida al conocimiento que vamos adquiriendo acerca de nuestra ciudad pues, hasta hace poco, ese conocimiento era muy escaso, cuando no erróneo.

Hace un tiempo, y con motivos de unas obras de restauración en la zona monumental, aparecieron los restos de una domus romana y poco a poco fueron filtrándose noticias sobre ellos a la vez que íbamos conociendo el progreso de las obras de acondicionamiento y los informes que los mismos hallazgos daban acerca de nuestra ciudad y su historia.

Al poco tuvimos la sorpresa, pues entre los hallazgos !había un templo dedicado a Mitra, (un mitreo)¡

Las obras fueron de mayor envergadura que la inicialmente prevista y se modificó el volumen construido, lo cual generó las polémicas ciudadanas que son de prever. Creo que lo encontrado, lo que nos dice de nosotros mismos y el acceso que tenemos a verlo, bien valen el sacrificio, supuesto, del incremento de algunos metros cúbicos de construcción.

 
Patio de la domus. Columnas y losas. El paredón
del fondo es parte de la muralla
He estado visitando los restos, ya preparados para ser visitados. Éramos bastantes quienes allí estábamos, aunque no vi lucenses, (muchos de ellos ya lo saben todo de modo infuso). Las obras descubiertas nos dejan ver una casa de gran envergadura, varias plantas y un lujo que hace pensar en un propietario de clase social elevada, tal vez un militar de la Legio VII. Podemos pasear por diferentes niveles de la domus, contemplar sus pinturas, ver el pórtico con columnas y su patio con suelo de losas rectangulares. Todo eso acompañado e ilustrado con muy buena explicación, pantallas táctiles, un vídeo general y vitrinas en las que se exponen objetos hallados en las obras. Se estudia la posibilidad de un museo para albergar la totalidad de los hallazgos.

El mitreo. El ara votiva
Y, por encima de todo, el templo privado de Mitra erigido en el siglo III d.C. y mantenido en el siguiente. Hay un ara votiva en la que se puede leer fácilmente que está dedicada al dios "nunca-conquistado" Mitra, por su fiel, devoto y leal C. Victorius Victorinus, centurión de la Legión VII Gémina Antoniana. Posiblemente el propietario de la domus.

Mitra... el dios persa representado como un joven que da muerte a un toro abatido en el suelo. Tiene una historia que nos puede resultar conocida, o evocar alguna otra: Nació en la noche más larga del año, en el solsticio de invierno, hoy 25 de diciembre. Su madre era una virgen y su padre un dios. Nació en una cueva de pastores y fueron pastores los primeros en adorarle. Fue comparado con un pastor cuidadoso de sus ovejas.

Ciertamente, en la vida de Mitra hay muchos paralelismos con la de Jesucristo. Mitra era considerado el dios de la luz, y San Juan en su evangelio insiste en homologar a Jesucristo con la luz (Jn 1:9). El mismo Jesucristo dice de sí mismo: "Yo soy la luz" (Jn 8:12).

Lo cierto es que el culto a Mitra, culto jerarquizado y con reglas internas muy estrictas, estuvo prohibido en el Imperio Romano y no fue hasta que el cristianismo adquirió el rango de religión oficial del Imperio, cuando el culto a Mitra dejó de ser perseguido. Aunque ya no tuvo tanta importancia ni significado entre la gente del Imperio.


Otra vista del ara.
Tras ella, una imagen de Mitra (Reciente)
Es curioso, me entero en mi visita que el culto a Mitra anduvo muy de la mano de los ejércitos. Eran militares de cierto rango quienes lo extendían entre las legiones imperiales. No son raras las casas, hoy consideradas como pertenecientes a militares, que poseen mitreos. Junto a ésta, de Lugo, se conoce otras en Astorga, Mérida, Tarragona o Cabra, por decir unas cuantas de la Península Ibérica. Yo pienso que, siglos más tarde, la masonería también anduvo muy de la mano de militares y tampoco me extraña tanto. Ambas instituciones son de rígidas reglas y estructuras jerarquizadas y envueltas en aires secretos. Tal vez a un militar, acostumbrado a sus específicas formas de vida, no deberían extrañarle algunas costumbres y modos ni de la masonería, ni del culto a Mitra. También es cierto que, si estaba acostumbrado a esos rígidos modos, debería gozar de un buen rango dentro de la estructura de que formaba parte. En esta reflexión conviene tener en cuenta que los militares eran gente de bastante movilidad dentro de un área, pero con destinos más o menos duraderos. Es decir, personas adecuadas para servir de soporte a la posible difusión de grupos secretos.

