viernes, 26 de enero de 2018

En Carboeiro, mi Carboeiro.

Conocí Carboeiro en años tempranos de la década de 1970. Desde entonces y durante bastante tiempo, fui asiduo visitante del monasterio. Mas bien, de lo que quedaba de él, que no era poco.
Situado sobre un abrupto alcor rodeado casi en su totalidad por un meandro encajado del río Deza, su situación le presta una apariencia temible. Eso es lo que parece hoy, no quiero pensar cómo se le vería en el siglo XIII, cuando era poderoso y para acceder a él se hacía a través de empinadas calzadas tal vez romanas.

CALZADA DE ACCESO  EN 1975
HOY DESAPARECIDA
Lo que quedaba del monasterio nos hablaba de una iglesia de planta basilical, con tres naves, girola y cripta. La girola es pequeña, con sólo tres capillas absidales, una de ellas con restos de frescos en sus paredes. La cripta es amplia y sirve para proporcionar una buena planta para construir sobre ella la iglesia, que tiene las naves cortas. Del resto del monasterio sólo quedaba en buen estado (es un decir) el palomar. Cuando llegó la noticia de su restauración, desconfié del modo en que se haría y no fui más por allí.


1975. Yo en la entrada a Carboeiro
Volví en 2010 con unos amigos, pero nos lo encontramos cerrado. Hace unos días he estado de nuevo en Carboeiro con motivo de una boda y lo recorrí con avidez. Me gustó la restauración. Donde no se pudo poner la piedra ausente, se sustituyó con madera figurando arcos y nervaduras, haciendo patente lo original y lo postizo. El suelo se ha dejado de tierra batida, tal vez sabiendo que a nadie gustaría la solución a la que se recurriese. En la nave central se ha situado una tarima móvil para conferir horizontalidad a los actos que se celebren. 



Al acceder nos encontramos este espacio acogedor

Todo bien reconstruido para los ojos de un profano, que es lo que soy. Qué grandiosidad en la iglesia, y no en la superficie de la planta, sino en la altura. Ya dije que es pequeña, pero es alta y esbelta. Una esbeltez bien conseguida gracias a los múltiples arcos y columnas que se esparcen por las naves. Y si los arcos de las naves son de medio punto, los de la girola comienzan a apuntar, como todos los que se construirán poco tiempo más tarde. El gótico está en puertas.


No hay dos iguales. En el techo, la madera substituye
a la piedra en la reconstrucción
Sí, me asombró la grandiosidad del templo y lo mismo me ocurrió con la profusión de capiteles, ninguno de ellos repetido y todos con decoración vegetal, lejos ya de los historiados del románico con vocaciones doctrinales. También en los capiteles se vislumbra un nuevo estilo que llega. Paseando por las naves y viendo capiteles, pienso que a los fieles de entonces no les debía extrañar ver tanto vegetal hecho piedra después de haber visto tanta frondosidad rodeando Carboeiro. El bosque se hizo piedra.



Evocaciones al Maestro Mateo

Mucha grandiosidad en la iglesia abacial y nada alrededor. La iglesia muestra riqueza, pero ¿cuál era su fuente? Un monasterio solitario, sin huertos que veamos, sin amplios caminos de acceso para llevar y traer, sólo dos calzadas medievales para llegar a él. Ninguna aldea de colonos o siervos, nada de nada. ¿De qué vivían estos ricos monjes? Un amigo, Darío, me dice que, sobre 1980, él ha visto a mujeres peneirando las arenas del río Deza. Intentaban sacar oro de ellas utilizando los artilugios que conocemos de las películas de buscadores de oro. En gallego, un peneiro es un cernidor y las mujeres cernían las arenas buscando oro. Tal vez un delicado oficio para unos monjes de suntuosa iglesia y pequeño monasterio, no lo sé. Pero en aquellas lejanías de entonces debía ser muy caro un portal con evocaciones al Maestro Mateo y el monasterio tenía cómo costearlo.

Otra versión sobre el origen del nombre, nos habla de la función de los monjes, fabricar carbón vegetal para enviarlo a la Abadía que les gobernaba, San Martín Pinario, en Santiago de Compostela. No lo sé.



¡Qué bonito está Carboeiro! Aconsejo a quien pueda ir que no deje de hacerlo, pero que antes se entere del horario de visitas y no les ocurra lo que a mí en enero de 2010.

+ + +

¿Y qué más? Hay mucho más, pues en cuanto llegué me asaltaron miles de recuerdos de amigos y amigos con quienes estuve allí en otros tiempos. Atropelladamente se me agolparon situaciones, conversaciones, detalles, mil cosas que traían de nuevo a mi memoria multitud de momentos compartidos con aquellos a quienes quise y sigo queriendo en el recuerdo.


 Alrededor de Carboeiro, 1975
     Nombres de personas que fueron importantes para mi y de los que ahora no sé nada. O tal vez sí, de varios conozco por dónde van sus vidas, pero allí, en Carboeiro, sentí intensamente la ausencia de muchos de ellos. Qué habría sido de nosotros de haber seguido en contacto. De qué hablaríamos en estos tiempos, cuáles serán sus preocupaciones actuales. 

Con relación a muchos de ellos, no sé responder a estas preguntas. Pero con relación a otros, Ángel, Darío, Marisa, José Manuel, Antonio y algunos más, sí sé responder. Seguimos charlando y compartiendo preocupaciones.

Pero, en general, como dijo nuestro amigo Pablo, “Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos”.