Me gustó encontrarme con estos datos, que me dieron qué pensar. Las religiones, los cultos, siempre anduvieron de unas zonas a otras, a veces llevadas por los mismos, aunque con diferentes vestimentas o uniformes, según las épocas de que se tratase.

Pero volvamos al motivo de mi visita, los hallazgos de la domus. Con el tiempo se construyó la muralla y se expropiaron terrenos de la casa, lo cual llevó consigo su decadencia. Con ella, la propiedad pasó a otras manos, el mitreo se destruyó y todo se transformó en una escombrera. Así ha llegado hasta hoy.

Por mi parte, doy las gracias a quienes, a lo largo de muchos siglos, han tomado las decisiones acertadas que han permitido que hoy disfrutemos de esta joya.



+ + +

NOTA: En navidad de 2002 pronuncié el pregón inaugural del Belén electrónico de Begonte, publicado en este blog con fecha 18-12-12 y localizable en este enlace. En su inicio esbozo un paralelismo entre el significado de Mitra y el de Jesucristo.



viernes, 1 de diciembre de 2017

La luz, divino regalo

Según la Biblia, el primer día, Dios creó la luz. En algunos pasajes del evangelio de San Juan, se relaciona a Jesucristo con la luz. Siempre la luz ha tenido significado divino para las diversas culturas. Así hasta hoy.

Catedral de Santiago de Compostela
Alguien me dice que el rayo presente en una foto mía, publicada aquí, le evoca la divinidad. La verdad es que lamento tal evocación, pues un fenómeno natural, perfectamente predecible, y de periodicidad conocida, no debería evocar nada divino, que suele ser sinónimo de inusual, extraordinario, A los hombres de ciencia no les gusta la idea de un Dios contraviniendo las leyes naturales. “Dios no juega a los dados”, dijo Einstein cuando, admitiendo su existencia, rehusaba la idea de que rompiese las leyes naturales, impuestas por Él mismo, dando paso al azar. Otra cosa es nuestra manía de atribuir al azar aquellos fenómenos cuyas verdaderas causas desconocemos. 

Esto de Dios y las leyes que rigen la naturaleza ha sido objeto de muchas y profundas reflexiones por parte de filósofos y científicos. A la gente de la calle nunca le importó nada, si bien algunas veces persiguió de manera cruenta a quienes, se decía, alteraban el orden establecido diciendo que tal orden era falso y que había otro más certero. También conviene decidir qué entendemos por “orden establecido”, claro, pues el favor popular es algo de lo que conviene dudar.

Hablando de Dios, su Creación y sus leyes, Descartes dijo que al día siguiente de haber creado el Universo, Dios emitió las leyes por las que se regiría, dejó todo funcionando de modo exacto, y se dedicó a otras cosas. A nosotros, decía Descartes, nos corresponde estudiar el modo en que las cosas funcionan y, al hacerlo, estamos estudiando a Dios a través de sus obras. A esto se llamó teología natural desde los tiempos de los Padres de la Iglesia.

El concepto de milagro, como alteración del orden establecido, nunca entró en las ideas de filósofos ni científicos. Jamás se rehusó exponer las propias ideas acerca de la divinidad y todos ellos, hasta el siglo XVIII, indicaron en sus obras sus respectivas ideas de Dios y de su incidencia en el mundo. A partir del siglo XIX, las creencias de los escritores pasan a ser algo personal, privado de cada uno. Por tanto, ya no se exponen en las obras científicas ni filosóficas, ni se pueden deducir a partir de ellas. 

Catedral de Lugo

De todos modos, eso de relacionar la divinidad con manifestaciones inesperadas o de bajísima frecuencia, ha sido una costumbre muy recurrente en la historia de nuestro pensamiento, desde las religiones más antiguas conocidas. Los primeros que se alzaron contra tal manera de pensar, fueron los filósofos jónicos que, ya en el siglo V a.C, dijeron que los fenómenos naturales se tenían que explicar mediante causas naturales, que era preciso encontrar mediante el estudio. Como corroboración de lo que decían, predijeron un eclipse solar y acertaron.

Tierras del Deza

No siempre los diferentes descubrimientos fueron objeto de alabanza. Muchos sabios sufrieron persecuciones de diversa índole. No voy a citar ningún nombre, pues no es ésta mi intención ahora. Pero no fueron pocas las veces en que se creyó que el avance científico atentaba contra la religión.

Es curiosa la dualidad, entre ciencia y creencia (a veces en forma de religión) y sus antagonismos. Las religiones, todas, tienden a tranquilizar a sus seguidores, relatándoles mitos que agradan y que contribuyen a hacer más llevaderas sus vidas. La ciencia se preocupa por explicar el entorno y lo que ocurre, sirviéndose de los conocimientos disponibles en cada momento histórico. Nunca la ciencia busca la tranquilidad ni la felicidad de sus seguidores, eso es cosa de cada cual y de su modo de acomodarse a la realidad. La ciencia, simplemente, ofrece interpretaciones pretendidamente fieles y, siempre, en constante revisión lógica, pues nuevos descubrimientos obligan a replantearse los conocimientos previos.

Hay cosas que las tenemos bien sabidas, y así en invierno el sol está bajo en nuestro horizonte europeo. El rayo de la foto lo vemos gracias al llamado efecto Tyndall, que es el fenómeno físico que hace que las partículas coloidales presentes en una disolución o en un gas, sean visibles al dispersar la luz. Eso es lo que ocurre cuando ese rayo de sol atraviesa el interior de las catedrales. Si bien sólo entra en ellas en días del solsticio de invierno, cuando está bajo sobre el horizonte. Si vemos el rayo es porque hay polvo en suspensión, o humo en el aire de las catedrales y no creo que, en esto, tengan que mediar divinidades. De hecho, es un fenómeno predecible para esos días con la única condición de que no haya nubes y, por tanto, luzca el sol.

Presento fotos de rayos de sol penetrando en las Catedrales de Lugo y Santiago. No hice más fotos de ese tipo, pues tampoco voy fotografiando rayos de sol que atraviesen cristales sin romperlos ni mancharlos.

Nubes en la Chaira lucense

Si a pesar de saber sus causas físicas, uno se siente sobrecogido por la belleza o por cualquier otra causa personal, es algo muy respetable por mi parte, faltaría más. Sentirse emocionado ante algo bello, es una suerte que conviene cultivar, pues produce muchas sensaciones felices.

viernes, 17 de noviembre de 2017

Emergencia de caracteres

Decía Aristóteles que el todo es más que la suma de las partes. Hoy consideramos a Aristóteles como el padre de la biología clásica y, hasta la irrupción de la biología molecular, podíamos decir sin temor a equivocarnos, que todas las ciencias biológicas nacían de observaciones y comentarios suyos.



Como decía el filósofo ateniente, en los sistemas organizados naturales pueden aparecen propiedades propias del mismo sistema, que no se pueden predecir a partir de las propiedades de sus componentes. Son completamente nuevas, suyas, y desaparecen al disgregar al sistema para llegar a sus componentes estructurales. Por ejemplo, pensemos en el agua sin ir mas lejos, y utilizando un compuesto conocido por todos. Nadie que no la conociese, podría predecir sus cualidades, propiedades o comportamiento físico-químico, por mucho que conociese a sus componentes, al oxígeno y al hidrógeno.

Estructura del agua.
Componentes gaseosos. Compuesto líquido

A esa aparición de caracteres inesperados, o no deducibles a partir de los componentes, es a lo que se llama emergencia, y de ahí aparece el concepto de caracteres emergentes. 

La emergencia de caracteres ocurre con frecuencia en los compuestos químicos, como el agua que he mencionado antes, pero también en otros compuestos inorgánicos, como rocas, y orgánicos, como seres vivos. Los más relacionados con las actividades vitales, tales como la ya mencionada agua, el anhídrido carbónico, la glucosa y los genéricamente llamados principios inmediatos, presentan una gran cantidad de caracteres emergentes, todos ellos impensables a partir de sus componentes esenciales, pero fundamentales para contribuir a las actividades biológicas.