Nota: Me dicen que muchas de las esculturas que faltan, están en el Museo Marés, un Museo privado situado en Barcelona. Llegaron al Museo como consecuencia de una compra legal, y allí están dignamente custodiadas.


viernes, 19 de enero de 2018

Celestino Mutis

He preguntado a varios amigos por si este nombre les evoca a alguien, y la respuesta en uniforme: es la primera vez que lo oyen. Cuando les digo que corresponde al más célebre botánico español “de todos los tiempos”, me miran incrédulos. Pero es cierto. Tal vez nuestra historia (es decir, nosotros) es así de ingrata, olvidando a los más ilustres españoles. Claro que su fama no la ganó con la espada, mérito glorioso en esta tierra. Tal vez con su trabajo sólo buscaba acrecentar los conocimientos y no buscaba gloria, que le vino por añadidura a los buenos resultados que iba obteniendo.


Retrato hecho del natural

Pero vayamos por partes. Nacido en Cádiz, fue sacerdote, botánico y yo diría que un sabio generalista de conocimientos académicos con una gran devoción por el saber. Un hombre culto del siglo XVIII. Después de estudiar medicina en las Universidades de Cádiz y Sevilla, ejerció en Madrid, donde se familiarizó con la botánica en el Jardín del Soto de Migas Calientes, situado junto al río Manzanares y que luego, por decreto del rey Carlos III, pasaría a ocupar su ubicación actual en el Paseo del Prado, pasando a ser conocido como el Real Jardín Botánico. Poco más tarde, encontramos a Celestino Mutis en el Virreinato de Nueva Granada (actual Colombia), en cuya Universidad del Rosario, situada en la ciudad de Santa Fe (actual Bogotá) impartió clase y donde actualmente reposan sus restos.


Dejando de lado sus trabajos médicos e investigaciones sobre enfermedades de la zona, todos ellos realizados con alabado rigor, Celestino Mutis pasa a la Historia de la Ciencia y de la Botánica por su expedición a tierras vírgenes encaminada a describir la flora encontrada. Su idea le acompañó durante tiempo, pues ya en 1763 y 1764 había propuesto a la Corona española que subvencionase una expedición botánica, propuestas que no fueron atendidas. Desencantado de la falta de interés por parte de la Corona española, se dedicó a su docencia y a estudiar minería. No obstante, muchos años más tarde, realizó la misma propuesta a Carlos III, que la atendió positivamente, pues este rey ilustrado había estudiado botánica además de otras ciencias. Con este patrocinio, se organizó la Real Expedición Botánica del Nuevo Reino de Granada, que iniciada en 1783 duraría unos treinta años. Su área de trabajo se ciñó a la zona de Santa Fe y alrededores. La expedición resultó ser de las más costosas para las arcas españolas y en principio pareció no tener mucho éxito. 


Celestino Mutis actuó como director, pero pronto el área geográfica de estudio se fue ampliando, apareciendo la necesidad de nombrar diversos directores comisionados para actuar en las diferentes áreas. Creo que se formó un buen equipo de trabajo, al menos los resultados de la expedición permiten suponerlo. El trabajo consistió en inventariar, describir y dibujar todo cuanto aparecía ante los expedicionarios. Los escritos, las muestras recolectadas y las láminas con dibujos de las plantas, se iban enviando a la sede de la expedición, en Santa Fe. Allí se acopiaban, estudiaban y guardaban. Las láminas descriptivas de las plantas fueron realizadas con un gran rigor científico, sin lugar a ningún tipo de imaginación. Si una planta aparecía con hojas alternas, es que las tenía así. Si las hojas mostraban bordes dentados, hay que creerlo y si las flores aparecen con tal cantidad de estambres, es porque los tiene en ese número. 


Llegó a tener tal rigor en sus dibujos, que Linneo se basó en ellos para describir y clasificar plantas oriundas de la zona. Cuando el trabajo fue ser grande, el científico sueco envió a personas para sumarse a la expedición, pagándoles por su cuenta, de modo que ayudasen en la realización de láminas y sin más compensación que la de que les fuesen enviadas a él para su posterior estudio. Con el tiempo, y a propuesta de Linneo, Celestino Mutis fue nombrado académico de la Real Academia de las Ciencias de Suecia. Reconocimiento que no tuvo en España.


Esta expedición fue decisiva para el desarrollo de la cultura y la investigación en Colombia. Gracias a ella, se generó una escuela de dibujo y se contrataron numerosos oficiales, tanto escribientes como herbolarios. Las láminas realizadas resultaron ser de excepcional calidad, formándose varios dibujantes de reconocida valía. En un momento concreto, Alexander von Humbolt se unió durante un tiempo a la expedición y calificó a alguno de los dibujantes como los mejores ilustradores botánicos del mundo.

Cosa rara en nuestra forma de ser, es el hecho de que se conserva casi todo cuanto hizo Celestino Mutis. Las láminas con los dibujos de plantes están depositadas en el Real Jardín Botánico de Madrid y una página web nos permite un fácil acceso a su totalidad. En algunas ocasiones, el mismo Centro ha editado colecciones de dichas láminas. También en el Jardín Botánico está depositada parte de los materiales recogidos en su expedición. Por otra parte, en interesante saber que toda la bibliografía que utilizó Celestino Mutis durante su trabajo de campo, está depositada en la Biblioteca Nacional de Colombia, donde es custodiada con respeto y esmero.

Su imagen más familiar para muchos

En Colombia son numerosos los centros culturales y científicos que tienen su nombre. En nuestro país hay algunos, pero no tantos. En realidad, me apena que este científico sea casi un desconocido, cuando nos debería llenar de orgullo. Pero en algunas cosas, bastantes, somos así de ingratos. No recuerdo cuándo, su figura sirvió para ilustrar los billetes de dos mil pesetas.

viernes, 12 de enero de 2018

Homo sapiens

Hubo épocas en las que el mundo de los seres vivos se estudió por diversión, o casi. Venía a ser como un pasatiempo elegante. No se sabía bien qué interés podía tener el conocimiento de los músculos de un insecto o su desarrollo larvario, a no ser el de servir de distracción al propio mecenas. 
Un tema que asombraba al mundo científico era el de la diversidad de los seres vivos y, más aún, su razón de ser. La afición al estudio de esta diversidad aumentó a partir de los éxitos de los viajes de exploración, que aportaron un montón de noticias sobre nuevas plantas y animales exóticos procedentes de todos los continentes. Hay toda una lista de grandes viajeros y descubridores europeos que llenan el siglo XIX. El capitán Cook embarcó a los Foster, primero al padre y luego al hijo como naturalistas en sus viajes. El ejemplo del Foster hijo inspiró a Alexander von Humboldt quien, a su vez, inspiró al joven Ch. Darwin.

El Beagle, el navío en que viajó Darwin

Los siglos XVIII y XIX representan una época gloriosa en la historia de la biología. Es cuando se postulan conocimientos obtenidos a partir de experimentos realizados con rigor, y se van dejando atrás las ideas procedentes de la Edad Media, en la que la verdad estaba envuelta en una atmósfera de misterio y leyenda de difícil comprobación, cuando no imposible, y defendida por el halo intocable de verdad revelada.

Me gustan los momentos en que esos descubrimientos inciden en el mundo de las ideas, en el de los conceptos anteriormente admitidos y que ahora, al asimilar esos nuevos aportes, es preciso modificar para acogerlos en el mundo naciente de las ideas científicas, que han sido obtenidas de modo riguroso. En muchos casos, la novedad se resume en un axioma, como aquel que nos dice "Omnis celula ex celula" (toda célula procede de otra célula), expresado en latín, la lengua internacional y culta de entonces, y que dejaba de lado la idea de la generación espontánea. Esta idea se enunció de diversos modos: “omnis vivo ex vivo” (todo ser vivo procede de otro ser vivo) y también, “omnis ovo ex ovo” (todo huevo procede de otro huevo), éste último pretendidamente aplicado al mundo animal. Los experimentos de Redi, Spallanzani y Pasteur quedaban plasmados en estos aforismos y la biología avanzó sin la carga conceptual procedente del mundo antiguo, que suponía firmemente la generación espontánea de los seres vivos.

Omnis celula ex celula

Otro logro científico fue el dejar de lado la idea de que los seres vivos estamos formados por diferentes proporciones de los cuatro elementos entonces considerados esenciales: agua, aire, tierra y fuego. Los naturalistas de entonces nos decían que las aves, por ejemplo, estaban compuestas por una alta proporción de aire, por eso volaban de modo tan airoso, y de fuego, que justificaba que su sangre fuese caliente. Y un largo etcétera de ejemplos. Todo esto se modificó con el conocimiento de la química orgánica y ésta dejó su aura de misterio cuando fue posible la síntesis en laboratorio de la urea. 

Mientras, la idea del hombre como ser natural seguía sin modificarse. Era el Rey de la Creación, hecho a imagen de Dios. Todo estaba hecho para utilidad humana. Claro que había seres de utilidad desconocida, pero según fuesen estudiados, ya la manifestarían. 

Cimbalaria muralis, vive en muros

Los seres vivos no disponían de nombres que los nominasen de modo universal. Múltiples y diversos nombres, diferentes según zonas culturales, geográficas o de otra índole, servían para denominar a los mismos seres. Científicamente se describían cada vez que era preciso referirse a alguno determinado “una planta erecta, de hojas opuestas, ovaladas con nerviación pinnada, poseyendo flores de cuatro pétalos soldados…”

Narciso, flor orientada al suelo

Fue a Carlos Linneo, botánico sueco, a quien se le ocurrió la tremenda tarea de clasificar a los seres vivos conocidos y dotarlos de un nombre. De personalidad controvertida, hoy nadie discute lo fructífero de su labor. Como modo de uniformizar la nomenclatura, ideó la llamada denominación binominal (algunos le llaman binomial), según la cual todos los integrantes de una especie poseerían un mismo nombre, compuesto por dos palabras: la primera de ellas correspondería al género al que pertenecían y la segunda, a la especie de la que formaban parte. El género, según Linneo, era el conjunto de individuos que se parecían en rasgos generales. La especie estaba formada por individuos con mayor afinidad de semejanza y con fertilidad compartida.

(La definición de especie siempre ha sido problemática. La última que se ha formulado corresponde al siglo pasado y comprende criterios morfológicos, genéticos y ecológicos.)

Borrago oficinalis, planta medicinal

En ocasiones, para denominar a los géneros, Linneo utilizó antiguos nombres populares, o descriptivos de alguna característica compartida por sus miembros. Para denominar la especie, muchas veces recurrió al uso que se les da a sus componentes o a alguno de sus rasgos más característico. Por ejemplo, las especies “edulis” entre animales, se componen de individuos comestibles, o las “oficinalis” en el mundo vegetal, son plantas que fueron utilizadas como medicinales, “repens” se refiere a una planta trepadora y “domesticus” a un animal domesticado.

Homo sapiens

Dentro de los mamíferos, entre los primates, en 1758 Linneo nos asignó el nombre Homo sapiens. Lo de “sapiens” se refiere a nuestra capacidad de pensar y de utilizar la inteligencia para idear. Para mi forma de pensar, fue un paso muy importante, pues de este modo, y gracias a un nombre compuesto por dos palabras, como a los demás seres vivos, Linneo nos colocó dentro de la escala animal, con nuestras relaciones morfológicas y estructurales con otros grupos. Tal vez, conceptualmente nos había destronado y comenzaba la época en la que, poco a poco, dejaríamos de ser Reyes de la Creación.

viernes, 5 de enero de 2018

Poblaciones preadaptadas

Soy dado a los refranes y respeto la sabiduría que encierran. Pensaba hoy en uno que, además, es un bonito juego de palabras: “El buen tiempo es que en cada tiempo haga su tiempo”.La verdad es que es así, pues toda nuestra estructura social gira con un condicionante, que en cada tiempo haga su tiempo.