Desde el punto de vista biológico, algunos caracteres importantes para nosotros, como el psiquismo, la memoria o comportamientos de los organismos atribuibles al sistema nervioso, como actos reflejos, pueden tener su base no en órganos determinados, sino emerger como consecuencia de algunos tipos especiales de neuronas o, incluso, de su número o de otro tipo de estructuras.
Cabeza de caballo. Tal vez resultado emergente
de la acción coordinada de muchos genes.

Por otra parte, la paleontología induce (sólo induce) a pensar que algunos caracteres morfológicos no son consecuencia de mutaciones de genes concretos, sino que más bien aparecen como consecuencia de la acción coordinada de muchos genes acumuladas simultáneamente y todas ellas incidiendo en estructuras morfológicas relacionadas. Por ejemplo, (solamente es un ejemplo), algunos rasgos de cabezas de mamíferos serían consecuencia de muchas actuaciones de genes que afectasen a diferentes pares de esas cabezas, pero ninguna de ellas afectaría a la morfología concreta, que realmente no estaría regida por genes. Ésta, la forma concreta de la cabeza “emergería” como consecuencia de las acciones sencillas de varios y diferentes genes, todos ellos afectado a caracteres que se expresen en dicha estructura.

No es mucho lo que se sabe acerca de esta situación, pero siempre que se dan complejos estructurados, emergen los mismos caracteres. Es decir, no son cosas aleatorias. 

Enjambre.
¿Un individuo o muchos?

Los enjambres presentan propiedades emergentes, con comportamientos fijos por parte de cada uno de sus miembros. Tan rigurosos son esos comportamientos y tan estructurados, que no faltan biosociólogos que pretenden considerar como individuo a cada una de las colmenas. Para aceptar esta propuesta, sería preciso replantearnos qué consideramos como individuo. Pero ningún biólogo ha rechazado esa propuesta de los biosociólogos. Nadie la ha rechazado, pero tampoco nadie la ha aceptado, mas bien ha quedado como postura extravagante que nos recuerda que, en biología, nada hay fijado ni considerado de modo definitivo. 

Cada idea que tenemos, y que consideramos definitiva, vemos cómo se nos desvanece conforme vamos profundizando en los estudios y, por consiguiente, ampliando nuestros conocimientos. Un proceso dinámico muy interesante de observar, de vivir.

La interpretación de la emergencia representa una gran interrogante en nuestro saber.

viernes, 10 de noviembre de 2017

Las preguntas en el desarrollo científico

La ciencia avanza con velocidades diferentes según las épocas o las áreas de conocimiento de que se trate. En la medida en que la ciencia pretende dar respuestas a interrogantes planteados en relación al entorno, el avance dependerá del hallazgo de tales respuestas. Pero, para que la ciencia progrese, conviene que las preguntas sean pertinentes y que estén formuladas desde una óptica científica correcta, pues preguntas erradas solamente producirán respuestas también erradas.


En la historia de la ciencia existen momentos importantes, que son aquellos en los que las preguntas se formulan con el rigor adecuado. Normalmente, los hechos que van a desencadenar el proceso científico están ante nosotros, pero solamente unos pocos, de mentes avisadas, son capaces de reparar en lo desacostumbrado de ellos y considerar estimulante dedicarse a su estudio para, después, poderlos explicar. Con las preguntas que plantean, son esos mismos hechos los que desencadenan la búsqueda de las respuestas que hacen avanzar a la ciencia. Hay veces en que esas respuestas aparecen después de formuladas las preguntas. En otras ocasiones, han de pasar cientos de años antes de ser encontradas. Tal fue el caso que voy a comentar ahora.


SABIOS BUSCANDO RESPUESTAS


Conviene irnos a la época en que ocurrieron los hechos que comento, los siglos XIV e XV. Era cuando el poder de los señores feudales comenzaba a sufrir limitaciones, surgiendo los burgos como manifestación de la nueva estructura social. El estilo románico había dado paso al gótico y Europa renacía después de una epidemia de peste que había diezmado la población. En las personas de este tiempo aparecieron hondas dudas en relación a Dios, por haber permitido dicha epidemia (estas dudas, con el tiempo, tomarían cuerpo en el protestantismo).



OTROS ESTILOS ARTÍSTICOS


En medio de esta transformación social, no faltaron nuevos conceptos con los que enjuiciar a las personas y sus comportamientos, como podemos notar al fijarnos en los epítetos dados a los reyes: "El Bueno", "El Sabio", "El Magnánimo", "El Ceremonioso" y otros semejantes, muy diferentes a los aplicados en los siglos anteriores: "El Fuerte", "El Bravo" o incluso "El Velloso".


ARMADO, BIEN ARMADO


Otro tanto podemos detectar en la escultura funeraria, como es posible comprobar en una visita que hagamos a la iglesia de San Francisco, en Betanzos. En ella, junto al sepulcro de Fernán Pérez de Andrade, "O bóo", Conde de Andrade, ataviado con una armadura recia y poderosa, vemos en sepulcros de tiempos más recientes cómo están representadas personas con ropas elegantes, más propias de una vida palaciega y cortesana. El culmen de nuestra escultura funeraria de este tiempo, está en Sigüenza, donde un hombre en la flor de la vida, conocido como el Doncel de Sigüenza, está representado en actitud de reposo, leyendo un libro, lejos de los campos de batalla.


EL DONCEL DE SIGÜENZA


También a través de la pintura podemos ver cómo cambia el vestuario, usando colores nuevos y otros tipos de ropas que confieren a sus portadores mayor esbeltez y elegancia. En los frescos de Piero della Francesca, por citar un caso, es posible comprobar esto, pero también en otros pintores contemporáneos suyos. 


Gracias a los viajes de Marco Polo a China, se abrieron nuevas rutas y aparecieron nuevas mercancías para el comercio. En ferias y mercados se ofrecían sedas, especias y otros productos exóticos que, por sí mismos, pronto serían signos de singularidad para quienes los usasen. Por todas partes tomaba cuerpo otro concepto sobre la calidad de vida en el que la belleza, no iba a ser menos, era definida de acuerdo con el ideario del momento histórico.


En toda esta compleja transformación de pensamiento y de criterios que se estaba produciendo, no eran pocas las tareas que era conveniente realizar para adecuarse a las novedades. Una de ellas, y no menor, consistía en encontrar medicinas apropiadas para enfermedades que eran históricas en Europa. Tal era el caso de la viruela. Se sabe que fue traída a Europa por los árabes, andando el siglo VI, y desde entonces fue endémica en el continente hasta finales del siglo XIX. Enfermedad muy extendida, comportaba una elevada mortalidad. En caso de que los enfermos sanasen, dejaba profundas cicatrices perfectamente visibles e incompatibles con cualquier concepto de belleza.


EL MARQUÉS
La mayoría de la gente consideraba a las enfermedades como un fantasma, por todo cuanto traían con ellas de dolor, fealdad y, muchas veces, muerte. Supongo que la gente de esos siglos en que tanto se veneraba la belleza, estaba envidiosa de quien mostrase tener salud o, incluso, estar defendida (hoy diríamos inmunizada) de padecer enfermedades concretas. Tal vez esto fuese lo que le pasó al Marqués de Santillana (1398-1458) antes de escribir:



Moza tan fermosa

non vi en la frontera,
como la vaquera
de la Finojosa ...

Por lo que sé, el Marqués era un noble muy de su tiempo, cortesano y acostumbrado a las comodidades que puede proporcionar cierto estilo de vida. Puede que, sin decirlo, también tuviese miedo de la viruela y otras enfermedades propias da época. Quiero pensar que la hermosura que tanto asombrara al Marqués no era otra cosa más que la ausencia de rastros de viruela en la moza vaquera que, por lo tanto, manifestaría un rostro terso, hermoso y con el color propio de la gente joven que trabaja en la montaña. En aquel tiempo, la capacidad de resistencia al mal sería un bien inestimable atribuido al uso de hechizos y ensalmos apropiados. Por eso, se creía que su posesión era más asequible a personas con un cierto tipo de poder que no poseía la gente común.

SIN SABERLO, SE INMUNIZA

Siempre me extrañó el hecho de que el Marqués no creyese que la moza fuese vaquera, puede que por considerarlo un trabajo inapropiado para una muchacha tan hermosa. Como si, para él, una cosa estuviese reñida con otra.

La vi tan graciosa,
que apenas creyera
que fuese vaquera
de la Finojosa.

Nunca creería el marqués que el trabajo de la moza era la causa de que no padeciese la viruela, pero es posible que el el lugar, (hoy, Hinojosa del Duque), escuchase más de un comentario referente a la ausencia de viruela en quienes realizaban tales trabajos.