También en biología, el tiempo como estado atmosférico es importante. Para los seres vivos, las condiciones atmosféricas y su secuencia a lo largo del tiempo en uno de los principales factores de la selección natural. No es cuestión de que haga frío o calor o deje de hacerlo. Es que tales condiciones deben presentarse cuando esos seres están en la fase vital que requiere tales condiciones.

Escenario de la Selección Natural

En ocasiones nos maravillamos del perfecto engranaje que relaciona las fases biológicas de los seres con las condiciones atmosféricas de los lugares en que viven. Los ciclos de las diferentes estaciones en lugares concretos, condicionan los ritmos biológicos de los seres que viven en ellas, tanto animales como vegetales. 

Todo esto lo pensaba uno de estos días, cuando viajaba desde Santiago a Lugo. Caía una lluvia menuda y pausada, muy gallega, que a lo lejos se transformaba en niebla que difuminaba el horizonte. Un día muy nuestro, que nos ayuda a interiorizar pensamientos. Yo miraba el campo, mojado y sus múltiples gamas de verdor. El buen tiempo es que en cada tiempo haga su tiempo. Si atendemos este dicho, este año no ha habido buen tiempo, todo ha estado desbaratado y fuera de sus ciclos estacionales. Realmente, son ya varios los años en los que el tiempo parece haberse vuelto loco.

Actúa la Selección Natural

En no pocas ocasiones me pregunto cómo afectan estos cambios al conjunto de seres vivos, a lo que conocemos como biosfera. Tampoco voy a ser tan petulante como para predecir la magnitud de las variaciones que se puedan producir, pero sí puedo expresar mis preocupaciones acerca de lo que ocurre y su posible incidencia en el mundo de los seres vivos. En más de una ocasión he comentado la importancia que tiene para una población dada el disponer de variabilidad génica, a poder ser abundante. Esta variabilidad permite que en cada generación aparezcan individuos con genotipos extremos que son inviables en condiciones normales, pero si por alguna causa cambian estas condiciones, alguno de esos genotipos poco frecuentes pueden sobrevivir y permitir, gracias a ellos, la supervivencia de la población dada. Perderá mucha variabilidad, pues habrán alelos incompatibles con la actividad biológica en esas nuevas condiciones ambientales, pero la población seguirá viva, reproduciéndose y generando descendientes fértiles. La población se ha salvado, sí, pero ha perdido mucha variabilidad, aunque yo me pregunto muchas veces para qué sirve esa variabilidad si no es como una especie de seguro que en cada generación promueve la aparición de genotipos adaptados frente a posibles cambios, permitiendo de este modo la supervivencia del grupo de individuos. Por esta razón, muchos denominan “preadaptación” a esta variabilidad que tiene las especies, o las poblaciones, y cuando está presente en ellas se dice que están preadaptadas como indicativo de su supuesta capacidad de resistir a los cambios que se vayan produciendo. Claro que, normalmente, los cambios que se producen son pequeños, consisten en ligeras modificaciones medioambientales y en la mayoría de las veces, reversibles e imperceptibles a nuestros ojos.

Selección Natural actuando

Ahora, sin embargo, estamos asistiendo a cambios bruscos y perfectamente constatables por nosotros mismos. Me gustaría saber de qué modo esto incide en la biología de las poblaciones presentes en nuestros lugares. No quiero hablar de los efectos más drásticos, las extinciones, pero sí constatamos cambios ecológicos importantes. Por ejemplo, en las proximidades de Lugo ya son habituales las cigüeñas y de año en año vemos cómo crece el número de sus nidos. Se asientan en una zona a la que nunca habían llegado, pero no es de extrañar, los cambios climáticos, como cambios ambientales que son, modifican áreas de distribución de poblaciones. De este modo, el registro fósil nos habla de poblaciones que vivieron en determinados lugares, hoy desaparecidas en ellos.

¿Son tan intensos los cambios como para producir estas incidencias? No lo sé, lo que sí vemos todos es cómo las condiciones ambientales se modifican en una dirección concreta de calentamiento del Planeta, y los seres vivos estamos en él. La geología, mediante el registro fósil, nos muestra cómo en el mundo de los seres vivos de cada época, han ocurrido grandes cambios propiciados por las modificaciones climáticas. Pero también es la geología la que nos dice que tales cambios se produjeron de modo muy gradual, con pasos muy pequeños a lo largo del tiempo, mientras que en esta época en que vivimos los cambios son amplios y casi repentinos, de modo que nosotros mismos podemos constatarlos a lo largo de nuestra vida.

Escenario de la Selección Natural

No hay duda de que la acción nuestra está incidiendo de modo negativo en el mundo de los seres vivos. Aparte de haber propiciado muchas extinciones de especies, por destrucción de hábitats, también estamos modificando las condiciones ambientales en las que deben desarrollar su actividad los futuros seres vivos. A ver qué ocurre, pero de momento parece que los ritmos de las estaciones se han modificado, así como sus duraciones, sus temperaturas máximas y mínimas, su pluviosidad y otros tantos parámetros medioambientales. Esperemos que las poblaciones estén provistas de las necesarias variabilidades génicas, pues de tales variabilidades depende su posible adaptación a esos cambios. Por eso, repito que a esas situaciones génicas se les conoce también como “preadaptación”, y se les considera como una potencialidad propia de las poblaciones que les permitirá resistir ante los cambios que se vayan presentando.

sábado, 30 de diciembre de 2017

Cumpleaños (7) El Maestro Medieval Bernardo de Chartres.