Nada se sabía acerca de la causa de tal relación. Deberían pasar muchos años antes de que se encontrase. Tal vez, al Marqués le costaba dar crédito a los comentarios de los pueblerinos y no deja de ser curioso que por mucho que se lo diga la moza, el poeta cortesano no salga de su empeño:

Juro por Santana
que no sois villana.

El Marqués se asombra de la belleza de la vaquera, pero no es el único que en aquel tiempo constata la bondad de la vida campesina. Pensando de modo semejante, pero distanciados de nuestro Marqués por miles de Kilómetros, y también por huir de una epidemia de peste, unos adolescentes de Florencia marcharon al campo en busca de refugio, en la espera de que pasase la epidemia. Bocaccio nos cuenta cómo pasaron esos días de reclusión contando cuentos, que recogió en su Decamerón. No son pocas las alusiones literarias que prueban cuanto digo y no voy a citarlas, pues no vienen al caso. Lógicamente, en la vida campestre las personas estaban más protegidas de enfermedades contagiosas de fácil difusión urbana, donde, por otra parte, escaseaban los medios antisépticos necesarios.



GENTE SANA, LOS VAQUEROS


El Marqués de Santillana deja planteada una pregunta que, posiblemente, estaba en la mente de muchos contemporáneos suyos: Cuál era la causa de que unas personas, con un trabajo concreto, no padeciesen una enfermedad también concreta. Hoy sabemos que esta relación tiene una base científicamente explicable. Gracias al poema, sabemos que en ese tiempo la pregunta, como primer proceso del avance científico, ya estaba planteada y bien planteada: Comprobada la resistencia de unos trabajadores a una enfermedad, mortal en la mayoría de las ocasiones, cuál era la causa de esa resistencia. Si estos trabajadores no tenían mayor acceso al uso de ensalmos y hechizos, la resistencia debía tener base natural.

Con la pregunta apropiada del Marqués ya estaba en marcha el progreso, si bien aún no estaba definido el camino para alcanzar la respuesta adecuada. Antes, deberían ocurrir muchas cosas, convenía incrementar conocimientos y descubrir técnicas. Pero el reto estaba lanzado: Algo poseían los vaqueros que los volvía inmunes a la viruela.




Fue Jenner, médico británico, quien, hacia finales del siglo XVIII, observó que en las ubres de las vacas aparecían pequeñas pústulas semejantes a las producidas por la viruela. También se dio cuenta de que las personas que andaban con esas vacas presentaban resistencia a la enfermedad y que, frecuentemente, tenían heridas en los dedos y en las uñas con pequeñas pústulas en ellas. Pensó si acaso habría alguna relación entre tales datos y la inmunidad que presentaban esas personas a la viruela. De modo temerario, en 1796 inoculó a un adolescente el exudado procedente de lesiones presentes en las vacas (vacuna). Hoy sabemos que, en realidad, lo que hizo Jenner fue provocar en el muchacho una enfermedad atenuada, pero suficiente para estimular la formación, en su sistema inmunológico, de anticuerpos que, en su caso, serían capaces de repeler la infección de los virus de la viruela si el chico fuese infectado por ellos. Encontrando un método para prevenir enfermedades contagiosas, había descubierto la vacuna. Pasteur profundizaría en su estudio y perfeccionamiento. 

Tenemos que agradecer a Jenner que la viruela dejase de ser una tremenda plaga mundial. En un tiempo, fue obligatorio vacunar a los niños contra ella pero luego, y gracias al mismo método aplicado a lo largo de muchos años, la enfermedad desapareció de manera espontánea. En el año 1979 la O.M.S. la declaró erradicada del mundo, dejando de ser obligatoria su vacuna. 

En relación a la viruela, vemos cómo en el siglo XIV ya estaba marcado el camino para encontrar su remedio, es decir, ya estaban formuladas las preguntas apropiadas. Con el tiempo, vendría la constatación de datos, la búsqueda de respuestas en un ambiente cultural y de conocimientos apropiado y, finalmente, se alcanzarían las respuestas. El proceso científico siempre sigue este camino, comenzando con la formulación correcta de preguntas para explicar hechos que resultan raros según los conocimientos de la época. Pero mientras no aparezcan formulaciones concretas de preguntas sabiamente planteadas, no será posible abrir los caminos adecuados en la obtención de sus respuestas.