Siempre me ha estimulado esta descripción del amante del saber y del buscador de conocimiento. Esta reflexión fue de lo primero que publicó el Paseante Silencioso y hoy lo vuelve a traer con el respeto de entonces.



Andaba yo por los treinta años de edad, cuando asistí a una conferencia de aquel Maestro que fue D. Álvaro d’Ors. Habló de los estudios, los estudiosos y citó las características que el maestro Bernardo de Chartes les había atribuido en el siglo XII. Las retuve en la memoria, las apunté al salir y, desde entonces, las he mantenido cerca para reflexionar sobre ellas en más de una ocasión.

Ahora quiero volverlas a traer aquí, pero creo que antes debo presentar al Maestro de Chartres.

El Maestro Bernardo ejerció su docencia en la Catedral de Chartes, de la que fue canónigo, en los primeros años del siglo XII. Neoplatónico convencido, su fama de intelectual ha llegado hasta hoy. Se le atribuye una frase muy fructífera en la historia del conocimiento.







“Somos unos enanos encaramados en los hombros de gigantes. Así, vemos más lejos que ellos y no porque nuestra mirada sea más aguda o nuestra estatura más alta, sino porque ellos nos llevan encima y nos elevan sobre su altura gigantesca"

Con esta frase, humilde en la concepción del propio valor, hacía un gran reconocimiento del saber a lo aportado por los clásicos. La frase tuvo mucha fortuna, incluso en siglos posteriores.

Su discípulo John de Salisbury (S.XII), le atribuye la autoría del siguiente poema:

Quae vero sint discendi claves senex Carnotensis paucis expressit:
Mens humilis, studium quaerendi, vita quieta, scrutinium tacitum, paupertas, terra aliena.
Haec reserare solent multis obscura legendo.

 (El viejo [Bernardo] de Chartres expresó en pocas palabras cuáles son las claves para aprender:

Mente humilde, afán de buscar, vida tranquila, reflexión silenciosa, pobreza, tierra extranjera.
Estas cosas y la lectura suelen aclarar a muchos cuestiones oscuras.)



Quiero presentar esas cualidades que Bernardo de Chartres exigía, en el siglo XII, en la actitud de quienes querían aprender y se adentraban en el mundo del conocimiento.

Mens humilis. Mente humilde.
No conozco a ningún amante del saber que sea soberbio en lo que sabe. Más bien los conozco humildes, con la humildad que confiere creer que cualquiera le puede aportar algún modo de aumentar cuanto sabe. Por eso, el sabio pregunta a quien supone que le puede enseñar algo, independientemente de su rango. Muchas páginas de la historia del saber nos describen cómo un sabio aprendió de un profano cosas, que luego sirvieron para el avance de la ciencia. Iletrados que enseñan a sabios, o sabios humildes que aprenden de iletrados.

Studium quaerendi, afán de buscar.
Tampoco conozco a ningún estudioso que se conforme con lo que sabe. Su afán de conocimiento es constante, con el propio saber como un fin en sí mismo. Para el amante de aprender, nunca existe una meta ni un listón en el conocimiento. Pero el estudio es un acto positivo de voluntad. Se estudia porque se quiere, a nadie se le puede obligar a hacerlo, por eso se enumera el "afán de buscar".



Vita quieta, vida tranquila.
No sé cómo imaginar tal característica si no es contraria a la idea del maestro itinerante o al alumno bullanguero. Lejos del bullicio de los caminos, a Roma o a Compostela, lejos de goliardos y juglares, el estudioso precisa para su labor, del sosiego que confiere disponer de un lugar fijo donde desarrollar su trabajo. Porque conviene no olvidar nunca que el estudio es un trabajo intelectual que precisa sosiego. No creo que el Maestro de Chartes tuviese nada en contra de los actuales planes de movilidad de los estudiantes (Becas Erasmus, Sócrates) o del profesorado. Hoy las cosas se hacen con mayores seguridades y pretendidos criterios de eficacia.

Scrutinium tacitum, reflexión silenciosa.
En español tenemos una palabra derivada de scrutinium, escrutinio, y la aplicamos al estudio riguroso y atento de algo en lo que no debe haber error (escrutinio de votos, por ejemplo). Estudio atento en silencio, introvertido, es lo que requiere el Maestro Bernardo. Luego se comentará, se contrastará lo estudiado, pero el proceso de aprendizaje comienza con un ejercicio silencioso que siempre es necesario, y clave, en el aprendizaje.



Paupertas, pobreza 
El estudio nunca ha sido un camino ni para la riqueza ni mucho menos hacia la opulencia. El sabio, tal vez por serlo, es parco en sus necesidades. Sabe vivir con lo poco y con dignidad, sin perseguir lujos. Tampoco la sociedad, tal vez por menospreciar su trabajo, se preocupa mucho por sus emolumentos o sus niveles de vida. Casi siempre le parece mucho lo que se destina a su sustento.

Terra aliena, tierra extraña 
Tal vez la característica más cruel, pues el sabio o el estudioso, por serlo, será incomprendido desde el principio y considerado como alguien ajeno a la misma sociedad. La sociedad tiene unos fines, los rendimientos y plusvalías de todo tipo. Los afanes del sabio son completamente distintos, pues el mismo conocimiento es la guía de sus desvelos. Por eso es incomprendido y considerado como alguien que vive en otro mundo, en tierra extraña.


Asimismo, de Bernardo de Chartres es esta sentencia, citada también por John de Salisbury:

Inimicus hominis insapientia eius. 
Amicus hominis sapientia.

(El enemigo del hombre es la propia ignorancia. Su amigo, el saber.)




sábado, 23 de diciembre de 2017

Ceguera transitoria

Era por los primeros años sesenta y yo estudiaba en Barcelona. Un amigo, sabedor de mi afición por los romances, me regaló un libro titulado “Flor nueva de romances viejos” una recopilación, comentada, por D. Ramón Menéndez Pidal. 


En la página 3 del libro aparecía, y aparece, la siguiente dedicatoria: “A Jimena, que Antígona de mi ceguera transitoria, recreó mis días de tedio… Siempre me impresionó aquella “ceguera transitoria” sin saber  que yo tenía una cita con ella, fijada para final del año 2017. Llegó puntual y aún no se ha ido.

La dedicatoria

Me explico. Siempre tuve los ojos débiles. Eso se empieza a notar con los años. Desde hace tiempo ando con gotas y similares, como rayos láser. En 2016 todo cambió y comenzó a sonar una alarma sorda, de modo que en noviembre de 2017 me operaron de un ojo esperando que tal actuación fuese el remedio, pero fue un problema. Dejé de ver bien, todo eran bultos más o menos definidos y así pasaron los días a la espera de algún tipo de cambio. A las seis semanas de la operación todo seguía igual, los bultos no se habían definido mejor y las cuestión era alarmante, pues se trataba de salvar el nervio óptico deteniendo su deterioro, que era constatable. Se desencadenó la segunda operación y estoy en sus secuelas, no sé cómo saldré de ella. Espero que bien, para eso me han operado.

Yo mismo, en la azotea de mi casa de Alozaina,
Con toda la vida por delente
El tiempo que medió entre las dos operaciones, me dio ocasión para pensar y pasar revista a cosas pasadas, vividas. Poco a poco me fui aislando del entorno, tal vez muy pocos tenían cosas interesantes que decirme, o mejor dicho, cada ver me interesaban menos las cosas que me pudiesen decir. Empecé a vivir un mundo interno, muy mío, en el que me llegué a encontrar cómodo. En el fondo, siempre tuve la certeza de que esta situación revertiría, de que estaba viviendo una “ceguera transitoria”. Claro que eso de certeza es un decir…


La víspera de mi segunda operación la viví de un modo íntimo. La tarde se me hizo larga, hasta que puse una película. Difícil opción. Empecé con Testigo de Cargo, pero esta vez me aburrió, lo mismo que Al este del Edén. Puse Canciones para después de una guerra y en ella encontré el acomodo que estaba buscando. La película me sirvió para evocar mil cosas. Las canciones llegaban como parte de la banda sonora de mi vida y, al escucharlas, veía a mi madre joven,  a mi padre también joven, me veía a mi, niño jugando. Veía mil escenas y escenarios de mi vida. Fui feliz evocando todas esas circunstancias mientras pasaban las imágenes de la película y recordaba algunos hechos de los representados en las imágenes. Muchos de aquellos niños vencidos, desheredados eran de mi edad, muchos más jóvenes. ¡Cuánto dolor, cuánta miseria en aquellas imágenes! Y yo, con mis amigos de entonces, sin enterarnos del hambre, ni del frío, ni del miedo, porque nuestros padres hicieron lo impensable para conseguir que tal ambiente no nos alcanzase. En aquel momento pensé que mis padres, y muchos otros, habrían pasado privaciones con tal de que no nos faltase nada. Las canciones seguían y seguían trayéndome recuerdos de una vida pasada, pero que en muchos casos configuraban mi vida actual. Canciones y secuencias de películas que nos habían divertido, hecho sufrir e, incluso, adoctrinado. Todas ellas las veía en vísperas de una operación en la que las alternativas consistían en detener el deterioro del nervio óptico o perder su actividad de modo irreversible.


Mientras, Manolo Morán, Pepe Isbert y otros tantos volvían a ensayar la canción de bienvenida a los americanos (siempre me ha emocionado esa escena), o Amparo Rivelles (entonces Amparito) se sentía humillada porque el rey, su esposo se hubiese enamoriscado de Sarita Montiel, una infiel y Agustina, en Zaragoza (otra vez Amparito), arengaba a sus paisanos para conseguir que los franceses no entrasen a profanar el Pilar. Si, mucha emoción viviendo todos aquellos estímulos que me llegaban desde el televisor. Canciones sabidas de memoria, recordadas como un marco inefable de mi infancia y adolescencia.

Al día siguiente, el médico decidió que no había otra alternativa que la operación y todo se desarrolló rápido, como con un protocolo previsto y apuntalado al mínimo detalle. Luego vinieron las curas, la primera revisión, las pruebas y a esperar los resultados que se suponen satisfactorios de modo que mi ceguera sea eso, transitoria.

No hubo dolor ni soledad, que viene a ser como un duro castigo. En todo momento me he sentido acompañado, querido, rodeado por personas para quienes lo mio no les es indiferente. Pero hay un punto, una barrera, que hay que cruzar sólo, nadie nos puede acompañar. Es cuando uno se puede sentir solo. Por suerte, no fue mi caso.

Como he hablado varias veces de la banda sonora de mi vida, quiero terminar con una frase que también forma parte de esa banda, la que pronuncia un viejo amigo, Mario Cavaradossi, el amante de Floria Tosca, momento antes de morir: E non ho amato mai tanto la vita¡ (¡y jamás he amado tanto la vida¡)



jueves, 21 de diciembre de 2017

Cumpleaños (6) Escudos no pintan escudos. Leyenda urbana compostelana.

Vaya por delante que toda la historia es falsa. Inventada por mí alrededor de un escudo vacío en una fachada de la Plaza de la Quintana. La fachada es obra de Domingo de Andrade, el resto es consecuencia de jar volar mi imaginación. Lo curioso es que muchos han tomado la historia como real y casi se han sentido decepcionados cuando les dije que era falsa. Incluso hubo quien se enfadó conmigo.


POR EL CAMINO DE SANTIAGO: (XXX)  ESCUDOS NO PINTAN ESCUDOS

LEYENDA URBANA COMPOSTELANA

Esta historia es conocida por todos en Santiago, aunque nunca se comenta. Es algo que se transmite de padres a hijos en las noches de invierno. Se suele contar en vos baja, por aquello de que las paredes oyen.

Vayamos al caso. Cuando se remató el adorno de la Torre del reloj y se completó el cierre del ábside de la Catedral, el Cabildo encargó a Domingo de Andrade cerrar la plaza de la Quintana por su parte sur. Debería ser algo digno, pero que no llamase mucho la atención, dada la monumentalidad que había adquirido la plaza. Domingo de Andrade dijo que ya tenía cierta idea para construir allí algunas viviendas particulares, lo cual generó un revuelo entre las clases pudientes ciudadanas y de la comarca, pues había familias de procedencia rural que querían venirse a la ciudad.


ASPECTO ACTUAL DEL EDIFICIO
CON SUS CHIMENEAS

Se puso a la venta el solar y lo compraron los Marqueses de la Santa Espina, unos antiguos moinantes de Bergantiños venidos a más, que con sus dineros hicieron buenos los versos de Luis de Góngora (tahúres muy desnudos/con dados ganan condados). En su caso, compraron el título de marqués hacía relativamente poco tiempo, de modo que aún no se habían acostumbrado a las maneras que se esperaban de tan nobles señores. Eran cuatro hermanos casados y los cuatro ostentaban indistintamente el título.

Lo de marqués de la Santa Espina corresponde a un período de fervor en la Corona, que fue cuando creó títulos relativos a motivos de la fe cristiana. En el valle del Ulla, sin ir más lejos, creó otro marquesado, el de Santa Cruz, y en otras partes del reino, otros títulos con nombres tan curiosos como estos dos. 

Domingo de Andrade acababa de salir de un período constructivo pleno de florituras, y andaba con incursiones mas austeras en lo que a ornamentación se refiere. Imaginó una casa de planta baja porticada y primer piso con balcones y ventanas. Pero no de manera anárquica, no. Ideó un módulo (así le llamaríamos hoy) que se repetiría cuatro veces. Cada uno de ellos sería la vivienda de cada hermano. Estos módulos estarían separados entre sí por fajones verticales llenos de relieves dispuestos de modo vertical. Sobre la parte alta del central, se esculpiría el escudo familiar.




DETALLE EN QUE SE APRECIA LA
CONSTRUCCIÓN POR MÓDULOS


El módulo consistía en tres arcos sobre esbeltas columnas. En la parte superior, sobre el arco central se abriría un balcón y sobre los laterales, sendas ventanas. Puesto que la fachada quedaba abierta al norte, no convenía mucho vano para guarecerse del viento. (Los moinantes marqueses estaban más que ilusionados escuchando al maestro constructor estas disertaciones).



El fajón central esculpido conferiría simetría a la totalidad de la casa (los moinantes miraban atónitos sin entender nada, pero encantados). Para mayor simetría, se construiría una sola chimenea, muy aldeana, justo en el plano central. Una chimenea era suficiente para la familia, que quería tener servicios comunes, como bien avenidos que estaban. Zaguán, cocina y salón compartidos por las cuatro familias. Si no había problemas al compartir el título nobiliario, menos habría al compartir el fuego de la lareira, o el caldo de todos los días, decían las marquesas consortes. Y no les faltaba razón a las tales.



Al poco, los marqueses y el maestro constructor se hicieron frecuentes paseando o tomando unos vinos. Ellos allegados al saber, del que carecían, él cerca del dinero, que necesitaba. Bonita pareja que siempre ha sido fructífera a lo largo de la historia.

POR  TANTAS VENTANAS ENTRÓ EL FRÍO
DE LA DISCORDIA



Pero, nunca puede faltar un pero, cuando se sortearon los módulos, le tocó a la marquesa más friolera el correspondiente a la Plaza de Platerías. Visitas que realizó a su futuro hogar, visitas que se tornaron en elemento de disgusto, pues la marquesa quedaba muerta de frío por el aire que se colaba por las ventanas y sus rendijas. 

ESCUDO SIN ESCULPIR
Aquel frío solo se podría remediar con una chimenea en el
dormitorio. El maestro de Andrade se negó a construirla por aquello de la ruptura de la simetría en el edificio, pero los marqueses, que de simetría seguían sin saber nada, insistieron mucho, desembolsaron algo, y consiguieron su chimenea que, al fin, contribuyó a calentar sus noches.

Pero la simetría estaba rota. A no ser que se construyese otra en el ala que daba al convento de San Pelayo. Ahí sí que se negó en redondo el maestro Domingo de Andrade. Pero las demás consortes querían su chimenea en sus alcobas. El desencuentro con los marqueses fue en aumento hasta que ellos, siempre nuevos ricos, se negaron a abonarle el último plazo que le debían por la construcción de la casa.

Ante esta inusual afrenta, el maestro de Andrade (¡qué vergüenza!), se puso a su altura y no les esculpió el escudo familiar en la fachada.

Para interpretar lo del maestro de Andrade, recurro al dicho de una amiga mía, que recuerda que quien anda con patos, al final hace cuá, cuá. Así hizo el maestro constructor, orgullo de Compostela. Y esto que aquí se relata no ha mermado en nada su gloria, que es mucha.




lunes, 18 de diciembre de 2017

Cumpleaños (5) El recelo a los transgénicos.

El debate sigue abierto teñido por una profunda desconfianza y un deseo de pasar desapercibido. Como si la ocultación fuese remedio al problema, que sigue pendiente de respuesta.


El recelo a los transgénicos

Desde siempre, nuestra cultura receló
de los seres monstruosos, aquellos cuyos cuerpos eran mezclas definidas de los de otros, bien definidos. Las esfinges, las quimeras, las gorgonas o las sirenas eran seres que, en la mitología griega, jugaron continuamente papeles malvados: mentirosos, criminales, vengativos o traicioneros. Siempre estuvieron del lado de la falsedad y la traición.


En nuestros billetes hay algodón transgénico

Con estos planteamientos previos, no es raro que hoy, y de manera inconsciente, exista un manifiesto rechazo a los seres surgidos como consecuencia de mezclas de caracteres de otros, previos, que pudieron no ser malos ni perniciosos: la maldad intrínseca radicaba en la misma mezcla.

Recordemos que las sirenas, con la mitad inferior del cuerpo en forma de pez y la superior como una mujer hermosa, habitaban arrecifes y lugares marinos peligrosos y, mediante sus cantos, atraían a los marineros para que acercasen a ellas sus embarcaciones, haciéndolas naufragar. La esfinge, con cabeza y pechos de mujer, cuerpo de león y alas, mataba a los que no podían resolver un enigma que les proponía, cuya solución acertó Edipo. Quimera era una cabeza de cabra implantada en un cuerpo de león y con cola de serpiente. Despedía fuego por la boca. No es preciso seguir con este desagradable catálogo.





Durante la Edad Media se siguió creyendo en seres monstruosos (niños con cabeza de perro o de ave, nacidos de relaciones ilícitas entre mujeres y otros seres, animales o el mismo demonio). En tales casos, los monstruos, al igual que sus madres, eran condenados a muerte. Recientemente, y ya con medios actuales de creación y transmisión de mitos, Frankenstein representa, una vez más en la historia de nuestra cultura, ese ser fallido cruel y pernicioso que está hecho, no obstante, de partes buenas de seres previamente existentes, también buenos de por sí.




Vemos que en todos estos casos, los seres que contribuyen a formar el monstruo son buenos. Lo intrínsecamente malo es el monstruo mismo. Aparece entonces un comportamiento anormal y dañino por parte del ser anormal, que solamente se podrá resolver destruyéndolo.



A veces, los temas culturales son recurrentes. Van apareciendo a lo largo del tiempo, siempre con visos de novedad. Ahora estamos en un momento en que los mercados se van llenando de nuevos seres, consistentes en individuos de especies bien definidas a los que se han introducido genes de especies afines para mejorarlos de acuerdo con criterios preestablecidos y hacerlos, de este modo, más rentables en términos de economía o de utilidad para el hombre. Estos seres, por ser producidos luego de un paso de genes desde un ser donante a otro receptor, se denominan genéricamente "transgénicos" y es sobradamente conocida la polémica que han originado.

Ha surgido el recelo nuevamente. Parecía desaparecido, pero sólo estaba dormido en nuestro subconsciente colectivo. Bastó que apareciesen los transgénicos para que, sin saber siquiera que por nuestra parte era atávico su rechazo, muchos se echasen a la calle protestando contra ellos y sembrando entre muchos esa total desconfianza que genera lo desconocido.

Dicen los enemigos de los transgénicos que, al comerlos, comemos genes de otras especies. Pero siempre ha sido así: ingerimos partes de seres que nos sirven de alimento, sean animales o vegetales. Cuando ingerimos esos alimentos, tomamos también sus genes. Luego, en la digestión, estos genes ajenos se descomponen en sus unidades bioquímicas elementales (nucleótidos) y, como tales, son absorbidos a nuestro medio interno donde comienzan un proceso de integración en nuestra propia bioquímica. Le llamamos digestión, mediante la cual los componentes moleculares presentes en los alimentos pasarán a ser componentes moleculares de quien los ha ingerido. No tiene sentido habar de “comerse genes”.

De todas formas, dentro del recelo a los transgénicos, encuentro que existen lagunas, serias lagunas de información, en espera de respuesta. En primer lugar, un individuo transgénico cualquiera, con un metabolismo perfectamente ajustado, se encuentra con genes nuevos que determinan procesos bioquímicos nuevos en él. Debemos pensar que su metabolismo se enriquece con la presencia activa de estos genes, (para eso se ha manipulado genéticamente). Pero, ¿qué ocurre con los productos de desecho generados a partir de esa novedad metabólica? Porque ésta es una cuestión importante para nosotros y cuya respuesta aún no está claramente definida.

En el metabolismo celular, es muy importante el destino de los productos de desecho originados del correcto funcionamiento bioquímico. Normalmente, ese destino es la excreción que en animales termina en forma de orina o de sudor. No obstante, hay ocasiones en que esos productos pueden ser depositados en órganos concretos, como pueden ser los cuerpos grasos de insectos. En vegetales, los productos destinados a la excreción suelen ser depositados o bien en órganos especiales de almacenamiento (vacuolas), o bien en las paredes celulares. En ambos casos, los productos de desecho, que pueden ser tóxicos, permanecen en las mismas células, aunque de manera inocua para ellas.

Creo que no se han realizado los estudios necesarios que garanticen, para cada caso concreto, la ausencia de productos tóxicos de desecho en los transgénicos. Pues, por cuanto he dicho, la manipulación genética ha podido producir un organismo nuevo, intrínsecamente mejor que aquel del que básicamente procede, pero que puede almacenar substancias tóxicas aparecidas como consecuencia de las alteraciones metabólicas que se han generado en él. Estas substancias, perfectamente aisladas y, por tanto, inocuas para el mismo transgénico que las ha generado, pueden ser perjudiciales para cualquiera que lo utilice como fuente alimenticia.

Hasta que no aparezcan esos análisis, realizados por entidades de contrastada honorabilidad en sus procedimientos, seguirá presente el recelo contra esa versión actualizada de los antiguos monstruos. No sé si muchos de los productos actualmente en el mercado constan de los necesarios avales sanitarios que tranquilicen a sus consumidores.